Saturday, September 13, 2008

PALOMITA BLANCA "ANTES TE CANTABA, VIDALITA COMO ENAMORADA"


Cuando comenzó a hacerse de noche y estaba bien bonito todo, porque el sol se puso rojo y los chiquillos y las chiquillas andaban con las caras rojas, y habían más músicos y grupos que tocaban en todas partes, y la Telma casi se me pierde, porque se fue a la televisión y se metió no más, y salió en un noticiario, o algo así, y estaba re contenta la Telma, y me decía que había que empujar, porque si no, y de todos los grupos nos llamaban porque andábamos solas, aunque había varias cabras que andaban solas, pero de a cuatro o más, seguro que a nosotras, como éramos dos, y llegaron unos jóvenes ya grandes, viejos, y nos abrazaron que yo casi me morí de susto, no porque sea ninguna quedada, sino porque no los conocía, y eran jóvenes como de respeto, y uno me preguntó:
-¿Cómo te llamai?
Y yo le dije mi nombre. Y me tomó de la mano y me dijo:
-¿Por qué no nos vamos a mi departamento a tomar un trago?

Aquí ya está empezando a hacer frío.
Tengo música y van a estar mucho más cómodas.

Y el otro se reía y no le soltaba la mano a la Telma, que también se reía.
Pero yo les dije que no. Aunque la Telma quería ir, y me dijo que por qué no íbamos por un ratito y después volvíamos, pero yo le volví a decir que no, y me acordé de la mano que le pasó a la Rosa con eso de ir a un departamento.
Entonces uno de los jóvenes me dijo que él trabajaba en fotografía y que yo estaba pintada para modelo y yo me reí y me acordé que el mismo cuento se lo contaron a la Rosa, a lo mejor era hasta el mismo joven.
Y después, como nos vieron que nos reíamos y a todo le decíamos que no, los jóvenes se cabrearon y se fueron a buscar otras, digo yo... alguna más fácil...

Y la Telma se enojó conmigo, y me dijo que eran jóvenes decentes, con plata y auto, y que si yo era tonta o qué...
Y a mi me dio harta rabia la Telma, porque ella no me conocía bien, y qué se creía que era...
Ya estaba comenzando a hacer frío, era cierto lo que dijo el joven, y nosotras que andábamos mas desabrigadas, yo con una chomba de algodón y los pantalones, y medio encogida que andaba con el frío, había unos cabros que estaban bailando, que daban saltos y bailaban y montones que se pusieron a bailar y entonces la Telma me dijo que por qué no bailábamos nosotras y yo le dije, ¿y con quién?, y ella me dijo, solas pus oye, con quién querís, tonta, si todos bailan así, y nos pusimos a bailar porque la música era bonita y con harto ritmo y así medio que se nos anduvo pasando el frío.

Después, vino el cantante que decía la Telma, que cantaba en inglés, y todos nos sentamos en el pasto y yo me clavé una espina en una pierna, de pajarona, pero no fue gran cosa y gritaban y golpeaban las manos, y la Telma que no se estaba quieta en ningún grupo, y apenas nos estábamos haciendo amigas de unos chiquillos ya quería ir a otra parte, hay que conocer, oye, y me tomaba de la mano y lo que yo veía es que así no íbamos a conocer a nadie, porque ya andaban montones aparejados y se besaban que era un gusto, y el gringo dele que suene con sus guitarras eléctricas, como cinco guitarristas y nosotras golpeando las manos como tontas. Entonces comenzaron a hacer fogatas y andaban montones de chiquillos con barba y con mantas y unos nos llamaron y nos dieron café caliente, y eso me gustó, eran como seis chiquillos, que se veía que eran como de la Universidad, y tenían mantas de esas escocesas bien bonitas y finas, y allí nos quedamos porque se estaba poniendo oscuro, y hecho fuego con ramas y las únicas luces eran las del escenario donde cantaban, que estaban bastante lejos porque los mejores puestos los tomaron otros, que para eso había que ir más temprano, y había carpas abajo, y por todas partes estaban cantando y fumando, y los chiquillos nos ofrecieron marihuana, y yo le dije a la Telma: - Oye, Telma, mejor tenimos cuidado con esto, mira que dicen que es peligroso, y que una se pone a hacer tonteras.
Y la Telma me dijo: -¨Y qué hay con eso?
Y fumaba echando humo por las narices, y por todas partes fumaban y era un humito perfumado y picante, que yo apenas le di varias chupadas pero sin aspirarlo, y para no molestar a los jóvenes, porque me daba miedo y los chiquillos seguían haciendo cigarrillos con papel y un frasco con hierba, como yerba mate era, y se hacían los cigarros y se los pasaban, y a la Telma la tenían más abrazada, entre dos, y la tonta se reía, y a mi uno, otro con barba - me ligaban los barbudos - se tendió y me uso la cabeza entre las piernas, y poco a poco, el frescolín, se acercó y yo tenía la cabeza del barbudo encima de los muslos, y se acomodaba más y más y a mí me estaba empezando a dar cosquillas, y traté de salirme, pero no podía.
En la noche, la pura, ya me dio toda la rabia, la Telma estaba como tonta, ríe que ríe, y la besaban entre dos, por turnos y yo tenia más apetito, que andábamos con las puras once, y no había mucho que comer, aunque temprano pasaron vendiendo pan, y cómo, si no teníamos ni para la micro de vuelta, que la Telma era la única que tenía algo, y yo no me iba a poner a pedir, y a los chiquillos, después que se les acabó el café que tenían en el termo, pura marihuana, la yerba, que decían, y puro ofrecer pitos, y yo lo que tenía era hambre, pero ya estaba bien oscuro.
Y el barbudo me tenía metida la cabeza entre las piernas, más fresco, y a mí me estaba dando ganas de hacer pipí con tanto café y con la Coca Cola, y le dije a la Telma, y por suerte a ella también, y se levantó.
-¿Dónde van?
-Por ahí - explicó.
-¡Por ahí! ¡Por ahí! - gritó uno, que estaba ya medio borracho.
Con los cigarrillos supongo, porque yo no lo había visto tomar.
-Vamos a hacer una diligencia - dijo la Telma, que tenía una cancha...
-Vuelvan luego, cabritas - pidió el barbudo.
-¡Sí, no se vayan lejos, hermanitas! - dijo otro.
-¡Paloma! ¡Paloma! ¡A ti te digo!
Y el barbudo se puso de rodilla y se abrazó a mis piernas y trató de morderme, el más fresco, que la pura que me dio rabia, porque no sé por quién me tomaba, trató de morderme ahí, y yo le anduve dando como una patada, que quién se creía que era una, y como que lo tiré al suelo y los otros se reían y golpeaban las manos y cantaban las canciones en inglés o decían cosas en inglés según me explicó la Telma que sabe de todo.
-Mejor vuelvan luego - dijo otro - que es de noche y andan cazando palomitas.
Y nos pusimos a caminar por entre la gente, montones que estaban tendidos envueltos en mantas, y había muchas más fogatas y yo con las tripas que me sonaban de hambre y medio encogida de frío.
-Oye Telma - le dije - oye, ¿no creís que mejor nos vamos?
-¡Tai tontita!
-Es que es re tarde, oh...
-¿Y qué?
-Mañana tú tenís que trabajar, oye...
-No voy. Aviso que estoy enferma
-Mi madrina, Telma...
No le he dicho nada a mi madrina.
Debe estar más asustada, oye...
-Es buena la vieja...
-Pero, me dio permiso porque venía contigo no más y...
-Nos vamos más rato.
Y quién iba a convencer a la Telma.
Y así anduvimos por el cerro, y no había dónde, por todas partes los chiquillos envueltos en mantas, besándose y haciendo otra cosa, seguro porque la Telma me los mostraba con una risita, y vimos una pareja envuelta que se movían como locos, y la chiquilla era rubia, con chasquilla, podíamos verle la cara, estaba cerca de una fogata, si no se habían escondido siquiera y se reía y gritaba y los otros chiquillos aplaudían, y el cabro que estaba arriba de la chiquilla se movía como si estuviera bailando, y los otros gritaban: -¡apúrate! ¡apúrate! y unos miraban sus relojes pulseras como si le estuvieran tomando el tiempo, y la pura que me dio más, ni en las películas había visto una cosa así... y la Telma que me dijo, tomándome de una mano: - Oye María... ¡María! ¡Estoy más caliente!
y yo me puse roja, creo, y me dio harta rabia que la Telma fuera tan rota.

Después nos volvimos aunque yo no quería, pero la Telma me dijo que mejor nos juntábamos con los chiquillos porque si no, capaz que nos pasara algo porque andaban montones de cabros corriendo mano y nos daban agarrones a la pasada y seguían fumando y cantando y, total, era cuestión de aguantarse las ganas, eso me dijo la Telma.
Así que, a la carrera mientras una vigilaba, hicimos pipí entre: unas zarzas y volvimos, pero como estaba oscuro como que nos anduvimos perdiendo y nos costó más encontrar a los chiquillos y ahora vimos mucho más gente y más guitarras y se reían y cantaban y además hacían eso, que yo nunca hubiera creído que las chiquillas, que parecían todas de buenas familias, fueran tan sueltas: y allí estaban.
-¡Palomitas! ¡Palomitas! - nos gritó el barbudo que a mí me cargaba.
Yo le dije a uno que me estaba muriendo de frío.
Y‚ él entonces, bien buena gente el cabro, me prestó el chal y me envolví bien y traté que se me pasaran los tiritones.
Y la Telma se puso a fumar de nuevo y todos los chiquillos estaban medio borrachos con la marihuana y uno lloraba y habían otras cabras, y entre besos y llantos, y el barbudo, después que me rogó y me rogó, que era más ligote, pero yo, como quien oye llover, y entonces, como la Telma se había fumado como tres cigarrillos y se estaba poniendo harto rara la Telma y se refregaba contra cualquiera, y el barbudo que era más empeñoso comenzó a tratar de hacer eso con la Telma, y ya era tarde, bien tarde, y los demás chiquillos estaban de espaldas, canturreando, como dormidos, con los ojos bien abiertos sin embargo, y yo miré el cielo para ver qué estaban mirando ellos y eran unas cuantas estrellas, nada especial, y me envolví bien en la manta, yo dije, esta tapa no la suelto, y traté de dormir, porque, qué íbamos a hacer ya, era más re tarde y no tenía plata pa volver y ni si quiera sabía cómo volver y ya daba lo mismo porque mi madrina seguro que me iba a matar, y con la Telma que gritaba a mi lado y se revolvía, y yo tenía más miedo que me fueran a hacer algo entre todos, y yo me decía claro que pa callado, me decía, oye Telma, el medio tete en que nos metimos, oh...


Me desperté cuando estaba saliendo el sol, y en la noche pasé frío, frío, y soñé, oí música toda la noche y gritos, y alguien trató de despertarme, sentí que alguien, a la mala, me anduvieron como tratando de hacer algo, pero yo me defendí, me puse a gritar también entre sueños, porque estaba ya tan cansada, pero sentí que me abrazaban y me besaban y trataron como de bajarme los pantalones, pero como andaba con esos bluyines bien ajustados que les dicen strech, y además con los pantis que me prestó la Telma, y estaba envuelta en el chal, y cuando me desperté me miré bien y tenía medio roto el cierre de los pantalones, pero nada más, seguro que algún frescolín trató...
pero a lo mejor fue un sueño, porque todo lo demás estaba en orden, aunque uno de los jóvenes me dijo que si no es por él, que andaba un grupo bien grande y que eran medio ladrones y que se dieron duro en la noche, y que habían llegado otros amigos y los corrieron que eran como quince, y que se habían violado un montón de palomitas, y que además se robaron un montón de cosas, y que por suerte llegaron unos amigos y yo me dije que no había sido nada un sueño, que tenía suerte y ahora en el cerro no había mucha gente, se habían ido muchos, y quedaba uno que otro grupo y los chiquillos estaban durmiendo como perros, pegados unos con otros, bien juntos, y en el medio la Telma, abrazada, y esa sí, se notaba al tiro, más fresca la Telma, la pura que no vuelvo a salir con ella, con razón mi madrina me decía que todas las que trabajan en Fuentes de Soda eran diablas y yo no le creía, y me levanté envuelta en mi chal, que por suerte nadie se acordó, y yo que tenía más frío, y hambre, y mejor trataba de irme al tiro, y el sol comenzó a salir por las montañas, y caía como reflectores, caían los rayos de sol, y todo estaba h£medo, y las fogatas se habían apagado, empecé a caminar que me dolían las piernas, me dolían más las piernas, estaba como medio tullida y todavía había unas parejas abrazadas, envueltas también en chales y unas carpas amarillas donde dormían unos cuantos, porque los pies salían para afuera de las carpas, y otros durmiendo en sacos de dormir, y más allá, en una piedra, un tonto flaco y con una barba crespa y montones de collares y medio desnudo, que no sé cómo aguantaba el frío, y con una guitarra de las verdaderas, tocando, toca que toca, y apenas si tocaba bien el tonto, maluenda pa la guitarra habría dicho la Telma, y a esa hora.
Y más abajo, unos estaban arrodillados, y levantaban los brazos y saludaban como en las películas de árabes, saludaban a alguien, pero no había nadie, pero parecía como que estos tontos estaban saludando el sol, y como uno de ellos tenía una melena rubia, como de oro rubia blanca, hasta los hombros, y el sol le caía encima, y lo reconocí al tiro.
Por suerte él también como que me anduvo reconociendo.
-¡Hola! - me dijo.
Y volvió a los saludos.
-¡Hola! - le contesté.
Y me puse medio colorada.
Eran los del auto, los que nos habían traído.
-Saluda, conmigo, al sol - me ordenó.
Y yo, la más tonta, sólo por darle un gusto, hice lo mismo que hacía él y me arrodillé y saludamos varias veces.
-¡Ayúdanos a ser puros, oh Sol! - dijo.
Me miró y luego:
-Repite conmigo.
Entonces yo repetí con él varias veces eso de que nos ayudara a ser puros.

Después él me pidió que le prestara un poco el chal, porque a pesar del sol tenía frío. Yo se lo ofrecí entero, pero él, ni modo, se acercó y me tomó por la cintura y yo me sentí como si un colorcito me tocara y medio temblorosa me puse, medio nerviosa, y los dos comenzamos a caminar, medio cubiertos.

-¿Cómo te llamas? - me volvió a preguntar.
Yo estaba picada porque ya le había dicho mi nombre al joven y él se había olvidado.
-María - volví a contarle.
-Yo me llamo Juan Carlos.
Me miró. Tenía los ojos celestes, grandes, enormes, como los de la Telma, más bonitos, porque la Telma los tiene medio salidos pa afuera y los de Juan Carlos eran medios hundidos, y con sombras oscuras, seguro que donde no había dormido bien. Y tenía el pelo todo sucio, lleno de tierra y espinas.
Tuve una idea.
-¿Quieres que te peine, Juan Carlos?
Se sentó en una piedra.
Yo, por suerte, no había perdido mi peineta, que a todas partes la llevo, porque como tengo el pelo largo siempre se me enreda.
Y comencé a tratar de peinarlo, porque no era tan fácil, que estaba lleno de mugres, de ramitas y el sol ahora ya estaba saliendo bien, por todas partes, y el pelo de Juan Carlos era tan lindo, como el de una muñeca, que cuando terminé de peinarlo, mientras él cantaba todo el tiempo algo en inglés, y como quedaron unos cuantos pelos en la peineta, los saqué medio escondida, y los guardé en un bolsillo del pantalón.

Juan Carlos me dijo entonces que mejor nos íbamos, porque los guitarristas y los cantantes no iban a llegar como hasta las once, que antes, lo único era unos guitarristas pencas, de esos de colegios, porque el Festival seguía.
-¿Sigue?
-Sí, hoy sí que vienen más...
Hoy sí que va a ser el descueve, el despiole...

Y se puso a correr y yo detrás, no sé por qué, medio tropezándome en el chal que ya no había ni modo de devolvérselo a los chiquillos.
Y Juan Carlos bajaba el cerro saltando como un corderito, y luego llegó el primero al auto y me fijé que levantó una piedra que había por ahí, y sacó las llaves y me dio harta risa eso.
Era bien bueno el auto y, ahora que estábamos solos, y cuando puso la calefacción me comencé a sentir mejor.
Al principio, como que no quería partir, daba como unas toses.
-Son motores de alta compresión - me explicó.
-¿Es tuyo?
-No, de la vieja...
Pero, igual que si fuera mío...
La vieja quiere ahora un Peugeot, y cuando el viejo se lo compre, me dijo que me regalaba éste...
Es un Austin Cooper - agregó, mirándome a los ojos.
-¡Ah! - exclamé, sin saber qué decir.
-¡Mira cómo parte! No hay nadie que se la gane en la partida.
Salimos como cuetes, y casi se me quiebra el cuello, y bajamos por un camino, de tierra, entre unos manzanos, y tomamos por el camino pavimentado hacia abajo, y Juan Carlos corría cada vez más ligero.
-Da ciento ochenta...
-¿Sí?
-¡A veces da más!
A ver si se los sacamos...
Y empezamos a correr, que yo, que soy medio nerviosa me encogí y me encomendé a la virgencita, y pasamos dos luces rojas y seguíamos corriendo y Juan Carlos se reía mostrándome que ya íbamos como a ciento setenta y allá al fondo vimos, cuando íbamos llegando como al Estadio Italiano, que eso sí lo conozco bien, que había una luz roja, y una curva, y yo le dije por favor, Juan Carlos y él, entonces, sacó el pie del acelerador y empezó a frenar y el auto daba unos saltitos, y el se seguía riendo y justo apenas ya estábamos en la curva y con la luz roja y todo, y el auto se estremeció entero y dio como un rugido y volvió a meter fierro y me dijo, ¿vistes cómo frenamos en segunda y con los frenos, además?
Que si le pongo puros frenos de discos, nos sacamos la ñoña, y vistes cómo dimos la curva a cien, y todo esto me lo decía mientras seguíamos hacia abajo, cada vez más ligero, que yo me puse en serio a rezarle a la virgencita y pensé que nos íbamos a matar, pero Juan Carlos cada vez más contento, y ya estábamos llegando a Américo Vespucio, y allí doblamos a la izquierda y casi nos dimos vuelta porque sentí el auto que se levantaba de un lado y chirriaba entero y él me dijo, no te preocupes porque los neumáticos son especiales, son impinchables, me dijo, y de nuevo por la avenida hacia una calle llena de jardines, muy linda, y todo era lindo, que a pesar del susto yo iba mirando, y como con la calefacción estaba calentito adentro, pero el susto no se me pasaba, ni modo, y nos metimos por otras calles llenas de unas casas preciosas blancas y con unos enormes jardines, y de repente, en la más linda de todas, inmensa, Juan Carlos se detuvo y me dijo, espérame, y saltó del auto y entró corriendo y se demoró como medía hora, aunque como el auto estaba andando yo no sentía frío y volvió de nuevo corriendo, con otros pantalones que eran amarillos con franjas naranjas, y traía un termo con leche caliente y una botella de coñac, me explicó que era coñac francés, y traía dos manzanas y además trajo una radio a pilas y una enorme toalla roja, y me dijo, lista, palomita.
Y yo le pregunté:
-Pero, ¿a donde vamos?
Y él me dijo:
-Vamos al mar.
Y se puso a correr de nuevo mientras mordía la manzana y por suerte, como era tan temprano, Santiago estaba medio vacío y no habían carabineros, y yo tenía harto miedo, pero después se me fue pasando.


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