Saturday, September 13, 2008

PALOMITA BLANCA " PALOMITA BLANCA, VIDALITA DE PICO ROSADO"

PALOMITA BLANCA
autor: Enrique Lafourcade

Juan Carlos me trató de matar.

No, no es cierto, no es que me tratara de matar.
Es que me hizo morir de amor por él.
Como en la novela "Amor sin Limites" de la Corín Tellado, que yo leía cada mañana antes de partir al colegio. 0, como en las películas.
Pero, la pura, no creí que era tan así, no Juan Carlos, yo no me hice ilusiones con él, no creí que el amor era así, tan... tan... no podía ni dormir y me debilité más.
Perdí cinco kilos.

Todo comenzó cuando con la Telma decidimos ir al Festival.
Habíamos leído en el "Clarín" que el Festival era allá arriba, en el barrio alto, por Los Dominicos, y la Telma estaba más entusiasmada, y me dijo que podíamos arreglamos lo más bien con collares y que yo como era alta y de piernas largas, me veía re bien de pantalones y que íbamos a pinchar algo y que además estaba no sé qué cantante americano que la Telma se los conoce a todos, porque desde que se compró la radio a pilas, no se pierde programa.
Me dijo después que era por Piedra Roja, y que ella sabía cómo llegar.
Puras chivas de la Telma porque anduvimos más perdidas y tomamos como tres micros y recién estábamos en el Canal San Carlos, y por suerte pasaron unos chiquillos en un auto celeste y como nos vieron arregladas.
-¿Cómo te llamai?
Eran medio frescolines, pero lindos.
El que manejaba tenía una melena rubia hasta los hombros.
-Ana María - le dije.
-Yo soy María Ignacia - agregó la Telma.
¡Más mentirosa! Me había dicho que mejor nos poníamos así, que yo le ponía Ana a mi nombre y que ella se iba a poner María Ignacia, porque esos si eran nombres elegantes.
-¿Quieren un pito?
El otro era también rubio y bien alto y corríamos como a cien kilómetros.
-Ya pus, María Ignacia! - le decía el otro.
-Más tarde.
-Un pito es bueno a toda hora.
-¡Yo quiero! - dije, para caerle en gracia al que manejaba que era el más lindo, aunque lo veía de perfil, pero se parecía a un actor de cine, a lo mejor era.
-Pa mí que esta cabra no ha fumado nunca - dijo el otro.

Ya íbamos como llegando, y nos metimos por unos caminos medios raros, y andaban montones de chiquillas y chiquillos y todos con pantalones y guitarras y collares.
Le había dado como tres chupadas al cigarrillo que estaba más mal hecho que se me anduvo desarmando, un poco para sentir algo, pero no sentía nada, y me lo volvían a pasar y estaba húmedo y el que manejaba lo chupaba antes.
Montones de autos.

-Hasta aquí llegamos, cauritas...
-Sí... ahora, a pata, ¿cachai?
-¿Andan solas?
-Tenemos unos amigos allá arriba - mintió la Telma.
-Nos vemos, cauritas...
Era más la Telma.
Nos dejaron allí, cerraron bien el auto y partieron adelante y se perdieron entre la gente y nosotras, que habíamos empezado el día tan bien.
-¿Y pa qué les dijiste que ... ?
-Hay que hacerse las interesantes, oye ...
Ya los vamos a encontrar...
-¡Los vamos a encontrar ... ! ¡Cómo no!

En la colina, al fondo, montones de chiquillos y muchos con las melenas rubias y con barbas.
Pero no los vimos a los jóvenes del auto.
Hasta el día siguiente.

Nos sentamos por ahí, en el pasto, entre montones de cabros y chiquillas y seguían llegando, y estuvimos mas perdidas y como dos horas estuvimos y había un escenario de cajones, como un teatro y todavía no llegaban los cantantes, pero era lindo y todos hablaban y nos preguntaron cosas.
Por ejemplo, nos preguntaron, a la Telma, le preguntaron:
-¿Te gusta Bob Dylan?
Y la Telma abrió los ojos enormes, que sabía que eran grandes y azules, y con las pestañas postizas eran más grandes todavía y lo miró sonriendo y le dijo que sí.
Y el otro, con otros más, como cinco jóvenes, se pusieron al lado de nosotras, y el que le hizo la pregunta tenía una barba negra y una boina medio cochina, y se parecía un poco al Che Guevara y tenía unos aros de alambre en las orejas, y había otra chiquilla en el grupo, muy flaca y muy alta, que no usaba sostén, porque se le veía todo y los chiquillos le pellizcaban las puntitas y la flaca se reía y habían empezado a fumar, y me pasaron otro cigarrillo, pero yo les dije que más tarde, que todavía no, que no tenía deseos, oye, y ya estaban empezando a tocar con las guitarras y la Telma me dijo que eran los no sé cuantos, que eran caballos, que ella los conocía.

Y estaba rico allí, con el sol y montones de gente que seguían llegando, hasta gente vieja habia, y unos fotógrafos, y hasta gente de la televisión había, hasta estaban tomando unas películas, y la Telma me pescó de un brazo para que fuéramos a ver y el Che Guevara no la quería dejar ir, y le dijo que ella era su paloma pero la Telma es más galla, tiene más cancha la Telma, yo no sé donde ha aprendido tanto, seguro que como trabaja de garzona en esa Fuente de Soda en San Pablo con Bandera, ahí tiene que haber aprendido, digo yo, porque le tiró las barbas al flaco, y el Che Guevara no le dijo nada, que yo, cuando me voy a atrever a una cosa así, y le tiró de las barbas y le dio un beso en la frente y le dijo: chaíto, y el flaco se rió, tenía unos enormes dientes como de caballo, amarillos y anchos, y le dijo que la esperaba.

-Te espero, paloma - le gritó, y la Telma, con más éxito la tonta, con los ojos azules y las pestañas, y además, como tiene esos bluyines nuevos y que le quedan apretados y es media gorda de atrás, y se mueve entera al caminar, y yo me sentía medio ridícula al lado de ella, porque soy muy delgada y tengo pocas caderas y poco pecho, pero después me dí cuenta que todas las chiquillas más elegantes eran así, y me tranquilicé.

A saltos tuvimos que andar, entre las chiquillas y los chiquillos, y estaban tomando Coca Cola y nos dieron, pero la Telma no me dejó terminar mi botella, porque me arrastraba, que había que acercarse a la televisión, que había divisado a don Francisco, y que a lo mejor. Era más ambiciosa la Telma.


PALOMITA BLANCA "ANTES TE CANTABA, VIDALITA COMO ENAMORADA"


Cuando comenzó a hacerse de noche y estaba bien bonito todo, porque el sol se puso rojo y los chiquillos y las chiquillas andaban con las caras rojas, y habían más músicos y grupos que tocaban en todas partes, y la Telma casi se me pierde, porque se fue a la televisión y se metió no más, y salió en un noticiario, o algo así, y estaba re contenta la Telma, y me decía que había que empujar, porque si no, y de todos los grupos nos llamaban porque andábamos solas, aunque había varias cabras que andaban solas, pero de a cuatro o más, seguro que a nosotras, como éramos dos, y llegaron unos jóvenes ya grandes, viejos, y nos abrazaron que yo casi me morí de susto, no porque sea ninguna quedada, sino porque no los conocía, y eran jóvenes como de respeto, y uno me preguntó:
-¿Cómo te llamai?
Y yo le dije mi nombre. Y me tomó de la mano y me dijo:
-¿Por qué no nos vamos a mi departamento a tomar un trago?

Aquí ya está empezando a hacer frío.
Tengo música y van a estar mucho más cómodas.

Y el otro se reía y no le soltaba la mano a la Telma, que también se reía.
Pero yo les dije que no. Aunque la Telma quería ir, y me dijo que por qué no íbamos por un ratito y después volvíamos, pero yo le volví a decir que no, y me acordé de la mano que le pasó a la Rosa con eso de ir a un departamento.
Entonces uno de los jóvenes me dijo que él trabajaba en fotografía y que yo estaba pintada para modelo y yo me reí y me acordé que el mismo cuento se lo contaron a la Rosa, a lo mejor era hasta el mismo joven.
Y después, como nos vieron que nos reíamos y a todo le decíamos que no, los jóvenes se cabrearon y se fueron a buscar otras, digo yo... alguna más fácil...

Y la Telma se enojó conmigo, y me dijo que eran jóvenes decentes, con plata y auto, y que si yo era tonta o qué...
Y a mi me dio harta rabia la Telma, porque ella no me conocía bien, y qué se creía que era...
Ya estaba comenzando a hacer frío, era cierto lo que dijo el joven, y nosotras que andábamos mas desabrigadas, yo con una chomba de algodón y los pantalones, y medio encogida que andaba con el frío, había unos cabros que estaban bailando, que daban saltos y bailaban y montones que se pusieron a bailar y entonces la Telma me dijo que por qué no bailábamos nosotras y yo le dije, ¿y con quién?, y ella me dijo, solas pus oye, con quién querís, tonta, si todos bailan así, y nos pusimos a bailar porque la música era bonita y con harto ritmo y así medio que se nos anduvo pasando el frío.

Después, vino el cantante que decía la Telma, que cantaba en inglés, y todos nos sentamos en el pasto y yo me clavé una espina en una pierna, de pajarona, pero no fue gran cosa y gritaban y golpeaban las manos, y la Telma que no se estaba quieta en ningún grupo, y apenas nos estábamos haciendo amigas de unos chiquillos ya quería ir a otra parte, hay que conocer, oye, y me tomaba de la mano y lo que yo veía es que así no íbamos a conocer a nadie, porque ya andaban montones aparejados y se besaban que era un gusto, y el gringo dele que suene con sus guitarras eléctricas, como cinco guitarristas y nosotras golpeando las manos como tontas. Entonces comenzaron a hacer fogatas y andaban montones de chiquillos con barba y con mantas y unos nos llamaron y nos dieron café caliente, y eso me gustó, eran como seis chiquillos, que se veía que eran como de la Universidad, y tenían mantas de esas escocesas bien bonitas y finas, y allí nos quedamos porque se estaba poniendo oscuro, y hecho fuego con ramas y las únicas luces eran las del escenario donde cantaban, que estaban bastante lejos porque los mejores puestos los tomaron otros, que para eso había que ir más temprano, y había carpas abajo, y por todas partes estaban cantando y fumando, y los chiquillos nos ofrecieron marihuana, y yo le dije a la Telma: - Oye, Telma, mejor tenimos cuidado con esto, mira que dicen que es peligroso, y que una se pone a hacer tonteras.
Y la Telma me dijo: -¨Y qué hay con eso?
Y fumaba echando humo por las narices, y por todas partes fumaban y era un humito perfumado y picante, que yo apenas le di varias chupadas pero sin aspirarlo, y para no molestar a los jóvenes, porque me daba miedo y los chiquillos seguían haciendo cigarrillos con papel y un frasco con hierba, como yerba mate era, y se hacían los cigarros y se los pasaban, y a la Telma la tenían más abrazada, entre dos, y la tonta se reía, y a mi uno, otro con barba - me ligaban los barbudos - se tendió y me uso la cabeza entre las piernas, y poco a poco, el frescolín, se acercó y yo tenía la cabeza del barbudo encima de los muslos, y se acomodaba más y más y a mí me estaba empezando a dar cosquillas, y traté de salirme, pero no podía.
En la noche, la pura, ya me dio toda la rabia, la Telma estaba como tonta, ríe que ríe, y la besaban entre dos, por turnos y yo tenia más apetito, que andábamos con las puras once, y no había mucho que comer, aunque temprano pasaron vendiendo pan, y cómo, si no teníamos ni para la micro de vuelta, que la Telma era la única que tenía algo, y yo no me iba a poner a pedir, y a los chiquillos, después que se les acabó el café que tenían en el termo, pura marihuana, la yerba, que decían, y puro ofrecer pitos, y yo lo que tenía era hambre, pero ya estaba bien oscuro.
Y el barbudo me tenía metida la cabeza entre las piernas, más fresco, y a mí me estaba dando ganas de hacer pipí con tanto café y con la Coca Cola, y le dije a la Telma, y por suerte a ella también, y se levantó.
-¿Dónde van?
-Por ahí - explicó.
-¡Por ahí! ¡Por ahí! - gritó uno, que estaba ya medio borracho.
Con los cigarrillos supongo, porque yo no lo había visto tomar.
-Vamos a hacer una diligencia - dijo la Telma, que tenía una cancha...
-Vuelvan luego, cabritas - pidió el barbudo.
-¡Sí, no se vayan lejos, hermanitas! - dijo otro.
-¡Paloma! ¡Paloma! ¡A ti te digo!
Y el barbudo se puso de rodilla y se abrazó a mis piernas y trató de morderme, el más fresco, que la pura que me dio rabia, porque no sé por quién me tomaba, trató de morderme ahí, y yo le anduve dando como una patada, que quién se creía que era una, y como que lo tiré al suelo y los otros se reían y golpeaban las manos y cantaban las canciones en inglés o decían cosas en inglés según me explicó la Telma que sabe de todo.
-Mejor vuelvan luego - dijo otro - que es de noche y andan cazando palomitas.
Y nos pusimos a caminar por entre la gente, montones que estaban tendidos envueltos en mantas, y había muchas más fogatas y yo con las tripas que me sonaban de hambre y medio encogida de frío.
-Oye Telma - le dije - oye, ¿no creís que mejor nos vamos?
-¡Tai tontita!
-Es que es re tarde, oh...
-¿Y qué?
-Mañana tú tenís que trabajar, oye...
-No voy. Aviso que estoy enferma
-Mi madrina, Telma...
No le he dicho nada a mi madrina.
Debe estar más asustada, oye...
-Es buena la vieja...
-Pero, me dio permiso porque venía contigo no más y...
-Nos vamos más rato.
Y quién iba a convencer a la Telma.
Y así anduvimos por el cerro, y no había dónde, por todas partes los chiquillos envueltos en mantas, besándose y haciendo otra cosa, seguro porque la Telma me los mostraba con una risita, y vimos una pareja envuelta que se movían como locos, y la chiquilla era rubia, con chasquilla, podíamos verle la cara, estaba cerca de una fogata, si no se habían escondido siquiera y se reía y gritaba y los otros chiquillos aplaudían, y el cabro que estaba arriba de la chiquilla se movía como si estuviera bailando, y los otros gritaban: -¡apúrate! ¡apúrate! y unos miraban sus relojes pulseras como si le estuvieran tomando el tiempo, y la pura que me dio más, ni en las películas había visto una cosa así... y la Telma que me dijo, tomándome de una mano: - Oye María... ¡María! ¡Estoy más caliente!
y yo me puse roja, creo, y me dio harta rabia que la Telma fuera tan rota.

Después nos volvimos aunque yo no quería, pero la Telma me dijo que mejor nos juntábamos con los chiquillos porque si no, capaz que nos pasara algo porque andaban montones de cabros corriendo mano y nos daban agarrones a la pasada y seguían fumando y cantando y, total, era cuestión de aguantarse las ganas, eso me dijo la Telma.
Así que, a la carrera mientras una vigilaba, hicimos pipí entre: unas zarzas y volvimos, pero como estaba oscuro como que nos anduvimos perdiendo y nos costó más encontrar a los chiquillos y ahora vimos mucho más gente y más guitarras y se reían y cantaban y además hacían eso, que yo nunca hubiera creído que las chiquillas, que parecían todas de buenas familias, fueran tan sueltas: y allí estaban.
-¡Palomitas! ¡Palomitas! - nos gritó el barbudo que a mí me cargaba.
Yo le dije a uno que me estaba muriendo de frío.
Y‚ él entonces, bien buena gente el cabro, me prestó el chal y me envolví bien y traté que se me pasaran los tiritones.
Y la Telma se puso a fumar de nuevo y todos los chiquillos estaban medio borrachos con la marihuana y uno lloraba y habían otras cabras, y entre besos y llantos, y el barbudo, después que me rogó y me rogó, que era más ligote, pero yo, como quien oye llover, y entonces, como la Telma se había fumado como tres cigarrillos y se estaba poniendo harto rara la Telma y se refregaba contra cualquiera, y el barbudo que era más empeñoso comenzó a tratar de hacer eso con la Telma, y ya era tarde, bien tarde, y los demás chiquillos estaban de espaldas, canturreando, como dormidos, con los ojos bien abiertos sin embargo, y yo miré el cielo para ver qué estaban mirando ellos y eran unas cuantas estrellas, nada especial, y me envolví bien en la manta, yo dije, esta tapa no la suelto, y traté de dormir, porque, qué íbamos a hacer ya, era más re tarde y no tenía plata pa volver y ni si quiera sabía cómo volver y ya daba lo mismo porque mi madrina seguro que me iba a matar, y con la Telma que gritaba a mi lado y se revolvía, y yo tenía más miedo que me fueran a hacer algo entre todos, y yo me decía claro que pa callado, me decía, oye Telma, el medio tete en que nos metimos, oh...


Me desperté cuando estaba saliendo el sol, y en la noche pasé frío, frío, y soñé, oí música toda la noche y gritos, y alguien trató de despertarme, sentí que alguien, a la mala, me anduvieron como tratando de hacer algo, pero yo me defendí, me puse a gritar también entre sueños, porque estaba ya tan cansada, pero sentí que me abrazaban y me besaban y trataron como de bajarme los pantalones, pero como andaba con esos bluyines bien ajustados que les dicen strech, y además con los pantis que me prestó la Telma, y estaba envuelta en el chal, y cuando me desperté me miré bien y tenía medio roto el cierre de los pantalones, pero nada más, seguro que algún frescolín trató...
pero a lo mejor fue un sueño, porque todo lo demás estaba en orden, aunque uno de los jóvenes me dijo que si no es por él, que andaba un grupo bien grande y que eran medio ladrones y que se dieron duro en la noche, y que habían llegado otros amigos y los corrieron que eran como quince, y que se habían violado un montón de palomitas, y que además se robaron un montón de cosas, y que por suerte llegaron unos amigos y yo me dije que no había sido nada un sueño, que tenía suerte y ahora en el cerro no había mucha gente, se habían ido muchos, y quedaba uno que otro grupo y los chiquillos estaban durmiendo como perros, pegados unos con otros, bien juntos, y en el medio la Telma, abrazada, y esa sí, se notaba al tiro, más fresca la Telma, la pura que no vuelvo a salir con ella, con razón mi madrina me decía que todas las que trabajan en Fuentes de Soda eran diablas y yo no le creía, y me levanté envuelta en mi chal, que por suerte nadie se acordó, y yo que tenía más frío, y hambre, y mejor trataba de irme al tiro, y el sol comenzó a salir por las montañas, y caía como reflectores, caían los rayos de sol, y todo estaba h£medo, y las fogatas se habían apagado, empecé a caminar que me dolían las piernas, me dolían más las piernas, estaba como medio tullida y todavía había unas parejas abrazadas, envueltas también en chales y unas carpas amarillas donde dormían unos cuantos, porque los pies salían para afuera de las carpas, y otros durmiendo en sacos de dormir, y más allá, en una piedra, un tonto flaco y con una barba crespa y montones de collares y medio desnudo, que no sé cómo aguantaba el frío, y con una guitarra de las verdaderas, tocando, toca que toca, y apenas si tocaba bien el tonto, maluenda pa la guitarra habría dicho la Telma, y a esa hora.
Y más abajo, unos estaban arrodillados, y levantaban los brazos y saludaban como en las películas de árabes, saludaban a alguien, pero no había nadie, pero parecía como que estos tontos estaban saludando el sol, y como uno de ellos tenía una melena rubia, como de oro rubia blanca, hasta los hombros, y el sol le caía encima, y lo reconocí al tiro.
Por suerte él también como que me anduvo reconociendo.
-¡Hola! - me dijo.
Y volvió a los saludos.
-¡Hola! - le contesté.
Y me puse medio colorada.
Eran los del auto, los que nos habían traído.
-Saluda, conmigo, al sol - me ordenó.
Y yo, la más tonta, sólo por darle un gusto, hice lo mismo que hacía él y me arrodillé y saludamos varias veces.
-¡Ayúdanos a ser puros, oh Sol! - dijo.
Me miró y luego:
-Repite conmigo.
Entonces yo repetí con él varias veces eso de que nos ayudara a ser puros.

Después él me pidió que le prestara un poco el chal, porque a pesar del sol tenía frío. Yo se lo ofrecí entero, pero él, ni modo, se acercó y me tomó por la cintura y yo me sentí como si un colorcito me tocara y medio temblorosa me puse, medio nerviosa, y los dos comenzamos a caminar, medio cubiertos.

-¿Cómo te llamas? - me volvió a preguntar.
Yo estaba picada porque ya le había dicho mi nombre al joven y él se había olvidado.
-María - volví a contarle.
-Yo me llamo Juan Carlos.
Me miró. Tenía los ojos celestes, grandes, enormes, como los de la Telma, más bonitos, porque la Telma los tiene medio salidos pa afuera y los de Juan Carlos eran medios hundidos, y con sombras oscuras, seguro que donde no había dormido bien. Y tenía el pelo todo sucio, lleno de tierra y espinas.
Tuve una idea.
-¿Quieres que te peine, Juan Carlos?
Se sentó en una piedra.
Yo, por suerte, no había perdido mi peineta, que a todas partes la llevo, porque como tengo el pelo largo siempre se me enreda.
Y comencé a tratar de peinarlo, porque no era tan fácil, que estaba lleno de mugres, de ramitas y el sol ahora ya estaba saliendo bien, por todas partes, y el pelo de Juan Carlos era tan lindo, como el de una muñeca, que cuando terminé de peinarlo, mientras él cantaba todo el tiempo algo en inglés, y como quedaron unos cuantos pelos en la peineta, los saqué medio escondida, y los guardé en un bolsillo del pantalón.

Juan Carlos me dijo entonces que mejor nos íbamos, porque los guitarristas y los cantantes no iban a llegar como hasta las once, que antes, lo único era unos guitarristas pencas, de esos de colegios, porque el Festival seguía.
-¿Sigue?
-Sí, hoy sí que vienen más...
Hoy sí que va a ser el descueve, el despiole...

Y se puso a correr y yo detrás, no sé por qué, medio tropezándome en el chal que ya no había ni modo de devolvérselo a los chiquillos.
Y Juan Carlos bajaba el cerro saltando como un corderito, y luego llegó el primero al auto y me fijé que levantó una piedra que había por ahí, y sacó las llaves y me dio harta risa eso.
Era bien bueno el auto y, ahora que estábamos solos, y cuando puso la calefacción me comencé a sentir mejor.
Al principio, como que no quería partir, daba como unas toses.
-Son motores de alta compresión - me explicó.
-¿Es tuyo?
-No, de la vieja...
Pero, igual que si fuera mío...
La vieja quiere ahora un Peugeot, y cuando el viejo se lo compre, me dijo que me regalaba éste...
Es un Austin Cooper - agregó, mirándome a los ojos.
-¡Ah! - exclamé, sin saber qué decir.
-¡Mira cómo parte! No hay nadie que se la gane en la partida.
Salimos como cuetes, y casi se me quiebra el cuello, y bajamos por un camino, de tierra, entre unos manzanos, y tomamos por el camino pavimentado hacia abajo, y Juan Carlos corría cada vez más ligero.
-Da ciento ochenta...
-¿Sí?
-¡A veces da más!
A ver si se los sacamos...
Y empezamos a correr, que yo, que soy medio nerviosa me encogí y me encomendé a la virgencita, y pasamos dos luces rojas y seguíamos corriendo y Juan Carlos se reía mostrándome que ya íbamos como a ciento setenta y allá al fondo vimos, cuando íbamos llegando como al Estadio Italiano, que eso sí lo conozco bien, que había una luz roja, y una curva, y yo le dije por favor, Juan Carlos y él, entonces, sacó el pie del acelerador y empezó a frenar y el auto daba unos saltitos, y el se seguía riendo y justo apenas ya estábamos en la curva y con la luz roja y todo, y el auto se estremeció entero y dio como un rugido y volvió a meter fierro y me dijo, ¿vistes cómo frenamos en segunda y con los frenos, además?
Que si le pongo puros frenos de discos, nos sacamos la ñoña, y vistes cómo dimos la curva a cien, y todo esto me lo decía mientras seguíamos hacia abajo, cada vez más ligero, que yo me puse en serio a rezarle a la virgencita y pensé que nos íbamos a matar, pero Juan Carlos cada vez más contento, y ya estábamos llegando a Américo Vespucio, y allí doblamos a la izquierda y casi nos dimos vuelta porque sentí el auto que se levantaba de un lado y chirriaba entero y él me dijo, no te preocupes porque los neumáticos son especiales, son impinchables, me dijo, y de nuevo por la avenida hacia una calle llena de jardines, muy linda, y todo era lindo, que a pesar del susto yo iba mirando, y como con la calefacción estaba calentito adentro, pero el susto no se me pasaba, ni modo, y nos metimos por otras calles llenas de unas casas preciosas blancas y con unos enormes jardines, y de repente, en la más linda de todas, inmensa, Juan Carlos se detuvo y me dijo, espérame, y saltó del auto y entró corriendo y se demoró como medía hora, aunque como el auto estaba andando yo no sentía frío y volvió de nuevo corriendo, con otros pantalones que eran amarillos con franjas naranjas, y traía un termo con leche caliente y una botella de coñac, me explicó que era coñac francés, y traía dos manzanas y además trajo una radio a pilas y una enorme toalla roja, y me dijo, lista, palomita.
Y yo le pregunté:
-Pero, ¿a donde vamos?
Y él me dijo:
-Vamos al mar.
Y se puso a correr de nuevo mientras mordía la manzana y por suerte, como era tan temprano, Santiago estaba medio vacío y no habían carabineros, y yo tenía harto miedo, pero después se me fue pasando.


PALOMITA BLANCA " PALOMITA LINDA, VIDALITA PALOMITA TRISTE"



Yo había ido tres veces al mar, incluso una vez estuvimos una semana completa con mi madrina en la residencial "Anita" en Cartagena, y no sé por qué el mar como que me ponía triste, qué idiota, era tan bonito, que como que me ponía triste.

Juan Carlos corría y yo como que le fui agarrando el gusto a la cosa, cuando ya íbamos por el camino a Pudahuel, y con la radio puesta bien fuerte, como le gusta a él, y a mí, y lo miraba de perfil, no me cansaba de mirarlo, porque se parecía tanto a un joven que yo vi en una película, que no me pueda acordar el nombre.
Con la leche y la manzana se me quitó un poco el hambre, pero de todos modos, después que pasamos el túnel, que lo acababan de inaugurar y que era harto largo, y llegamos a Curacaví, yo le dije a Juan Carlos que mejor nos parábamos por ahí, para tomar una taza de café con leche, porque tenía mucha hambre.
- Toma, tómate un trago de coñac - me dijo. -
No - le dije- yo quiero comerme un par de huevos, una paila.
- ¡Una paila! - gritó.

Y se puso a reír.
Pero, de todas maneras, por suerte, nos paramos en el Hotel Inglés, y yo me comí los huevos fritos con harto pan amasado y una taza de café con leche y me sentí, la pura, me sentí mucho mejor, mucha más repuesta, y todo mientras Juan Carlos me miraba en silencio.
El pidió una Coca-Cola, y tomaba coñac con Coca-Cola, y me dijo que si quería tomar yo también, pero yo le dije que no, porque con esa cuestión de la marihuana como que se me había revuelto el estómago.

Cuando seguirnos y ya íbamos cerca de Casablanca Juan Carlos me preguntó:
- ¿Tú crees en Dios?
Yo le dije que sí. Que era católica.
- ¡Ese Dios no existe! - gritó Juan Carlos clavándome los ojos.
Me dio más miedo.
Pensé que íbamos a chocar al tiro. -
¿No existe?
- ¡No! ¡Es una farsa!
¡Una farsa que dura ya dos mil años! -agregó, como serio.
- Pero ... pero...
- Sí... ¡Hay un Dios! ¡Un Dios nuevo!
- Pero, Juan Carlos...
- ¡Un Dios nuevo para un mundo jóven y puro!

Ibamos muy rápido, lo menos a ciento cincuenta o más, y yo me había asustado un poco, pero estaba tan lindo, tan pálido, con los ojos celestes hundidos, como con un azul en los párpados, y el pelo rubio que como que le iluminaba la cara, parecía una virgen, o un santo, y me miraba con tanta dulzura, era tan lindo, que me ponía triste, porque Juan Carlos era como el mar, igualito.
No siguió hablando, y escuchamos radio un buen rato a los Beatles, que le encantaba a Juan Carlos y a mí también, y a otros cantantes americanos que no me acuerdo bien los nombres aunque Juan Carlos se los sabía todos y además conocía las letras y cantaba con ellos en inglés.
- ¿Sabes hablar inglés?
- Sí - me dijo, buscando una nueva canción en la radio, -
Yo... yo no sé nada...
Me miró, lejano, como si no me viera.
- Tampoco sé nadar.
- ¿Sí?
-Tú... tú... ¿sabes nadar?
Ahora se reía y se estaba tomando a sorbitos el coñac.

Valparaíso estaba lindo y bajamos por una avenida llena de curvas aunque no era Valparaíso sino Viña, que le dicen, y seguimos por montones de calles hasta Reñaca. Estaba lindo a pesar de que estaba bien nublado y hacía frío, pero igual Juan Carlos tendió el chal en la arena y trajo la botella de coñac, y yo también me tomé un traguito y me sentí mucho más repuesta, y nos tapamos con el chal y Juan Carlos me abrazó y yo creí que me iba a morir.
Me abrazó, nada más, y sentía su cuerpo y yo temblaba y era como que me dieron ganas de ponerme a llorar o de haberle dicho una tontera porque él se había quedado traspuesto entre mis brazos y me dieron ganas de haberle dicho algo que como que se me ocurrió cuando hablaba de Dios, pero no me atreví, que era "tú eres mi Dios, Juan Carlos", pero por suerte no me atreví, porque era medio como dramático, y a este joven recién yo lo venía conociendo, aunque era la pura verdad.

Después salió el sol y yo me desperté la primera y estaba poniéndose azul el cielo, las nubes como que se iban corriendo y habíamos llegado como a las nueve y media, porque creo que salimos de Santiago antes de la siete y ahora serían las once, por lo menos, y yo le miré el reloj de oro que tenía Juan Carlos, y eran las once, poco más, y no me quería mover para no despertarlo y traté de abrigarlo bien, era tan lindo, me sentía harto tonta yo, ni siquiera sabía nada de él, y él apenas si me había preguntado mi nombre dos veces y seguro que ya se había olvidado de nuevo, pero era como si lo hubiese conocido toda la vida.

Por suerte se movió y se despertó y al principio me miró algo extrañado.
- Yo... yo soy María - le expliqué un poco asustada.
Se rió. Tenía lindos dientes.
- ¡Tonta! - me dijo.
Miró el sol, el cielo.
- En un rato más nos podemos bañar.
Se levantó y empezó a correr, fue hacia la espuma y se mojó las manos, era bien alto y bien delgado, y con el chaleco rojo se veía lo más bien.
Cuando volvió le pregunté:
- Tú eres harto joven, Juan Carlos.
- Diecisiete.
¿Y tú?
Yo le iba a decir que tenía veinte, porque total todas me echaban veinte por lo menos, como soy tan alta y media seria, pero no me atreví a rnentirle, total, qué sacaba con echarle chivas si él, igual me iba a pillar, y decidí, entonces, y lo he cumplido, virgencita de Monserrat, por Dios que es cierto, decidí, excepto en eso, que eso, no se lo podré decir nunca, virgencita, pero tú me entiendes, decidí que nunca le iba a mentir, que siempre le iba a decir la verdad, nada más.
- Dieciséis... recién cumplidos.
- ¿Cuándo es tu cumpleaños?.
- El diecisiete de julio.
- Eres Cáncer ...
¡Cáncer!
No le entendí.
Entonces me tomó la mano derecha y me la estuvo mirando un rato.
Ya el sol nos calentaba bien y el pelo de Juan Carlos se veía cada vez más rubio, más blanco.
Sentí ganas de pasarle la mano por el pelo.
- Has sido elegida... tú... - me dijo.

Después, fue al auto y trajo unos cigarros de esos puros que me dijo que eran cubanos y me dio uno sin preguntarme nada, y él encendió el otro, y se notaba que no tenía mucha costumbre de fumar porque tosió y se ahogó dos veces, pero yo hice como que buscaba unas conchitas en la arena.
Como era día de semana no había casi nadie, uno que otro hombre solo.
Juan Carlos me hablaba ahora.
Una voz ronca y corno lenta.
- ¿A que colegio vas? -
Al Liceo número cuatro.
- ¿Y donde está el Liceo número cuatro?
- En Recoleta.
En Recoleta esquina de Juárez. Ahí está...
- ¿Tú vivís por ahí?
- Sí, vivo con mi madrina...

Por suerte no me siguió preguntando, que me daba harta vergüenza tener que hablarle de mi familia, de mi mamá, que era más, la mamá, de mi padrastro, que no era padrastro ni nada sino el tío Beno, y de todos los hermanos y de la casa que tampoco era casa, puras latas y cajones, y pura mugre, allá en la población La Pirámide, que si no es por mi madrina y por la Virgencita de Monserra que me ayudaron.
- ¿Tú estudias?
- Terminé.
Es decir, termino este año... 0 sea, humanidades... -
¿Donde?
- En el Saint George..
- ¿Y dónde queda el Saint George?
- ¡Chis, no sabes dónde queda el Saint George!

Me dio harta vergüenza haberle hecho esa pregunta, sobre todo porque me miró medio raro, pero no sabía.
Todavía no sé bien.
Y cómo ahora ya hacía reharta calor Juan Carlos me volvió a decir que teníamos que bañarnos, pero yo no tenía cómo, y le dije que no había traído, aunque la verdad era que no tenía, que el último traje de baño que me hizo mi madrina, que lo cosió ella, era más divertido y me lo puse medio escondida cuando fuimos a Cartagena, y no estaba naa a la moda, que de dónde voy a tener para comprarme un Yansen, de esos como bikini que tiene la Telma, uno rosado con vuelos blancos, que me lo probé y me quedaba mucho mejor que a la Telma, que es medio corta de piernas y muy gorda.

Entonces Juan Carlos se levantó, recogió sus cosas, me tomó de la mano y partimos en el auto de nuevo, ahora hacia Concón a buscar una playa, me dijo, y llegamos a una playa, pasado Concón, una playa larga y donde no había un alma, y Juan Carlos, más loco, se metió por la arena con el auto, por la espuma, y Juan Carlos se reía y el auto levantaba como una cortina de agua por los dos lados y yo tenía miedo porque era como peligroso, pero luego, al final de la playa, Juan Carlos detuvo el auto y se bajó corriendo y le puso unas piedras debajo de las ruedas.
- Para que no se hunda - me explicó.
Estaba lindo allí, con el sol bien alto, y hacía calor y nada de viento, y el mar con montones de olas que chocaban y todo bien blanco.
- ¿No será peligroso bañarse aquí?
- ¡Muy peligroso! - me dijo-.
No hay que meterse adentro.
La resaca es re fuerte.
Aquí se ahogó hace dos años una prima mía.
Y vivo el ojo con el auto, mira que si sube la marea.
Al pato Zaldivar le llevó un Fiat 600, hace poco, y demoró como tres días en sacarlo y ya no servía para nada.
- ¿Y quién es el Pato Zaldivar?
- Un amigo mío.
- ¿Tienes muchos amigos?
- Montones.
- ¿Tienes ... tienes muchas amigas?
- Montones, también.
- Yo no - expliqué en voz baja.
- ¿Y, por qué no?
- Porque no.
- ¿Pero, por qué?
- Porque... porque soy... algo... algo retraída -dije.

Juan Carlos me miró sorprendido y como con ganas de reír.
Pero no se rió. Se le hacían dos hoyitos en las mejillas igual que a mí, por eso no me importaba que se riera.
- ¡Vamos!
¡A bañamos!

Y comenzó a sacarse la ropa.
Yo lo miré aterrada.
Era blanco, bien blanco, y cuando estuvo desnudo vi que tenía las piernas con pelitos amarillos, igual que la cabeza, y además, pelitos rubios allí, en esa parte, y era delgado y lindo, como un ángel .
- ¡Desnúdate! - me dijo, serio.

Yo, la pura, que tenía más vergüenza.
Nunca me había desnudado antes.
Nadie me había visto desnuda nunca, ni siquiera el cochino del tío Beno, y además era más chica, y ahora.
Y no supe qué hacer, pero Juan Carlos, sin precuparse, comenzó a caminar hacia el agua y me dijo que me apurara, te espero en el agua, me dijo, estaba como seguro que yo le iba a hacer caso, y comenzó a caminar dándome la espalda, y él no tenía vergüenza alguna y entonces me decidí, que lo peor era que me hubiera visto cuando me desnudaba, porque tenía los pantis con dos puntos corridos, y el sostén estaba medio roto y agarrado con un alfiler de gancho.
Miré para todas partes y no había nadie, y entonces me desnudé y guardé bien escondida la ropa y era rico el sol sobre la piel, y al principio me tapé con la mano, pero siempre me faltaba una mano, pero después me puse a caminar sin taparme, porque pa mí que me veía medio ridícula.
Juan Carlos ni siquiera me miró, me tendió la mano, él ya estaba con el agua hasta el tobillo, con la espumita blanca, me tomó la mano y avanzamos por el agua y ni siquiera me había visto, como que estaba seguro que yo estaba allí, al lado, desnuda, y el agua estaba medio fría, me dieron escalofríos, pero se me quitaron cuando Juan Carlos, con la cabeza levantada hacia el sol, comenzó a gritar:
- Dios mío!
Y me dijo en voz baja, como si nos oyera:
- Grita conmigo, fuerte.
Y yo le hice caso y los dos gritamos:
- ¡Dios mío!
Y entonces me pidió que me arrodillara y él se arrodilló y yo también lo hice y la espuma ya nos llegaba hasta la cintura y me dio frío de nuevo.
Y me dijo que hiciera lo mismo que él. Y gritó de nuevo:
- ¡Silo! ¡Siiii-loooooooo!
Y yo grité:
- ¡Silo! ¡Siiii-loooooooo!
Aunque no entendía ni pío.
Y, entonces, él bajó la cabeza, todo el cuerpo, y lo hundió en el agua, y como vino una ola más grande, nos cubrió enteros y yo tenía más frío que nunca, y Juan Carlos sacaba y hundía la cabeza en el agua y yo también, y parecía que estaba llorando, pero debe de haber sido el agua, digo yo, y siguió gritando, y yo con él, eso de: ¡Silooooo ... ! ¡Siloooo!
Y, después, se levantó y me ayudó a levantarme que estaba llena de arena y mojada como diuca, y tiritando, y me dijo:
- ¡Corramos!
Y se puso a correr y yo detrás, y él no me soltaba de la mano, y me hacía correr más ligero y corrimos por la playa, saltando entre los huiros y corrimos, y después, de vuelta y ahora yo estaba que apenas podía respirar, aunque se me estaba pasando el frío y fuimos después hasta donde había dejado el auto, y él sacó la manta y me la puso y me ofreció un trago de coñac que ahora sí que me gustó y que me hizo bien.
Y él jadeaba, desnudo, moviendo los brazos y riéndose.
- ¡Ahora, eres de mi iglesia! -exclamó.
- Si, Juan Carlos -dije.
- Eres de Silo ... como yo...
- Sí.
- Nadie nos podrá separar, ahora... nadie...
- Sí.
- 0 sea, que somos hermanos...
- Sí, Juan Carlos.
- Si somos puros, nadie podrá separamos nunca.
Bruno dice que la pureza es como una roca... ¡Como una roca!
-¿Y quién es Bruno?
- ¡Ya sabrás! ¡Ya sabrás! -
y me miraba riéndose, feliz, todavía mojado, lleno de gotitas de mar, y como con orgullo, me miraba distinto ahora, y después se acurrucó junto a mí y se tomó casi toda la botella de coñac, y estaba desnudo junto a mí y yo me puse como nerviosa, como que tenía ganas de acariciarlo, de que me acariciara, de algo, una tontería, no sé, de que se pusiera como cargoso, pero... pero en vez de eso, yo le dije si quería que lo peinara y él me preguntó si había traído la peineta, y entonces la fui a buscar, que yo no tenía vergüenza, aunque una por atrás, desnuda, casi siempre se ve pésimo, y él ni me miró, de nuevo, yo creo que aún no se daba cuenta de cómo era yo, y me senté en el chal, y él se dejó peinar un largo rato, que daba gusto peinarlo, tan suavecito y delgado que tenía el pelo,
¿te lo lavas todos los días, Juan Carlos?
No, casi, nunca.
No te lo creo, cierto, casi nunca, pero es tan bonito, como de peluquería, y él se puso a reír y me peinó a mi, que tengo el pelo largo y grueso, y bien negro, y me peinaba y peinaba para que se secara bien el pelo, y después tomó la peineta e hizo algo bien divertido, que a cualquiera otro no lo habría dejado, pero a él, tomó la peineta y se puso a peinarme los pelos de abajo que tenía como una lomita, como un nido de pelos medios crespos, y me daba cosquilla y además, allí yo tenía los pelos bien enredados, y él, dale con peinármelos, mirándome, que tenía más pelos yo allí, no sé por qué era tan peluda, desde los catorce años que tengo tantos pelos, y después me pasó la peineta y yo le peiné a él los pelos allí, y los de él eran rubios y también crespos y me daba un poco de vergüenza verle la cosa que que era como blanca y medio rosada y no muy grande, pero él estaba tendido en el chal con los brazos abiertos y cantaba en inglés, parece que era inglés.
Después, nos envolvimos en el chal, bien envueltos, y sentí el calorcito del cuerpo de Juan Carlos y pensé, la pura que creí que se me iba a poner cargoso ahora, y yo, más tonta, me habría dejado, casi quería algo, no sé si la Telma supiera donde estoy, me decía, ella que siempre me dice que yo soy... no, mejor no digo nada de lo que la Telma me dice que yo soy.
- ¿Y qué es eso de Silo, Juan Carlos?
- Una Iglesia... La verdadera iglesia.
- ¿Y, cómo? Yo nunca había oído hablar de eso.
- ¿Crees? ¿Crees, ahora?
- Sí, Juan Carlos.
- Si somos puros, o sea, Silo entrará en ti y te dará la felicidad.
- Sí.
-Pero, hay que ser puros...
¿Tú viste?
Estuvimos desnudos y nos bañamos desnudos, para bautizar el cuerpo en el mar y el sol.
Y no tuvimos vergüenza, y no tuvimos tentación, o sea, estuvimos abrazados desnudos, o sea, vencimos la carne, entiendes, y nada más, o sea,
¡esa es la pureza!
- Sí, Juan Carlos.
Corríamos de nuevo en el auto por la playa hasta el camino pavimentado y de alli empezamos a volver a Santiago, supongo, porque el camino era nuevo, entre unos bosques.
- Juan Carlos, tengo hambre.
- ¿Cómo? ¿De nuevo?
- Ando con el puro desayuno - expliqué.
- Vamos pa mi casa...
- Pero... tu casa... No me conocen...
- No hay nadie. Y siempre hay comida.
- ¿Viven... tus padres?
- ¡Claro,que sí!
¡Montones de padres y tíos!
¡Me sobran padres y hermanos y parientes!
Pero, no están...
Andaban paseando, ¿cachai? ¿cachai, María?
- Juan Carlos ... es.... es la primera vez...
- ¿La primera vez? ¿que, qué?
- Que me dices María...
Yo te he dicho como cien veces tu nombre y tú me acabas de decir...
Entonces él se rió y aceleró el auto cada vez más y comenzó a gritar:
- ¡María! ¡María! ¡María!
Y yo me reí, también, y puse la radio a ver si encontraba algo de Manzanero que me gusta tanto.
Como a las cuatro de la tarde llegamos de nuevo a Santiago y en el camino medio que me anduve quedando dormida, y cuando íbamos por Providencia, frente a los edificios Tajamar, por decirle algo, le dije:
- Eso lo hizo mi papá.
- ¿Sí?
Me miró por un momento.
- Tu papá ... ¿es arquitecto?
- No. Estucador.
- ¿Estucador?
- Sí, pero ya no está... porque se cayó, veís, de esa torre, de la más alta... y se mató... Cuando yo era más chica...
- ¿Y era ... buen estucador?
- Bien bueno... dicen ... no sé...
Yo era muy cabra chica.
Mi mamá decía que era un estucador de primera, de cosas finas...
- De cosas finas - repitió.
- Y, tu papá, ¿qué hace?
- ¿Mi papá?
- Sí. ¿A qué se dedica?
- ¡Puh! ¡Negocios! ¡Hace negocios!
- Sí... pero, ¿qué negocios?
- El viejo gana plata, montones.
Cuando se muera yo voy a quedar con harta plata y entonces la voy a dar toda a Silo y con Bruno la gran iglesia...
Ya vas a ver.
- Esa iglesia... ¿La inventó Bruno?
Juan Carlos me miró, horrorizado, como si hubiera dicho algo terrible.
- Silo ha existido desde siempre...
desde que existe el hombre tierra... o sea, es la fuerza que purifica...
o sea, está en la Biblia y ahora... o sea, acaba de venir...
- Sí, Juan Carlos.
- Tú eres Silo, ahora...
¿Recuerdas?
- Sí, Juan Carlos... Pero... no sé nada...
- Yo te enseñaré, María... Todo.
Vamos a aprender todo, juntos...
Primero, como dice Bruno, tomar conciencia de la pureza como fuerza, como una espada será tu pureza, y luego, te convertirás en coetánea...
- Sí, Juan Carlos.
- Y, ahora, mejor llegamos luego a la casa porque hasta yo tengo hambre.
- Pero... si no has comido nada...
- Mejor. Hay que comer poco.
A veces he pasado tres días sin comer, por lo de la pureza, o sea, el cuerpo es una cáscara, dice Bruno.
- Sí, Juan Carlos.
Era más tonta yo. Lo único que atinaba a decir.
- María.
- ¿Sí?
- Tú... tú... ¿crees en mí?
- ¡Sí, Juan Carlos! ¡Sí!
Me dieron ganas de darle un beso, de veras, pero me dio miedo de que se fuera a reír, o que me interpretara mal, por esa cuestión ,de la pureza...
En vez, le dije:
- Eres lindo, Juan Carlos.
- Tú también, María.
- ¿Me encuentras linda?
- Eres medio negrita, pero harto linda - me dijo.
Me anduve, como picando con eso de medio negrita, pero la pura que yo soy bien morena, y siempre me han dicho, en la casa me decían todos la negra, asi que...

Era tan lindo donde vivía Juan Carlos, parecía un palacio, lleno de alfombras y jarrones y unos cuadros de santos y Juan Carlos me hizo entrar a la cocina que era una película, con montones de cosas limpias y blancas, y un refrigerador lleno de carne y verduras, y me hizo de comer, que abrió una lata de jamón, que yo no había visto nunca el jamón tan grande asi, en conserva, y nos hicimos unos sandwiches y yo le dije que si tenía ají, aunque mi madrina me lo tiene prohibido porque dicen que salen espinillas, aunque yo nunca he tenido una sola espinilla, tengo la piel bien suave y sin un granito, que la Telma siempre me decía que lo que me envidiaba a mí era mi piel.
Había dos empleadas con delantales nuevos que me miraron medio raro, a lo mejor fue una idea no más, y Juan Carlos se puso a llamar por teléfono a unos amigos o amigas, qué se yo, y en la cocina había un teléfono celeste y había otro más chico, pero después vino y me tomó una mano y me llevó por el salón y por una escalera hasta una pieza que era preciosa, llena de libros y de afiches y uno enorme del Che Guevara, que ése sí lo conocía, y otro de los Beatles, y de otros cantantes.
- Este es Bob Dylan - me explicó.
- ¡Ah! - le dije.
- ¡Y este es Jimmy Hendrix!
¡El descueve!
Yo no conocía a nadie.
Y me mostró a otros, la Joan Báez y la Judy Collins, pero volvió a decirme que Hendrix era la muerte.
- ¿No tienes a Manzanero?
- No.
- ¿No te gusta?
- No lo conozco.
Yo me reí, contenta.
Había algo que Juan Carlos no conocía.
Yo iba a tratar de que conociera a Manzanero.
Estaba segura de que apenas lo escuchara...
- Es como romántico - le dije-.
No sé si te va a gustar.
- ¿Por qué no?
- ¿Y no tienes un banderín del Colo-Colo?
- ¿Del Colo-Colo?
-Sí... ¿no te gusta el Colo-Colo?
- ¿Por qué me habría de gustar?
- A todos les gusta el Colo-Colo - murmuré, sintiéndome ridícula.
- A mí, no.
- ¿No te gusta el fútbol?
- No. A mi hermano le gusta.
- A mí me gusta un poco, pero si a ti no te gusta...


PALOMITA BLANCA "QUE POCO TE QUEDA, VIDALITA DE LO QUE ANTES FUISTE"


Después me fue a dejar a la casa.
Nos comimos como cuatro plátanos y yo me reí porque una de las empleadas viejas le decía "niño Juan Carlos" y lo retaba, le decía que estos jóvenes de ahora que no llegan a dormir a sus casas, que andan como los huachos, y él me explicó que era la Rosalinda, una mama que tuvo de chico y que era pura boca no más y puro na que ver, y que la vieja era buena y le prestaba plata.
- ¿Y cuándo llegan tus papás?
-¡Qué sé yo!
El viejo es como tonto para el golf y no se mueve de Santo Domingo, y es capaz de pasar días enteros dándole con el palo.
- Y... ¿tus hermanos?
- Por ahí ... por ahí.
- ¿Tú eres el menor?
- Sí.
- ¿Y tienes hermanas?
- Dos.
- ¿Casadas?
- Una. La otra, la Consuelo, ya chutió al primero.
- ¿Y tienes tres hermanos hombres?
- No. Dos. El José Luis y otro más que es un pelota.

Quería saberlo todo.
Todo.
Quería acordarme por mucho tiempo de su pieza, de su escritorio lleno de libros, del tocadisco donde escuchamos a los Beatles y donde él me cantaba una cosa que no entendí y que él me escribió en un papelito, y que era algo como: "one day, you'll find that I'll be gone", y las camisas lindas que tenía y montones de zapatos y el sol que entraba en la pieza y caía en la cama y el canario que se llamaba Yusupoff, y yo quise decirle que yo iba a ser como ese rayito de sol que caía sobre la colcha, pero, claro que era una tontera como de Corín Tellado, y por suerte no se lo dije.
- ¿Has leído a Corín Tellado?
- No.
Entonces me fue a dejar y dijo que después se iba volando a Santo Domingo porque la vieja lo iba a matar, porque le había prestado el auto por un par de horas y yo le dije que tuviera cuidado porque era peligroso que manejara tanto y apenas si había dormido, pero él sacó otra botella como de pisco o algo y se la llevó para el camino y me fue a dejar y a mí me daba harta vergüenza que me fuera a dejar por esas calles tan sucias que hay detrás de la Vega, y pa más remate que yo vivía en la calle Salas al llegar a Lastra que es la más sucia de todas, con los camiones y las carretelas, pero él, bien dije, como que ni se fijó.
- ¡Nos vemos! - dijo.
Yo le quedé mirando, como triste.
- Un día nos vemos - agregó.
- Un día - repetí.
- Pregunto por María... y...
- María Acevedo Acevedo - le expliqué, para que no se fuera a perder.
- Pregunto por María Acevedo Acevedo.
- ¡Chaíto! - le grité.

Ya iba corriendo en el auto y le chirriaron las ruedas en la esquina que casi se da vuelta, y yo dije, Virgencita de Montserrat cuídalo, y entré a la casa de mí madrina.
Estaba más enojada.
Que yo era una perdida, que hablía ido a buscarme a todas partes, que la iba a matar de la preocupación, que venía llegando de las Postas, de la Asistencia Pública, que la Telma lo más bien que estaba trabajando y que quién sabe con quién andaba yo, que ella no me iba a aguantar más, que mejor me volvía a la población, que de la comadre Juana no podía esperarse trigo limpio, y que para qué ella había cargado con esta responsabilidad, que las muchachas ahora eran todas unas sueltas, que si no, que leyera lo del festival de los coléricos que estaba en todos los diarios y que había como cinco niñas de buena familia perdidas y que la Telma era harto mala de la cabeza de no haberle avisado que yo me había quedado a dormir con ella y que...
- ¿Vio a la Telma, madrina?
- Claro que la vi... Pero... tonta lesa yo... se me ocurrió cuando ya había echado los pies buscándote...
- ¿Qué le dijo?
- ¡Qué me iba a decir! ¡Qué fuistes a esa fiesta donde su tío y se les hizo tarde, y te quedaste a dormir con ella y no avisaron...
Me reí pa callado. La Telma era re buena galla. Un día le devolvería la mano. La Madrina también era buena como el pan.
- Y lo peor es que perdiste el colegio hoy...
- Un día madrina...
- Eras tan buena, hijita... Nunca me diste la menor preocupación. Siempre le decía a la comadre Juana, la María sí que va a salir hacendosa.
Entonces mi madrina se puso a llorar y a mí me dio mucha pena porque estaba ya bien vieja, de pelo blanco y medio encorvada y me quería igual que si fuera su hija.
- ... y fui a la Caja a cobrar el montepío y nada, no hay hasta el quince... todo se junta...
- Yo no quiero seguir estudiando, madrina...
- ¡Cómo que no!
- No. Yo quiero trabajar y ayudarla.
Somos muy pobres. Y los hermanos...
Quiero ayudarlos. La Telma me dice que puedo entrar de garzona, que ella le habla al dueño.
Yo ya había dicho varias veces a mi madrina eso, pero ella se enojaba siempre, y después me decía que todos los sacrificios que había hecho eran para que yo terminara la humanidades y fuera alguien, pero yo me sentía alguien, y ahora más que nunca.
Como a los diez días, cuando estaba en el colegio vino Juan Carlos y me tiró una carta por debajo de la puerta y por suerte mi madrina no abrió, porque fue en la tarde y ella andaba en la Caja, por lo del montepío.
Yo corrí a mi pieza y me encerré y tuve la carta apretada contra mi corazón, y pensaba qué terrible habían sido esos diez días y yo pegada a la radio y todas las canciones como que me hablaban de Juan Carlos y abrí la carta después y apenas decía nada, una frase, decía: "Ni una palabra de Silo a nadie. Secreto".
Y la palabra secreto estaba subrayada, y con letras grandes.
Ni firma, ni siquiera había dicho querida María o algo.
Nada.

Después vinieron unos días, fue como un mes, en que yo me sacaba puras malas notas y me ponía a mirar por la ventana donde había un patio con tierra y un naranjo viejo, y ahora estaba verde, y a veces llegaban unos pajaritos y me puse a dibujar en los cuadernos, llené dos páginas con el nombre de Juan Carlos, y traté de hacerlo también, pero me salió más feo, todo chueco, y no se lo dije a nadie, aunque me moría de ganas, y puse el nombre con unas letras negras en el bolsón, por dentro y dibujaba unos corazones con iniciales, y una tarde que se enfermó la señorita de Matemáticas, y nos fuimos más temprano, yo pasé a ver a la Telma y le conté.
- ¿Y él, te quiere?
- No sé.
- Pero, ¿te ha dicho algo?
- No. Nada.
- Es que es muy cabro, María... Búscate uno - más grande.
- A mí me gusta él.
- ¿Y me vas a decir que se bañaron desnudos?
- Sí... Pero no se lo vai a contar a nadie, Telma ... Júramelo...
- ¿Y a quién querís que se lo cuente yo? Oye... ¿y no hicieron nada?
- Nada.
- ¿Y si él hubiera pedido, oye?
- No sé... no sé...
- Lo que te pasa, es que estai enamorada, María...
Me asusté mirándola un rato con la boca abierta.

Era más buena amiga la Telma.
Hasta una blusa me prestó, de esas Caffarena, con flores y todo, y me veía re bien cuando iba a comprar el pan todos me gritaban cosas y uno me dijo: -
¡Dios le guarde las tetitas!
Y me dio rabia, pero no le hice caso porque era un roto mugriento medio curado, "El Milico", que desde que llegué a Salas que me andaba molestando, y ni a la puerta del cité podía salir porque siempre estaban algunos.
A veces venía la Mirta Soto, que me ayudaba a hacer las tareas de Química que yo no entendía nada, y le volvía a decir a mi madrina que por favor, que me dejara trabajar, que nunca iba a pasar a quinta, que era muy difícil, pero mi madrina se ponía furiosa y yo corría a encerrarme a mi pieza y ponía la radio a ver si salía Manzanero y una vez escuché cuando cantó eso de "esa tarde vi llover", y se me saltaron las lágrimas, y aunque no llovía, aunque estaba bien nublado, de todos modos, cuando decía "y no estaba s tú" yo me imaginaba a Juan Carlos corriendo en auto o haciendo quién sabe qué locura, y entonces sacaba el manojo de pelitos rubios que tenía, que todavía los tenía, en una cajita, los tenía y me ponía a besarlos como tonta.

Esa semana llegó la mamá a ver a la madrina y me dio harta pena verla, estaba más curada que nunca, y mi madrina dale que dale tazas de café, y mi mamá que resoplaba y lloraba y de nuevo estaba esperando, y mi madrina le decía que hasta cuando, y venía con el Lalo y el Porotito que me gustaba más porque se parecía un poco a mí, tenía los mismos ojos verdes, grandes, y era bien cabro chico, como tres tenía, y el Porotito a pata pelá y el Lalo con unas chancletas todas rotas, y estaba lloviendo ahora, y se ponían a comer el pan como si recién acabaran de conocerlo y mi madrina siempre terminaba enferma después de estas visitas y mi mamá decía que yo era una pará, que mejor me volvía a la población a ayudarla a lavar ropa, que la estaba convirtiendo en una señorita y que lo que yo era, era una puta, que ella sabía lo que había pasado con don Beno, que era el hombre que tenía, al que le decía antes tío, y entonces mi madrina se ponía hecha una fiera y le decía que toda la culpa era de ella que cuándo se ha visto hacer dormir a una niñita de seis años co ella y con don Beno, en la misma cama, y que cómo se atrevía a hechármelo en cara, que si no tenía corazón, y le gritaba que se fuera, que no volviera más, mientras yo no paraba de llorar, y la vieja me seguía gritando: ¡puta! ¡puta! y mi madrina la empujaba y le decía que iba a llamar a los carabineros y el Lalo la tomaba de un brazo y le decía, vamos mamá, vamos... Y el Porotito estaba sentado en el suelo de baldosas jugando con la cola del gato.


PALOMITA BLANCA "PALOMITA FLACA, VIDALITA DE PIQUITO HAMBRIENTO"



Yo tenía diez años cuando elegimos al último Presidente y ahora, de nuevo, íbamos a elegir a otro.

Mi madrina era alessandrista y decía que el viejo, el león, decía, había hecho cosas muy re buenas y fue entonces cuando vivía don Lucho, que lo más bien que había hecho su carrera en carabineros y llegó a sargento por sus méritos y pudieron comprarse esa casita en el cité, que no era muy elegante ahora, pero que en un tiempo vivían puros carabineros, hasta un teniente vivió ahí y que ese techo se lo debía a don Lucho, Dios lo tenga en su santa gloria, que le había dejado un montepío que si no fuera por los políticos que se robaban todo la moneda sería la misma y ella podría vivir mejor como vivía cuando don Luis que era tan cariñoso, Mariíta, si tú lo hubieras conocido, nunca se olvidó de mi cumpleaños y cuando celebrábamos nuestro aniversario de matrimonio nunca dejó de llevarme a comer al "Merville", donde lo conocían y nos daban unos asados especiales, y lo que don Luis sintió más, y yo también, hijita, ay, cómo le pedía a la Virgen de Monserrat, pero nada, era no haber tenido un hijo, un hombrecito, me decía, para que entre al Cuerpo y llegue a ser sargento, hasta capitán puede llegar a ser si es empeñoso.
Y entonces me decía que este Alessandri era tan bueno como el otro y que ella se acordaba la primera vez cuando fue presidente, que yo estaba muy chica, que el montepío le alcanzaba para el doble, y que por eso ella iba a votar por él, y que si yo fuera más grande y pudiera votar...

En el colegio todos andaban en lo mismo en todas partes, yo no me había dado ni cuenta antes, pero como pasaban y pasaban los días y de Juan Carlos, nada, yo me puse a mirar y todo Santiago estaba lleno de letreros y la cosa era entre Alessandri y Allende, y otros decían que Tomic iba a arrasar, y yo, un poco por llevarle la contra a mi madrina y otro porque la Mirta Soto, que era una de mis mejores amigas, me puse más allendista y pasábamos discutiendo con otras compañeras del Cuarto B, y un día fuimos con la Mirta a la Población La Pirámide a ver a la mamá que me había mandado llamar porque decía que estaba enferma y vimos que toda la población estaba llena de letreros y banderas y que todos eran allendistas y hasta mi mamá que, nunca se ha metido en política y don Beno andaba de lo más raro y hacía como quince días que no tomaba porque estaba metido en un sindicato y a mí me daba más vergüenza siquiera mirar a don Beno, que tantas veces le pedí a la Virgencita de Montserrat que le diera la tuberculosis a don Beno, o que lo matara alguien por lo que me había hecho, pero nada, ahí estaba el viejo medio pelado y sin dientes.

Y la mejora había crecido, le hicieron dos piezas y la mamá me dijo que mis hermanas ahora dormían todas en la otra pieza, y a mí me daba una rabia ver eso, porque había llovido la noche antes y había barro por todas partes y dos somieres para nueve cabros que dónde...
Mi mamá decía que cuando saliera Allende iban a darle una casa que se la iban a quitar a los ricos, una casa, que don Beno le había jurado que eso era lo que iban a hacer en el sindicato, y yo me acordaba de la casa de Juan Carlos, la mansa casa que tenía, llena de salones vacíos, y me juraba que antes muerta a que le tocaran nada a Juan Carlos.

Y lo peor es que la radio ya casi no tocaba música y puros discursos y un día la Telma me convidó a la fuente de soda porque habían puesto un televisor, y vimos cómo eran los tres candidatos, y el más dije era Alessandri, como buen mozo era el viejo y medio enojado todo el tiempo, y seguro que el papá de Juan Carlos era así, y Allende era como con cara de profesor, se parecía al señor de Física que teníamos, un viejo con el mismo bigote así medio blanco y con cara de viejo verde, y el otro, Tomic era muy negro con anteojos y el pelo blanco, todos tenían anteojos, y Tomic se parecía a un cura, más mejor al sacristán de la Viñita, era bien parecido y hablaba así como los curas como perdonándolos a todos.
De todos modos yo le dije a la Telma que yo era Allendista la Telma se puso a reír y me dijo que qué cresta me podía importar, y yo le dije que me importaba porque mi mamá estaba metida en el barro hasta el cogote que tenía nueve hermanitos que se morían de hambre y ella me dijo, si, como no, créele a los políticos, me dijo, y yo dije que cómo íbamos a seguir así, que mis hermanitos no tenían zapatos y comían basura, y ella me dijo que eso era porque don Beno era un curado y no trabajaba y porque la mamá también era otra curada, y era cierto, pero yo le dije que yo quería ayudar a mis hermanitos, y ella me dijo que los pobres tenían que rascarse solos, y me dio harta pena la Telma que es más aséptica y en lo único que piensa es en pasarlo bien y en comprarse ropa y en salir con los taxistas.


A pesar de todo venía el dieciocho y salieron a vender banderitas.
En la plaza Ercilla se ponían a vender las banderitas y un día mi madrina me convidó al centro y tomamos una micro Ovalle-Negrete en Independencia y fuimos hasta la calle Ahumada y vimos las vitrinas y mi madrina me dijo que un día me iba a comprar un vestido, porque yo andaba siempre de pantalones, que a dónde se ha visto una cristiana así, me decía, que eran unos bluyines que me había regalado la Telma, porque le quedaron chicos y mi madrina me dijo que parecía una pobre, y yo le dije que éramos pobres, pero ella me convidó a tomar helados a "Falabella" en unas mesitas blancas y tomamos helado con galletas de champaña y mi madrina me dijo que don Lucho, para el dieciocho, siempre se conseguía un cabrito, con unos compadres que tenía en Til Til, y que ella hacía un asado y que convidaba a unos amigos, eso cuando no le tocaba guardia, que a veces, en la noche, le tocaba guardia, y tenía ella que quedarse sola pensando en don Lucho, que quién sabe en qué peligros andaría metido con tanto ladrón y asaltante.

Yo estuve triste un montón de tiempo, ni comer quería, que mi madrina me decía que ya no tenía estómago, que estaba en los huesos, que me iba a dar la tisis, y yo, qué ganas iba a tener, y ella me hacía pastel de papas con dos huevos duros adentro y pasas, pero nada, no podía comer.
Un día encontré un "Clarín" viejo donde hablaban del festival de los jipis y decían que se habían perdido no sé cuantas chiquillas y habían unos fotos y yo estuve mirando bien a ver si reconocía a Juan Carlos en una, pero nada.

Otra vez llegó la mamá y me dijo que teníamos que ir a una concentración allendista en el parque Cousiño, que yo tenía que ir también y le pidió a mi madrina que fuera, pero mi madrina no quería ni oir hablar de eso y me prohibió que fuera y yo no sabía qué hacer porque a quién hacerle caso y le pregunté a la Mirta Soto y ella me dijo que ella iba a ir también así que fuimos.
Que era como a las tres de la tarde cuando teníamos que reunirnos frente a la estación Mapocho, y mi mamá estaba con todos los chiquillos hasta el Porotito lo había llevado, y con un palo con un letrero, y dijo que don Beno iba a la cabeza de la columna Población La Pirámide, y comenzaron a caminar y a gritar, y todos gritábamos: ¡Allende! ¡Allende! ¡Allende no se vende!...
Y la Mirta tenía plata y compramos maní.
En el parque habían montones y seguían llegando y estuvimos a todo sol paradas como cuatro horas hasta que llegó toda la gente y habían banderas chilenas como en el dieciocho y hablaron un montón de personas, unos gordos enormes, de bigotes, que gritaban y después habló uno bien flaco, de anteojos, y después habló Allende y dijo un montón de cosas de nosotros, los pobres, y yo le dije a la Mirta, ves Mirta, no te decía, oye, y ella me decía a mí, quiubo, que te parece, y Allende hablaba y hablaba y decía que la revolución, que los pobres... que todo iba a cambiar, decía.

Pero, pasaron los días y nada cambió.
Me pusieron un uno en Química.
A la madrina se le volvió a atrasar el montepío.
Nos cortaron la luz.
Mi mamá tuvo el otro cabro que se le murió a las dos semanas, porque se lo habían ojeado, según nos vino a decir llorando, pero mi madrina dijo que se había muerto de diarrea porque le daban ulpo y pan remojado.

Yo planté una matita de toronjil en un tarro.
Me la regaló un joven en el almacén.
Siempre me decía que yo tenía cara de pena.
Me decía "siempre tan apenadita, usted" y a mí como que se me iban a saltar las lágrimas y me reía y el joven trabajaba en la caja y un día me regaló la mata de toronjil y me dijo que era bueno para la pena.
Y yo me reí de nuevo.
Pero, igual la planté, y la pasaba regando y un día estaba lloviendo y había otra concentración de Allende y mi mamá volvió de nuevo a decirme que fuera, pero yo no quería ir porque tenía los mocasines rotos y eran los únicos, los del colegio, y le diie, pero la vieja, más porfiá me dijo que le mirara los zapatos a ella, y lo más bien que yo voy me decía porque pa eso soy chilena y yo lo único que le pedía a la Virgencita de Montserrat era que la mamá no apareciera más, que se fuera, que se borrara y la madrina con tanta tos que apenas podía levantarse y las dos solas como los gatos y la madrina que me pedía que atrancara bien la puerta que en el cité había gente mala, entonces yo me preparaba una agüita de toronjil a ver si se me pasaba la lesera, pero nada, ni la radio podía poner porque todavía no pagábamos la cuenta y me cargaba el colegio, todo, había noches en que me quería morir, en que le pedía a la virgencita que me llevara, ¡llévame virgencita!, le decía, mira que no aguanto más...

Encontré de nuevo otra carta.
Igual, un sobre blanco.
Debajo de la puerta.
Como a las siete de la tarde.
La madrina me había mandado a comprar un paquete de fideos.
Corrí a abrirla. "Silo se reúne. Espérame en la puerta, mañana, a las cinco".

Todas las plumitas, vidalitate las llevó el viento

Dormí mal.

No podía conciliar el sueño.
Estaba nerviosa y me daba vueltas en la cama y apretaba las dos cartas de Juan Carlos, que es más el Juan Carlos, que ni siquiera las firmó, ni siquiera le puso querida María que qué le habría costado, o simplemente María, como en la serial, y me dije, mejor trata de dormir, oye, que si no manana vas a estar con unas ojeras, y nada, la madrina ronca que ronca, los gatos peleando y al amanecer, que tenía que ir al colegio temprano, los vecinos comenzaron a gritar cuando todavía estaba oscuro, con las carretelas y los bocinazos de los camiones, que la madrina tuvo que remecerme cuando me agarró el sueño y me vestí a la carrera y tomé café con leche y el pan me lo fui comiendo en el camino, que había sol, y ahora sí que iba a comenzar la primavera, de todos modos llegué como a las nueve, cinco para, y la señorita me mandó a la inspectoría y me pusieron un anotación, es más la señorita, me tiene más mala barra, desde que el año pasado, me eligieron reina del curso, me tomó entre ojos y el promedio de Matemáticas es más importante para la prueba global, y me tinca que ahora no voy a poder seguir estudiando yo lo que quisiera es estar con el Juan Carlos, todo el tiempo, ir a verlo cuidarlo, lo malo que no sé nada de él, hoy le voy a preguntar aunque se me sienta, no sé ni la dirección que se la voy a pedir, ni el teléfono, para poder mandarle alguna vez una carta o llarnarlo. Me pusieron un cero en la prueba escrita de Física, no contesté ninguna pregunta y aunque la Mirta me trató de ayudar y me dijo que copiara y me pasó un torpedo, nada, no estaba allí, miré el patio y el naranjo que ahora sí que estaba verde y ahora sí que habían pajaritos, como cuatro o cinco y después en Historia, me puse a escribir una carta a Juan Carlos que no la pude hacer que decía te he echado tanto de menos y repetí lo mismo cómo en dos páginas, y la Mirta trató de leer lo que yo había escrito pero yo no la dejé, porque son cosas privadas, le dije y ella me contó que el Mario la había vuelto a besar, a la mala y yo le dije que Juan Carlos me había besado muchas veces, y ella me miró con envidia y después me dijo, lo que pasa es que tú eres re bonita, podrías ser hasta la reina del colegio, si quisieras, y la ,Mirta era más, pa lo que me importaba a mí, en el recreo me preguntó:
- Oye... ¿y tú, hai fumado marihuana?
- Claro -le dije.
- Oye, ¿y cómo es?
- ¡Caballo!
- Debe ser re choro.

El Mario me dijo que se iba a conseguir.
Sabís que la Eliana Maldonado anda con cigarrillos.
Si la pillan la expulsan.
Nos volvíamos por Recoleta tomadas del brazo con la Mirta y nos metíamos por Dávila y a veces pasaba un ratito a su casa, que tiene una casa lo más decente, que el papá es comerciante, y tiene un puesto de fruta al por mayor en la Vega, pero esta vez no me quedé ná, y me vine corriendo a mi casa y me lavé el pelo con quillay y me lo escobillé un montón, para que estuviera bien negro y me puse los pantalones, los yines de la Telma, que los había lavado y una chomba de jersey roja, la más bonita de todas, que me regaló mi madrina el año pasado para mi cumpleaños y como soy bien morena dicen que el rojo me queda muy bien y me puse un collar que me prestó la Mirta, que es como jipi, con unos pedazos de madera y de alambre y me puse a esperar a Juan Carlos que llegó como a las cinco y media y yo ni la puerta podía, abrir porque el Milico andaba curado y andaba por la cuadra y de repente llegó Juan Carlos y casi atropella a unos cabritos que jugaban a la pelota en la calle.


Y tocó la bocina y yo corrí y la madrina detrás que a qué horas iba a llegar, que no llegara tarde, que ella se asustaba tanto, que le avisara...
Me dio risa. Estaban todos mirando con la boca abierta en el barrio.

Yo misma no lo podía creer.
Porque Juan Carlos venía ahora en un auto fantástico, grande, blanco, un Mercedes Benz precioso, nuevecito.
- Es del viejo -me explicó.
Los niños lo tocaban y dejaban las manos encima y de toda la cuadra salieron a verlo y el Milico me miró un buen rato y miró a Juan Carlos y movía la cabeza, más intruso el Milico.
- Es un dos ochenta y corre más que el Austin Cooper.

Ya vas a verlo. El viejo se fue anoche a New York y yo se lo saqué.
Casi no me había mirado. A pesar de que yo lo miraba y lo miraba.

Seguía, más lindo que nunca.
Tenía una chomba azul preciosa y unos pantalones a franjas azules y blancos y estaba elegantísimo.
- Creí que no venías.
- ¿Recibiste la carta?
- Sí, las dos... Pero igual creí...
Me temblaba la voz al hablarle.

Más tonta. Carraspié bien.
- ¿Donde vamos?
- Hay reunión.
- ¿Lejos?
- Cerca de San Antonio.

Vas a conocera nuestro epónimo.
- ¿Epónimo?
- Sí, a Bruno. Al jefe.

Yo soy coetáneo de Silo y quiero que también lo seas tú.
- Lo que tú digas.
- Cuando los dos estemos en la iglesia... o sea, seremos puros, distintos.
- Sí, Juan Carlos.
- Pero, no hay que contárselo a nadie...

¿Se lo has contado a alguien?.
- A nadie, Juan Carlos.
- Todavía estamos en las catacumbas ¿entiendes?

Somos una iglesia secreta...
Pero ya vendrán los días de la luz, llenaremos Chile, América, el mundo...
Así dice Bruno, que seremos legión, dice...
- ¿Y si no me admite?
- Si pasas por la prueba de iniciación...

Y presentada por un coetáneo...
- ¿La prueba?
- Hay que hacerla, María.

Y en la cripta, frente a todos los coetáneos.
- ¿Y en que consiste?

Soy mala pa las pruebas...
- Tienes que hacer, en la cripta , frente a todos nosotros, lo que más te avergüence.
- ¿Lo que más me avergüence?
- Sí, lo que te dé más vergüenza, eso que nunca te atreverías a hacer frente a los demás... ¡Esa es la prueba!


Ibamos saliendo de Santiago.
El auto tenía olor a cuero, y tenía una radio que sonaba por delante y por atrás, y yo me puse a pensar que qué era lo que más me avergonzaba y no sabía que era, y se me ocurrieron cosa terribles como contar lo de don Beno, pero antes me mataban que hacerlo.
- Si te liberas de tus vergüenzas, dice Silo, serás pura de nuevo y borrarás el estigma, o sea, el pecado original.
- Si me libero...
- Volveremos al paraíso... 0 sea...

¿no te day cuenta, María, que todos los de Silo andamos buscando el paraíso?
- Sí, Juan Carlos.


Como a las seis y media de la tarde llegamos.
Cerca de San Antonio, salimos del camino pavimentado y nos fuimos como a un fundo adentro en medio de unas colinas y allá, al fondo, en unas casas blancas, estaban.
Yo me creí que iban a haber puros chiquillos, pero vi un montón de viejos y algunas señoras y estaba el tal Bruno que tenía los ojos brillantes, como lustrados, y le faltaba un brazo.
Se habían puesto unas túnicas blancas, como delantales de enfermeros y Juan Carlos me dijo que él también tenía su túnica de coetáneo y que yo la iba atener cuando me iniciara y yo tenía más susto porque todos hablaban en voz baja y después nos juntamos a escuchar a Bruno que dijo más cosas, sobre el paraíso y la pureza y como había que crear el alma, formar el alma, decía, en el nido del cuerpo, como un huevo empollar el alma, empollarla hasta que naciera dentro del nido, y también habló de que había que aprender las nuevas oraciones, los rezos, que se creaban adentro del alma y nos dijo, recemo, y todos nos arrodillamos para rezar y todos nos quedamos bien callados, inventando los rezos aunque yo miraba a Juan Carlos, que se veía mejor que ninguno, mucho mejor que Bruno, porque Juan Carlos es alto y delgado, y con su melena rubia, y el delantal blanco, se parecía a un actor de cine que hace unas películas sobre médicos, o sea parecía a un ángel, cada vez más.
Y ya estaba poniéndose el sol y Bruno indicaba al sol y hablaba de nuevo y todos sentados junto a él, y había un viejo enfermo medio como con un paralís, que temblaba y temblaba y el sol le caía encima y el viejo daba unos gritos como de pájaro y se levantaba de la camilla y era como si el sol lo estuviera quemando, cuándo, si apenas entibiaba, y daba unos gritos: - ¡Ay!
Y un salto en la camilla. Y otro grito: -¡Ay!
Y así y con él estaban dos muchachos que le decían, tranquilo abuelito... tranquilo, abuelo... pero veíamos todos que el viejo como que se estaba muriendo y Bruno pedía que nos tomáramos de la mano y rezáramos por el viejo y el viejo estaba anaranjado de sol y dos veces, como temblaba tanto, se le cayeron los dientes postizos que me dio una risa y tuve que morderme una mano y los nietos se los recogían y los lavaban como en una acequia que había y se los volvían a meter en la boca, y habían montones de autos elegantes porque todos parecían gente bien, como con plata.

Después, cuando fue más de noche, y algunos empezaron a irse Bruno seguía hablando, aunque yo ni juicio le hice porque lo único que me interesaba era mirar a JuanCarlos que estaba muy serio y no despegaba los ojos del manco, entonces nos quedamos como un pequeño grupo y a Bruno le mostraban libros, quién sabe qué serían los libros, y Bruno anotaba en un cuaderno, y Juan Carlos le habló y me mostró y Bruno, más tarde, cuando ya se hablan ido casi todos y era bien de noche, me dijo:
- ¿Crees?
- Sí - le contesté.
- Si crees, creerás en Silo - me dijo.
Yo movía la cabeza.
- ¿Estás preparada?
Juan Carlos dijo que sí.

Que yo era pura.
- ¿Eres pura? - me preguntó Bruno.

Y yo, como que me puse colorada, que qué le iba a decir, aunque como era de noche no se notó.
¿Eres virgen? - me volvió a preguntar.
Yo no sabía donde meterme.

Mire que venir a preguntar eso.
¿Y qué le iba a decir?
¿Y cómo le iba a contar que el tío Beno... ?
- Si estás en pecado sólo puede redimirte la prueba...
- Le expliqué algo - dijo Juan Carlos.
- Pero, aún no es tiempo.

Acabas de llegar.
Necesitas impregnarte del espiritu de Silo.
Para ser coetáneo hay que prepararse.
Y tú - miró a Juan Carlos- tú la ayudarás para que ingrese a la cripta, cuando llegue el tiempo.
Yo tenía más miedo.

Si seguía preguntando el joven o me pedía que hiciera la prueba.
- En quince días más nos reunimos.

Cuando Silo avise. Cuando vuelva a hablar.

Nos fuimos bien tarde y yo encontré más fome todo, porque Juan Carlos y un grupo chico se quedaron hablado con Bruno y yo me anduve como aburriendo mirando unos perros y unas ovejas medio peladas.
- ¿Que te pareció Bruno? - me dijo Juan Carlos, cuando ya corríamos de nuevo hacia Santiago.
- Bien - le dije. No sabía que decir.
- Es nuestro epónimo. Aquí. Y un día tú vas a entrar a Silo.

Me dijo que aún no. ¿Tienes miedo a la prueba?
- No.
- Tienes que ser muy sincera, María.

A veces es terrible. 0 sea, lo que más le avergüenza a uno...
Yo, por ejemplo..., ¿te cuento? Casi siempre son cosas sexuales...
¿Tienes miedo a las cosas sexuales?
- No - mentí.
- Hay que hacer en público esas cosas espantosas que uno hace pa callao.

Por ejemplo, yo me corrí la paja, ¿entiendes?
Tuve que masturbarme porque siempre lo hago, a escondidas, mirando los Play Boy. Y Bruno me advirtió que si era un exhibicionista mejor pensara en otra cosa.
Que no importaba que uno fuera virgen, que siempre estaba lleno de pecado, de inmundicia, o sea...
Algunos se sacan la prueba con cualquier cosa, pero Bruno los pilla altiro, y yo quise... o sea, quise limpiarme...
¿entiendes?
Y me sentí mejor, cuando todos me miraron, y yo estuve limpio, me sentí puro nunca más a escondidas, nunca más nada...
Silo recomienda la castidad, hasta que llegue el amor.
Cuando hay amor... dice Bruno, o sea, la vida sexual es la plenitud de la comunión, así dice...
Si no hay amor, el sexo es una maldición, el pecado mismo...

Yo iba pensando un montón de cosas, pero como hablar con Juan Carlos, la pura, que me daba más vergüenza, además era más instruido, sabía montones y me dijo que Krisna Murti, o algo así, que tenía que leerlo, que me iba a prestar unos libros, que los poderes, que me había estado llamando por poderes, y yo no supe nada, la tonta, porque no estabas lista, por eso cuando estés en la onda, cuando sientas mis ondas, me decía, y me decía que él ni siquiera usaba el teléfono ahora y otro montón de chivas, aunque yo lo miraba y lo miraba y como que no lo oía, como que no podía entenderlo, porque cuando le veía los ojos o a la boca que era tan linda, con los labios rosados, medios gorditos.
-¿Y qué le pasaba al viejo? - le pregunté.
- Está desahuciado... Y Silo lo va a curar. Ya está mucho mejor.

Cuando Silo nos llamó, hace un año, y fuimos, y fue en la cordillera en un lugar secreto, y Silo bajó de la montaña y si hubieras visto al viejo pensamos que se moría mucho antes, y Silo lo tocó...
- ¿Silo? Silo... Pero, entonces... ¿Silo existe?


Y ahí Juan Carlos como que se me anduvo enojando.
Nunca debí preguntarle, más tonta, como que me miró y se puso rojo y empezó a correr más fuerte y no me habló, un buen rato hasta que íbamos por Talagante y me dijo:
- A ti, todavía, te falta mucho.
Y yo tratando de arreglarla pero, qué sabía yo.

Me dejó en la casa, como a las nueve y media de la noche, y sin siquiera tocarme la mano, se fué.

Yo, yo miré muda, y como que quería decirle algo, que cuándo, que si me iba escribir y me acordé que ni siquiera sabía su número de teléfono, que si estaba muy enojado, que me perdonara, yo traté pero el cerró la puerta del auto y se fue y me miró casi con odio y yo entré corriendo a la casa y me tiré encima de la cama y estuve llorando y no quise comer.


PALOMITA BLANCA " ES UN VIENTO MALO , VIDALITA UN VIENTO FRIO"

- Puras cabezas de pescado - me dijo la Mirta, cuándo le conté.
Aunque no debí haberlo hecho pero la hice jurar, ¡y a quién le iba a decir, si no!
y la Mirta me dijo que tuviera cuidado porque esos jóvenes, eran medios corrompidos y seguro que iban a terminar todos presos, que ella, ¡cuando había oído hablar de Silo!
- El Bruno dice que todavía no estoy lista.
- ¿Y qué vas a hacer, cuando estés lista?
- La pura que no sé... No sé si me atreva.
- Seguro que te van a hacer alguna cochinada...
- Pá mí que Juan Carlos ya no más. .
Se ofendió con lo que le dije.
Y me dio miedo al tiro, cuando dije eso.
- Es un joven bastante raro tu Juan Carlos.
- ¡Si tú lo conocieras!
Ya estábamos como a fines de agosto y nadie hablaba sino de política, de manifestaciones, y la radio puros discursos y mi madrina dale que dale con Alessandri, y que el tío Lucho, que si no salía Alessandri que qué iba a ser de nosotros y mi mamá que llegaba a buscarnos todo el tiempo, que andaba más agitada, y me dijo que ahora sí, y venía con todos los chiquillos y yo fui a dos concentraciones más, que más las apreturas, aunque cantábamos y dábamos gritos y en la segunda un joven que llevaba una bandera chilena como que me anduvo siguiendo, porque se instaló a mi lado y no se me despegaba, más ligote, y me dijo que le ayudara a sostener la bandera chilena, y cada vez que nos poníamos a gritar, me miraba a los ojos, como si estuviéramos cantando a dos voces, y me dijo que él era de las juventudes comunistas y me dijo que yo tenía unos ojos verdes preciosos, lo que yo ya sabía.
Como todo estaba revuelto, y habían peleas, y se dieron de golpes allí mismo, en la calle Salas, con Lastra y llegaron los carabineros con el Grupo Móvil que lo llaman y tiraron bombas lacrimógenas que la casa se pasó entera y todos llorábamos y mi madrina decía que a dónde, que en tiempos del finado Lucho, y habían disparado contra un joven que estaba pintando una pared y se decían montones de cosas, traidores y vendidos y momios y ladrones, y no se qué, y ya no podía ni salir a la calle, y todos andaban como sordomudos haciéndose señas, que el uno, que el tres, y en el colegio nos dieron vacaciones que qué iba a hacer yo con las vacaciones, aunque la mamá me vino a buscar y me dijo que mi lugar estaba en la población y pa allá me fui un día, que se me había olvidado,cómo era eso, que la mejora se estaba cayendo y no tenían luz, puras velas, y el agua había que ir a buscarla en chuicos como a seis cuadras y todo en medio del barro y la cochinada y los hermanitos medios desnudos, y el tío Beno, que me cargaba verlo, que me dolía el estómago verlo, el viejo ni me miraba siquiera y la mamá hacía té con sopaipillas en un brasero y entraba y salía gente, los vecinos y toda la población con banderas chilenas y con letreros de Allende, más grandes los letreros, y me dijeron que en dos semanas más, que íbamos a ganar, que por fin los pobres, que a don Beno le tenían prometida una casa con living y todo, y mi mamá estaba más brava y un día se agarro a peñascazo limpio con otros pobladores que eran tomicistas y una piedra le dio en la cabeza a la vieja, y hubo que llevarla a la posta para que la cosieran y mi madrina dijo que eso le pasaba por mala de la cabeza, y yo le decía que mejor nos, preocupábamos de los chiquillos que el Porotito no tenía ni siquiera zapatos, y andaba casi en pelotas y un día lo íbamos a encontrar muerto, y a mi que me gustaba tanto el Porotito, un día, si yo pudiera tener un hijo de Juan Carlos, me decía, cuando me ponía a soñar en la pieza, porque, eso sí, nunca me quedé en la población, que qué me iba a quedar si en el rancho no había dónde, y que qué iba a dormir en el suelo cuando donde mi madrina tenía hasta sábanas y la mamá me decía que yo era una momia, y que seguro que era alessandrista, aunque yo le juré que no.

Cuando ya faltaba como una semana y yo tenía que ir todos los días a la población a pegar letreros y a gritar en las concentraciones, que ya me estaba cabriando, y el joven de la bandera volvió a aparecer y me dijo que cómo me llamaba y yo le dije que María, él se llamaba René y me dijo que íbamos a celebrar el triunfo juntos, pero yo, bien indiferente, y un día supe que Juan Carlos había ido a buscarme donde mi madrina, y me repelé, palabra que me dio más rabia, que me dije, ahora sí que no vuelve más, que qué tenía yo que andar metida en esos tetes, y nada al día siguiente me quedé en la casa, por siaca, y llegó, llegó como a las once de la mañana y andaba en el autito chico, ahora, con otros pantalones que seguro que debe de tener un montón, que estos eran como morados y una camisa de encajes más linda, que ya me quisiera yo, que se le veía todo debajo y me dijo que subiera y subí y partimos hacia el centro y después por Providencia hacia arriba hasta un lugar que se llama "Las Terrazas" donde había mesitas afuera y nos sentamos y Juan Carlos pidió dos Coca-Cola y como que estaba enojado porque no me habló durante un buen rato.
- ¿Por quién vai a votar?
Yo le expliqué que por nadie, porque era muy cabra.
- ¡Sí! Pero, ¿quién te gusta?
Yo que no me atrevía a decírselo, que total la política es pa puro pelear, y seguro que él era alesandrista, porque la Mirta Soto me había dicho que era un momio, así que le dije:
- Mira, no sé... No me he decidido...
- ¿No eres allendista?
Como que adivinaba todo, Juan Carlos.
- No me gusta nadie.
- Va a ganar Alessandri -me dijo.
- ¿Tú crees?
- El viejo dice que gana Alessandri, a la vela.
El viejo es re amigo del Paleta.
Tú sabís que mi mamá es sobrina del Paleta.
-Y a ti. ¿Quién te gusta?
- ¡Nadie! - gritó-. ¡Nadie! Y, en voz baja -
¡Silo ha pedido la abstención! ¿entiendes?
¡Nadie de Silo vota! ¡Porque los candidatos son impuros!
0 sea, Bruno pasó el mensaje...
Todos, los tres, son iinpuros, ¿cachai? los tres están condenados...
La iglesia de Silo, dijo Bruno, no se mete en estas farsas.
- Pero, Juan Carlos...
- Nosotros vamos a salvarnos María.
Nosotros los de Silo. 0 sea, mis hermanos se ríen de mí, porque no sé cómo supieron.
¿Seguro que no se lo dijiste a nadie?
- No, Juan Carlos. No conozco a tus hermanos.
Ni siquiera... si ni siquiera sé cómo te llamas, el apellido, quiero decir...
¡Juan Carlos Eguirreizaga! -me explicó, como extrañado. Eguirreizaga Montt...
Y mi papá es don Nicodemo Eguirreizaga...
¿No lo conoces?
- No.
- El viejo ha sido ministro dos veces.
Y, ahora, es uno de los, capos del Partido Nacional.
Momio por todos lados.
El viejo es el brazo derecho de Alessandri...
La otra noche estuvo el Paleta a comer en la casa y mis hernranos, bueno, el José Luis, que es de Fiducia y los otros que son tomicistas hasta el cogote, y se pusieron a discutir con el Paleta y se armó la grande, porque el papá dijo que no aceptaba que se le faltara el respeto a don Jorge, y la mamá se puso a llorar y don Jorge me preguntó que qué ideas tenía yo y yo le dije que yo no apoyaba a nadie, porque todos los políticos, le dije, eran unos limpuros, y el viejo del papá se puso hecho una furia y me echó del comedor, y me cortó la mesada, y me amenazó con meterme a la Escuela Militar...
Y, mientras me explicaba esto, llegaron un montón de chiquillos y chiquillas y todos conocían a Juan Carlos y las chiquillas eran más lindas, y más, elegantes, como de la "Paula" eran, con unos alones de terciopelo y otras con unos ternos como de seda y todas conocían a Juan Carlos, y yo no sabía donde meterme, porque andaba de nuevo con los yines y unas zapatillas de tennis más viejas, y una chomba medio desteñida, pero todos me trataron como si fuera del grupo y hablaban de irse en la tarde a Algarrobo a una casa de no sé quién y que tenían un yate y que podían llegar hasta Los Vilos, y después se pusieron a hablar de política y unos eran tomicistas y otros alessandristas y, todos gritaban y que si iban a la concentración o no, y que Tomic había juntado más de cien mil personas.
Era bien divertido porque por la calle andaban más grupos y autos y tocaban las bocinas y montones de señoras comprando cosas.
Entonces llegó un hermano de Juan Carlos que era más alto que él y más flaco y con anteojos y con un traje bien de caballero con corbata y todo y ni la sombra de Juan Carlos, me trató como si no estuviera allí me dio la espalda y era más el Juan Carlos que nunca presentaba a nadie y cómo iba a saber, y después el hermano me dijo, -¡oye negra!
Y a mi me dio más rabia.
Después Juan Carlos se paró y se fue con todos ellos a no sé dónde se fue, me dijo, no, no me dijo nada, me hizo un gesto con la mano casi sin mirarme, y yo alcancé a decirle ¡Chao!
Y yo me quedé en Providencia casi al llegar a Los Leones, sin plata pa la micro, sin nada.
Y tuve que irme caminando hasta la casa que me demoré como una hora en llegar y me dolían los pies, y lo más, era que tenía más rabia.
Claro que cómo iba a saber Juan Carlos que yo no tenía plata pa la micro.

PALOMITA BLANCA"TE DEJO SIN PLUMAS, VIDALITA Y EL BUCHE VACIO"


- No seai lesa María - me dijo la Mirta- ese joven no te conviene.
Era más la Mirta, todo porque ella estaba pololeando con un chiquillo que trabajaba en el Banco de Chile, y la Mirta ya soñaba con el matrimonio, porque dijo que su pololo era serio, no como los otros, que ya tenía comprado algunos muebles, que se llamaba Arturo Torres y vivía con su mamá y tenía un bigotito, y aunque acababa de entrar al Banco seguro que iba para arriba porque era como bala para las matemáticas y le había hecho las tareas y le dijo que terminara sus estudios y cuando la besaba el bigotito le hacía cosquilla, le quedaba picando arriba, encima del labio. Además, la familia estaba feliz, y el Arturo vivía en Independencia con Dávila, del mismo barrio, entendís, y con los mismos gustos. Esos jóvenes del barrio alto la usan a una pa puro revolverla no más...


- Es que, es que yo creo que... que le gusto un poco - le dije. -
Oye, ¿te ha pedido que pololees con él?
¿Ah?
¿Te ha dicho alguna vez, oye María querís pololear conmigo?
- No.
- ¡ Ah! ¿vistes?
¡No te, ha dicho! ¿y, entonces?
- Es que no creo que me vaya a decir, oye...
- Ese es un momio, un hijito del papá...
Y son los peores, mucho auto prestado, y, nada...
Y de repente...
- Si ni siquiera me ha dado un beso, Mirta..
.
- Harto raro... Que querís que té diga...
A mí, el Arturo, a la tercera salida me llevó al teatro y me compró pastillas de menta y me dio un beso, pero antes me había pedido si quería pololear con él y yo le había dicho que sí... Es bien formal el Arturo...

- Juan Carlos es distinto.
- ¿Distinto? ¿Y qué tiene de distinto?
- Es... es como religioso, ¿sabís?
- Esos son los peores.
Y cada vez que hablaba con la Mirta, es más la Mirta, me quedaba como triste, como nerviosa, sin ánimos, porque tenía razón, a su modo de ver, y le pregunté a 1a Telma, fui a verla, que hacía como quince días que no iba, y le conté todo, no todo, pero, y la Telma me dijo que no fuera tonta, que ése sí era un partido me dijo que lo trabajara bien, que no se lo fuera a prestar, es más grosera la Telma, como está en una Fuente de Soda, "no prestes el poto", me dijo, y yo me puse colorada y ella me contó que tenía un joven que era teniente de ejército, antes de entrar a trabajar, y que la venía a ver a la casa, y era lindo, bien elegante y bien parecido, y un día llegó con un jeep y fueron a Colina y se tomaron unas maltas con huevo y, después el teniente comenzó a acariciarla y ella tenía diecisiete, no como ahora que tenía diecinueve, y se empezó a calentar y no podía más, y el teniente se la llevó al campo y entre las hierbas siguieron y ella era virgen, y más tonta, y el teniente allí, mismo se la sirvió y ella gritó y lo pasó pésimo, pero después volvió varias veces y siempre a Colina, y al mismo lugar, que tenían ya medio aplastados los yuyos, y dale que suene, como que le iba gustando al final, y de repente se dio cuenta, cómo a los dos meses, que estaba esperando, vas a creer María, apenas habíamos tirado ,como diez o doce veces, doce a lo más, y yo me cuidaba y tomaba píldoras y tenía mis días, y me quedé esperando, y al principio me dio harto gusto, como que me hice ilusiones, pero después me dije, puchas en el medio tete en que me voy a meter y pensé pa mis adentros ¿Y por qué no le digo al teniente? Total, él tiene la culpa...

Y, a lo mejor, hasta se casa altiro en vez de seguir esperando...
Y se lo dije y casi se murió de susto se puso pálido y me dijo que él, no podía casarse hasta que fuera capitán y que había que hacer algo y quedó en volver al día siguiente con el jeep para ir a ver a un amigo suyo que estudiaba medicina y, vai a creer María, que no apareció más, pero lo que se llama no aparecer más, una mariconada...

Y cuando fui a averiguar al regimiento me dijeron que había pedido su traslado a Antofagasta, el perla, te dai cuenta cómo son los hombres, y cuando uno presta el choro, se aprovechan de una y después, chao, si te he visto no me acuerdo...
y tuve que hacerme el raspaje donde una matrona amiga mía, y recién ahora 1o terminé de pagar... ¿y, sabís que más, María? que si no se lo hubiera prestado, como que me caso con el teniente, porque era joven, harto serio, que no quería problemas, y que quería seguir en la carrera y; como que me quería también, y si yo no le hubiera puesto tanto empeño en Colina, porque él hasta tenía un poco de miedo, y yo, la de las chacras, pa hacerme la mujer, me puse a hacerle cuestiones hasta que... pero...

- Juan Carlos es distinto... -
Si te las manejas bien ése cae...
Aunque es re cabro.
¿Qué vai a hacer con un cabro de diecisiete?
Búscate alguien mayor.
Así me decía la Telma, que era bien buena amiga conmigo aunque medio lanzada ya, como a la vida, y mi madrina me había dicho que no me metiera con ella porque era una mala junta, que era una mujer con experiencia, me dijo.

Al día siguiente llegó el Juan Carlos a buscarme, en otro auto, un Fiat rojo, bien chico, y venían con él dos amigos bien jóvenes que parecía que habían fumado, porque tenían los ojos medios raros y se reían solos, y era como a las siete de la noche o más, y yo le dejé un papel a mi madrina que andaba por Santo Domingo y me fui con ellos, y nos fuimos a Providencia, y yo apenas si tuve tiempo de ponerme una chaleca Dunova que me había prestado la Telma, y un par de zapatos de la Mirta, de esos de tacos grandes, como se usan ahora y el Juan Carlos cantaba con la radio una canción en inglés, y me dijo que todos ellos eran de Silo y me preguntó si yo tenía miedo y yo le dije que no, aunque me acordé de lo que me había contado la Telma, y nos metimos por Américo Vespucio hasta Las Lilas, que yo iba mirando las calles para saber dónde íbamos y dimos varias vueltas, como que andaban buscando a alguien y nada, y después nos volvimos a Providencia hasta el "Coppelia" donde Juan Carlos me invitó a tomar un helado de chocolate y saludaba, a gritos a un montón de chiquillas rubias, preciosas, y más elegantes todas, y preguntaba por José Luis y no sé quién, y estaban fumando los amigos, porque el humo me había mareado un poco y después del "Coppelia" nos fuimos por Providencia hasta Pedro de Valdivia, y ellos se metieron a un club que hay en la esquina, a un subterráneo donde hacían gimnasia y pesas, y donde:podía estar el José Luis pero como que no estaba naa y después nos fuimos por la Costanera y en el puente del Arzobispo había un grupo bien grande, con unos estandartes y unos tarros de pintura y Juan Carlos se metió por Tajamar a toda velocidad que casi nos dimos vuelta y dejó, el auto medio escondido y dijo:
- ¡Vamos! Y salimos todos y ellos llevaban unos paquetes, unas bolsas, pero yo no pregunté.
Y nos fuimos medio corriendo por entre los matorrales que dan a la Costanera hasta que los vimos de nuevo entregando unos papeles a los autos y otros pintando letreros en el muro que da al Mapocho y cuando estuvimos bien cerca Juan Carlos abrió la primera bolsa, que eran piedras y los otros traían unas hondas y a una orden de Juan Carlos comenzaron a tirarles piedras y Juan Carlos me pasó una honda a mí, pero yo no sabía cómo y él se enojó y tiraban piedras y una le había roto la cabeza a alguien y comenzaron a gritar los otros, que era de noche, y se escondían detrás del estandarte, y estaba medio lloviznando, y entonces Juan Carlos sacó una pistola y les disparó tres tiros, y después nos dijo:
- ¡Corran! y apretamos hacia el auto y partimos por Providencia a toda velocidad hasta el "Coppelia", y de nuevo el Juan Carlos pidió un helado de chocolate para mí y se reían y se palmoteaban los brazos y Juan Carlos me mostró la pistola que era del viejo, me dijo, y que él se la había "expropiado" para Silo, me dijo y que ahora iban a empezar a pasar cosas...

Y yo le pregunté que a quiénes les habíamos tirado las piedras y él me dijo que a Fiducia y yo le dije que qué era Fiducia, y él me dijo que eran los católicos, unos momios miserables, me dijo, encabezados por su hermano José Luis, y yo le dije que si no tenia miedo de herir a alguien con la pistola, y él me dijo "ojalá hubiera matado al José Luis".

Y a mí me dio pena y le tomé la mano pero él la retiró clavándome los ojos como ofendido. Cuando al día siguiente le conté a la Mirta esto, me dijo que ese muchacho estaba loco, que era un loco, que no lo viera más, que ése iba a hacer una lesera, que iba a dejar la mansa embarrá... y que Silo, y todo el grupo, y me dijo que ella me iba a presentar a un amigo de Arturo Torres, que también trabajaba en el Banco.

Yo dormía apenas y pasaba rnirándome al espejo y peinándome y como no había clases me pasaba encerrada en la pieza y a veces acompañaba a mi madrina que, después de la comedia de Radio del Pacífico, se ponía a rezar el rosario, y yo lo rezaba también y le pedía a Dios que me ayudara, que no fuera a perder a Juan Carlos, y que hiciera que él se enamorara de mí, le decía yo... no me acuerdo bien lo que le decía, pero era como si llorara cuando rezaba.

Y todo por culpa de Juan Carlos, que yo ya sabía que era medio malo de la cabeza, es un alocado, me había dicho la Mirta, y yo le pedía que por favor no me hablara mal de él, porque yo lo quería tanto...
Ahora había más concentraciones y desfiles, todo el tiempo, y mi mamá pasaba viniendo y fui a dos más, y fui a la población porque Allende fue a hablarles a todos, y había fotógrafos y montones de banderas, chilenas, y Allende le dio la mano a mi mamá según contaba ella a gritos, y después me tuve que quedar porque el Porotito estaba con fiebre y la mamá andaba ya curada y don Beno desaparecido y la vecina que se quedó cuidando al Porotito me dijo que lo habían ojeado, y yo le dije que no, que mejor lo llevábamos a la Posta, pero ella, dale con que lo habían ojeado, que el día anterior llegaron a la población unos momios en una camioneta y que una señora rubia se había acercado al Porotito y le puso la mano en la cabeza y le dijo: ¡pobrecito!
Y lo estuvo mirando un buen rato y eran momios alessandristas y la vieja, seguro, que le hizo algo, algo le dijo cuando lo miraba así, y ellos que no se dieron cuenta porque estaban todos ocupados en bajar unos cajones de tallarines que los momios les habían traído y esa misma tarde el Porotito se sintió mal, y comenzó a llorar y le dio la fiebre y la comadre que lo había visto aseguró que era mal de ojo, y le estaban haciendo uno remedios.
Yo me enojé más, porque me di cuenta que el Porotito tenía la barriga más hinchada que parecía un tambor, y le dije a la vecina que fuera a buscar a mi mamá porque había que llevarlo a la Posta y llegó la vieja que andaba tomando en un clandestino, y no paraba de gritar, ¡Viva Allende, mierda! ¡Viva Allende! y el Porotito estaba rojo, que parecía que echaba fuego y ya no hablaba el pobrecito yo le dije a mi mamá, oye mamá, ¿no te dai cuenta que el Porotito está re mal?

Y ella gritó: ¡mal de ojo! ¡los momios! ¡Viva Allende, mierda!
Y la vecina dijo que la mamá estaba demasiado curada, porque se cayó dos veces encima del Porotito, y la sacó pa afuera y yo tomé al Porotito y lo envolví en las dos únicas frazadas que había y cuando iba saliendo la mamá me lo quitó y estaba la comadre que había venido, la meica, y dijo que no se podía mover de allí hasta que estuviera sano, hasta que el maleficio, y yo le gritaba, ¡qué maleficio si tiene fiebre y hay que llevarlo a la Posta!, y mi mamá me pegó con un palo en la cabeza que todavía me acuerdo, y me dijo que yo era una puta, que me fuera de allí, que era, una momia, una alessandrista, y que el Porotito nunca se iba a mejorar mientras una cochina alessandrista estuviera mirándolo, y me agarró a patadas, y la meica me defendió que si no la mamá me mata, y todos los vecinos salieron y gritaban: ¡Viva Allende, mierda! y los chiquillos que me conocían y todos, me gritaban cosas, y hasta mis hermanos detrás de la mamá que parecía el demonio, me gritaban y salí corriendo y arranqué por el callejón entre el barro hasta llegar al paradero de las micros y ni llorar pude, y me fui hasta la casa y le dije a la madrina que el Porotito se estaba muriendo y le conté todo y mi madrina que no tenía plata ni pa terminar el mes llamó al doctor Briceño, que no estaba en la casa y fuimos como cinco veces al almacén a llamarlo y yo le decía que por qué no llamábamos a la Asistencia Pública, pero ella me decía que el doctor Briceño, que llegó como a las once de la noche, y nos conseguimos prestado un poco de plata y tomamos un taxi los tres, que el taxista no quería meterse a la población, decía, que porque podían romperle el auto, porque tenía unos letreros de Alessandri pegados y nos dejó cerca y estaba más oscuro, como que había empezado a llover de nuevo, y cuando llegamos adentro del rancho estaban gritando, daban gritos y a mí se me recogió el corazón, y salió la vieja, mi mamá, más curada que nunca, cochina, como si se hubiera caído al barro, y nos empezó a insultar y no quiso dejar entrar ni al doctor, y la meica estaba en la puerta, con una lata llena de hierbas que echaban humo, y mi mamá gritaba: ¡Un angelito! ¡Un angelito! ¡Para Allende, momios culiados! ¡Alessandristas culiados! - gritaba.
Yo no paré de llorar hasta la casa. Al día siguiente traté de ir de nuevo y no me dejaron. En la Posta, donde pidieron el certificado, el doctor Briceño nos contó... parece que el niño había comido muchos tallarines crudos...
Yo ni siquiera supe dónde lo enterraron.
Porotito era tan lindo.
Tenía un caballo que le había regalado para la Pascua, un palo de escoba con una cabeza de caballo.