Saturday, September 13, 2008

PALOMITA BLANCA"TE DEJO SIN PLUMAS, VIDALITA Y EL BUCHE VACIO"


- No seai lesa María - me dijo la Mirta- ese joven no te conviene.
Era más la Mirta, todo porque ella estaba pololeando con un chiquillo que trabajaba en el Banco de Chile, y la Mirta ya soñaba con el matrimonio, porque dijo que su pololo era serio, no como los otros, que ya tenía comprado algunos muebles, que se llamaba Arturo Torres y vivía con su mamá y tenía un bigotito, y aunque acababa de entrar al Banco seguro que iba para arriba porque era como bala para las matemáticas y le había hecho las tareas y le dijo que terminara sus estudios y cuando la besaba el bigotito le hacía cosquilla, le quedaba picando arriba, encima del labio. Además, la familia estaba feliz, y el Arturo vivía en Independencia con Dávila, del mismo barrio, entendís, y con los mismos gustos. Esos jóvenes del barrio alto la usan a una pa puro revolverla no más...


- Es que, es que yo creo que... que le gusto un poco - le dije. -
Oye, ¿te ha pedido que pololees con él?
¿Ah?
¿Te ha dicho alguna vez, oye María querís pololear conmigo?
- No.
- ¡ Ah! ¿vistes?
¡No te, ha dicho! ¿y, entonces?
- Es que no creo que me vaya a decir, oye...
- Ese es un momio, un hijito del papá...
Y son los peores, mucho auto prestado, y, nada...
Y de repente...
- Si ni siquiera me ha dado un beso, Mirta..
.
- Harto raro... Que querís que té diga...
A mí, el Arturo, a la tercera salida me llevó al teatro y me compró pastillas de menta y me dio un beso, pero antes me había pedido si quería pololear con él y yo le había dicho que sí... Es bien formal el Arturo...

- Juan Carlos es distinto.
- ¿Distinto? ¿Y qué tiene de distinto?
- Es... es como religioso, ¿sabís?
- Esos son los peores.
Y cada vez que hablaba con la Mirta, es más la Mirta, me quedaba como triste, como nerviosa, sin ánimos, porque tenía razón, a su modo de ver, y le pregunté a 1a Telma, fui a verla, que hacía como quince días que no iba, y le conté todo, no todo, pero, y la Telma me dijo que no fuera tonta, que ése sí era un partido me dijo que lo trabajara bien, que no se lo fuera a prestar, es más grosera la Telma, como está en una Fuente de Soda, "no prestes el poto", me dijo, y yo me puse colorada y ella me contó que tenía un joven que era teniente de ejército, antes de entrar a trabajar, y que la venía a ver a la casa, y era lindo, bien elegante y bien parecido, y un día llegó con un jeep y fueron a Colina y se tomaron unas maltas con huevo y, después el teniente comenzó a acariciarla y ella tenía diecisiete, no como ahora que tenía diecinueve, y se empezó a calentar y no podía más, y el teniente se la llevó al campo y entre las hierbas siguieron y ella era virgen, y más tonta, y el teniente allí, mismo se la sirvió y ella gritó y lo pasó pésimo, pero después volvió varias veces y siempre a Colina, y al mismo lugar, que tenían ya medio aplastados los yuyos, y dale que suene, como que le iba gustando al final, y de repente se dio cuenta, cómo a los dos meses, que estaba esperando, vas a creer María, apenas habíamos tirado ,como diez o doce veces, doce a lo más, y yo me cuidaba y tomaba píldoras y tenía mis días, y me quedé esperando, y al principio me dio harto gusto, como que me hice ilusiones, pero después me dije, puchas en el medio tete en que me voy a meter y pensé pa mis adentros ¿Y por qué no le digo al teniente? Total, él tiene la culpa...

Y, a lo mejor, hasta se casa altiro en vez de seguir esperando...
Y se lo dije y casi se murió de susto se puso pálido y me dijo que él, no podía casarse hasta que fuera capitán y que había que hacer algo y quedó en volver al día siguiente con el jeep para ir a ver a un amigo suyo que estudiaba medicina y, vai a creer María, que no apareció más, pero lo que se llama no aparecer más, una mariconada...

Y cuando fui a averiguar al regimiento me dijeron que había pedido su traslado a Antofagasta, el perla, te dai cuenta cómo son los hombres, y cuando uno presta el choro, se aprovechan de una y después, chao, si te he visto no me acuerdo...
y tuve que hacerme el raspaje donde una matrona amiga mía, y recién ahora 1o terminé de pagar... ¿y, sabís que más, María? que si no se lo hubiera prestado, como que me caso con el teniente, porque era joven, harto serio, que no quería problemas, y que quería seguir en la carrera y; como que me quería también, y si yo no le hubiera puesto tanto empeño en Colina, porque él hasta tenía un poco de miedo, y yo, la de las chacras, pa hacerme la mujer, me puse a hacerle cuestiones hasta que... pero...

- Juan Carlos es distinto... -
Si te las manejas bien ése cae...
Aunque es re cabro.
¿Qué vai a hacer con un cabro de diecisiete?
Búscate alguien mayor.
Así me decía la Telma, que era bien buena amiga conmigo aunque medio lanzada ya, como a la vida, y mi madrina me había dicho que no me metiera con ella porque era una mala junta, que era una mujer con experiencia, me dijo.

Al día siguiente llegó el Juan Carlos a buscarme, en otro auto, un Fiat rojo, bien chico, y venían con él dos amigos bien jóvenes que parecía que habían fumado, porque tenían los ojos medios raros y se reían solos, y era como a las siete de la noche o más, y yo le dejé un papel a mi madrina que andaba por Santo Domingo y me fui con ellos, y nos fuimos a Providencia, y yo apenas si tuve tiempo de ponerme una chaleca Dunova que me había prestado la Telma, y un par de zapatos de la Mirta, de esos de tacos grandes, como se usan ahora y el Juan Carlos cantaba con la radio una canción en inglés, y me dijo que todos ellos eran de Silo y me preguntó si yo tenía miedo y yo le dije que no, aunque me acordé de lo que me había contado la Telma, y nos metimos por Américo Vespucio hasta Las Lilas, que yo iba mirando las calles para saber dónde íbamos y dimos varias vueltas, como que andaban buscando a alguien y nada, y después nos volvimos a Providencia hasta el "Coppelia" donde Juan Carlos me invitó a tomar un helado de chocolate y saludaba, a gritos a un montón de chiquillas rubias, preciosas, y más elegantes todas, y preguntaba por José Luis y no sé quién, y estaban fumando los amigos, porque el humo me había mareado un poco y después del "Coppelia" nos fuimos por Providencia hasta Pedro de Valdivia, y ellos se metieron a un club que hay en la esquina, a un subterráneo donde hacían gimnasia y pesas, y donde:podía estar el José Luis pero como que no estaba naa y después nos fuimos por la Costanera y en el puente del Arzobispo había un grupo bien grande, con unos estandartes y unos tarros de pintura y Juan Carlos se metió por Tajamar a toda velocidad que casi nos dimos vuelta y dejó, el auto medio escondido y dijo:
- ¡Vamos! Y salimos todos y ellos llevaban unos paquetes, unas bolsas, pero yo no pregunté.
Y nos fuimos medio corriendo por entre los matorrales que dan a la Costanera hasta que los vimos de nuevo entregando unos papeles a los autos y otros pintando letreros en el muro que da al Mapocho y cuando estuvimos bien cerca Juan Carlos abrió la primera bolsa, que eran piedras y los otros traían unas hondas y a una orden de Juan Carlos comenzaron a tirarles piedras y Juan Carlos me pasó una honda a mí, pero yo no sabía cómo y él se enojó y tiraban piedras y una le había roto la cabeza a alguien y comenzaron a gritar los otros, que era de noche, y se escondían detrás del estandarte, y estaba medio lloviznando, y entonces Juan Carlos sacó una pistola y les disparó tres tiros, y después nos dijo:
- ¡Corran! y apretamos hacia el auto y partimos por Providencia a toda velocidad hasta el "Coppelia", y de nuevo el Juan Carlos pidió un helado de chocolate para mí y se reían y se palmoteaban los brazos y Juan Carlos me mostró la pistola que era del viejo, me dijo, y que él se la había "expropiado" para Silo, me dijo y que ahora iban a empezar a pasar cosas...

Y yo le pregunté que a quiénes les habíamos tirado las piedras y él me dijo que a Fiducia y yo le dije que qué era Fiducia, y él me dijo que eran los católicos, unos momios miserables, me dijo, encabezados por su hermano José Luis, y yo le dije que si no tenia miedo de herir a alguien con la pistola, y él me dijo "ojalá hubiera matado al José Luis".

Y a mí me dio pena y le tomé la mano pero él la retiró clavándome los ojos como ofendido. Cuando al día siguiente le conté a la Mirta esto, me dijo que ese muchacho estaba loco, que era un loco, que no lo viera más, que ése iba a hacer una lesera, que iba a dejar la mansa embarrá... y que Silo, y todo el grupo, y me dijo que ella me iba a presentar a un amigo de Arturo Torres, que también trabajaba en el Banco.

Yo dormía apenas y pasaba rnirándome al espejo y peinándome y como no había clases me pasaba encerrada en la pieza y a veces acompañaba a mi madrina que, después de la comedia de Radio del Pacífico, se ponía a rezar el rosario, y yo lo rezaba también y le pedía a Dios que me ayudara, que no fuera a perder a Juan Carlos, y que hiciera que él se enamorara de mí, le decía yo... no me acuerdo bien lo que le decía, pero era como si llorara cuando rezaba.

Y todo por culpa de Juan Carlos, que yo ya sabía que era medio malo de la cabeza, es un alocado, me había dicho la Mirta, y yo le pedía que por favor no me hablara mal de él, porque yo lo quería tanto...
Ahora había más concentraciones y desfiles, todo el tiempo, y mi mamá pasaba viniendo y fui a dos más, y fui a la población porque Allende fue a hablarles a todos, y había fotógrafos y montones de banderas, chilenas, y Allende le dio la mano a mi mamá según contaba ella a gritos, y después me tuve que quedar porque el Porotito estaba con fiebre y la mamá andaba ya curada y don Beno desaparecido y la vecina que se quedó cuidando al Porotito me dijo que lo habían ojeado, y yo le dije que no, que mejor lo llevábamos a la Posta, pero ella, dale con que lo habían ojeado, que el día anterior llegaron a la población unos momios en una camioneta y que una señora rubia se había acercado al Porotito y le puso la mano en la cabeza y le dijo: ¡pobrecito!
Y lo estuvo mirando un buen rato y eran momios alessandristas y la vieja, seguro, que le hizo algo, algo le dijo cuando lo miraba así, y ellos que no se dieron cuenta porque estaban todos ocupados en bajar unos cajones de tallarines que los momios les habían traído y esa misma tarde el Porotito se sintió mal, y comenzó a llorar y le dio la fiebre y la comadre que lo había visto aseguró que era mal de ojo, y le estaban haciendo uno remedios.
Yo me enojé más, porque me di cuenta que el Porotito tenía la barriga más hinchada que parecía un tambor, y le dije a la vecina que fuera a buscar a mi mamá porque había que llevarlo a la Posta y llegó la vieja que andaba tomando en un clandestino, y no paraba de gritar, ¡Viva Allende, mierda! ¡Viva Allende! y el Porotito estaba rojo, que parecía que echaba fuego y ya no hablaba el pobrecito yo le dije a mi mamá, oye mamá, ¿no te dai cuenta que el Porotito está re mal?

Y ella gritó: ¡mal de ojo! ¡los momios! ¡Viva Allende, mierda!
Y la vecina dijo que la mamá estaba demasiado curada, porque se cayó dos veces encima del Porotito, y la sacó pa afuera y yo tomé al Porotito y lo envolví en las dos únicas frazadas que había y cuando iba saliendo la mamá me lo quitó y estaba la comadre que había venido, la meica, y dijo que no se podía mover de allí hasta que estuviera sano, hasta que el maleficio, y yo le gritaba, ¡qué maleficio si tiene fiebre y hay que llevarlo a la Posta!, y mi mamá me pegó con un palo en la cabeza que todavía me acuerdo, y me dijo que yo era una puta, que me fuera de allí, que era, una momia, una alessandrista, y que el Porotito nunca se iba a mejorar mientras una cochina alessandrista estuviera mirándolo, y me agarró a patadas, y la meica me defendió que si no la mamá me mata, y todos los vecinos salieron y gritaban: ¡Viva Allende, mierda! y los chiquillos que me conocían y todos, me gritaban cosas, y hasta mis hermanos detrás de la mamá que parecía el demonio, me gritaban y salí corriendo y arranqué por el callejón entre el barro hasta llegar al paradero de las micros y ni llorar pude, y me fui hasta la casa y le dije a la madrina que el Porotito se estaba muriendo y le conté todo y mi madrina que no tenía plata ni pa terminar el mes llamó al doctor Briceño, que no estaba en la casa y fuimos como cinco veces al almacén a llamarlo y yo le decía que por qué no llamábamos a la Asistencia Pública, pero ella me decía que el doctor Briceño, que llegó como a las once de la noche, y nos conseguimos prestado un poco de plata y tomamos un taxi los tres, que el taxista no quería meterse a la población, decía, que porque podían romperle el auto, porque tenía unos letreros de Alessandri pegados y nos dejó cerca y estaba más oscuro, como que había empezado a llover de nuevo, y cuando llegamos adentro del rancho estaban gritando, daban gritos y a mí se me recogió el corazón, y salió la vieja, mi mamá, más curada que nunca, cochina, como si se hubiera caído al barro, y nos empezó a insultar y no quiso dejar entrar ni al doctor, y la meica estaba en la puerta, con una lata llena de hierbas que echaban humo, y mi mamá gritaba: ¡Un angelito! ¡Un angelito! ¡Para Allende, momios culiados! ¡Alessandristas culiados! - gritaba.
Yo no paré de llorar hasta la casa. Al día siguiente traté de ir de nuevo y no me dejaron. En la Posta, donde pidieron el certificado, el doctor Briceño nos contó... parece que el niño había comido muchos tallarines crudos...
Yo ni siquiera supe dónde lo enterraron.
Porotito era tan lindo.
Tenía un caballo que le había regalado para la Pascua, un palo de escoba con una cabeza de caballo.


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