Saturday, September 13, 2008

PALOMITA BLANCA "CRECE TUS ALITAS VIDALITA CRECE EL CORAZON"



Cuando me pongo a pensar ahora.

Yo tenía dieciséis años y no sé, si no es por mi madrina, porque fui donde la Telma y le dije que me ayudara, le dije que me quería morir, que me consiguiera un veneno, y la Telma me dijo que no fuera na lesa, que los hombres son así, como niños chicos son, me dijo, y que se le iba a pasar bien luego todo al Juan Carlos, y me dijo que le contara la verdad.
- ¿Tú, tú crees, Telma?
- ¡Claro! ¿Qué tiene de malo?
- ¡Me da tanta vergüenza!
-¡Pero! ¡Si no fue tu culpa!
- ¡No puedo, Telmita! ¡Telmita, por Dios! ¡Antes me matan!
- ¿Qué crestas sabías tú cuando te pasó? ¡Un viejo curado! ¡Si hasta salió en los diarios!
- ¡No puedo! ¡No, no podría!
- Entonces, ¿qué querís?
- No sé, Telma ... No sé lo que me pasa... Pero quisiera irme, quisiera morirme, Telma, le estoy rezando a la virgen de Montserrat para que me lleve.
- ¡Córtala, oh! ¡Si soy una cabra chica! ¡Y ya pensai en morirte! En un par de meses se te olvidó tu Juan Carlos... Y a otro...
Era más buena la Telma. Me convidó una leche con plátanos y me dijo que si esperaba que terminara su turno podíamos ir al teatro a ver una película de Rafael. Pero yo le dije que no tenía permiso.

Además, Juan Carlos iba a estar, seguro que iba a venir, y ahora, aunque siempre el corazón me temblaba al ver el autito, sabía que de nuevo iba a comenzar con las preguntas, que dónde, que cuántas veces, y de repente me tomaba las manos y me las apretaba y me decía que él me había querido tanto.
- ¿Me quisiste, Juan Carlos?
- Sí.
- Pero... ¿ya no?
- ¡Dímelo, primero! ¿Quién fue?
- Si me quisieras, Juan Carlos... no me lo preguntarías...
- ¿Qué?

¿Te da verguenza?
¿Fue con un amigo mío?
¿Con alguien del grupo?
- ¡No! ¡No! ¡Te juro que no...
- ¿Con quién fue, entonces?

¿Con alguien del barrio?
¿Con un veguino?

Yo me ponía a llorar y él me decía, ¡hasta cuándo crestas lloras, mierda!, y me daba más pena que me tratara así y yo le decía, imagínate que no te pudiera contar, y él me decía que con razón el viejo le había dicho que la negra no le convenía, así le había dicho, que esas negras costaban cincuenta lucas en Américo Vespucio con Apoquindo, y él se enfureció y le tiró un jarrón a la cabeza, que por poco le achunta, el viejo sabía, porque era un depravado, y siempre andaba con putas, y seguro que la había calado desde que la vio, y el viejo lo agarró a bastonazos que por poco lo mata y le dijo al viejo, ¡viejo maricón!, y le dijo, mientras la mamá trataba de defenderlo de los palos y hasta el José Luis, que era enemigo de él, trató de quitárselo al viejo, que le seguía pegando con el bastón y eso fue antes de la comida, ¡maricón! ¡maricón! ¡viejo cornudo! -le gritaba, y entonces la mamá se enojó con él, y el viejo que estaba que se moría de infarto, rojo, que tuvo que sentarse en un sillón, y parecía que iba a estallar y todos gritando, y cuando se calmó un poco, y él que no se podía levantar de la paliza, y cuando el viejo le dijo a la mamá que Juan Carlos no volvía a poner los pies en esa casa, y que mejor lo sacaba al tiro de allí porque si no, y la mamá lo llevó a vivir donde una tía, pero antes él le dijo al viejo: ¡Te vai a acordar de mí, desgraciado! ¡Voy a hacer una bien grande, viejo!

Y me mostró las marcas, tenía un brazo medio negro y en la espalda, y me dijo que eso había pasado cuatro días atrás, que tuvo que sacarse radiografías, me dijo, porque creía que el viejo le había, quebrado un hueso, pero no, y me dijo que ahora vivía con la tía Laurita Montt, que era soltera y que estaba mucho mejor, y como el viejo pasaba afuera, en New York, él iba a la casa cuando la mamá le avisaba por teléfono, y que ahora, después de la paliza, la mamá que era más amiga de él, que el otro día le regaló dos mil escudos para que se comprara ropa en "Flaño" y que él fue y se gastó hasta el último centavo, y que incluso pensó en hacerme un regalo pero me dijo que yo no merecía nada, que por mi culpa a él casi lo matan, y me dijo que el viejo las iba a pagar todas.
- ¿Todavía tienes la pistola?
- Aquí... Es mi amiga.
Y me la mostró.
- Ten cuidado... ten cuidado Juan Carlos...
Yo, yo no quiero que te pase nada, malo...
- Es por otra cosa, ¿sabes?
- ¿Por otra cosa?
- Primero, liquidar a ese desgraciado...
- ¿A quién, Juan Carlos?
- A ese... tú sabes... ¿Crees que voy a dejarlo vivo?
Yo, yo no creía que tú eras... todavía no me acostumbro... O sea...
- ¿Y si un día, más adelante, yo te contara?
- Ahora.
- ¿Y si hubiera sido algo terrible que me pasó cuando yo era muy chica?
- ¡Chivas!
¡Ahora!
¿Quién fue?
No había caso con él.
Se ponía como loco y no quería ni ayudarme.
Y sacaba la pistola y comenzaba a darla vueltas.
- Yo te quiero tanto, amor... amorcito... ¡te quiero tanto!
- ¡Ya, oh! ¡No llorís!
- Es que no sé que hacer...
- ¡Dímelo!
- ¡Es que no puedo!
¡Amor mío! ¡No puedo!
¡Mejor, mátame!
¡Mátame, Juan Carlos!
Y entonces, creo, que él como me veía tan desesperada.
Y cambiaba de tema.
Y parecía que iba a estar mejor, pero a la media hora, de nuevo.
Otro día me dijo que lo andaban siguiendo.
- Te siguen... ¿Quiénes?
- ¡Silo!
- Pero... ¿por qué?,
- Porque me fui... porque sé cosas... me quieren eliminar, ¿entiendes?
- ¡No, Juan Carlos! ¡No puede ser!
- Pero antes, ¿cachai?, al Bruno yo lo hago morder el polvo.
Y me mostraba la pistola y yo no sabía si era cierto o no.
Estaba más asustada.
Le conté a la Telma y me dijo que mejor no lo viera más, porque esos chiquillos eran los que hacían las tonterías, que éste, seguro que iba a hacer la mansa ni que embarraa...
- Pero... yo... quiero que me mate... Telma.
No me importa, la pura...
- ¡Tai tonta, tú!
- ¡Palabra! Quiero que me mate... yo no puedo seguir viviendo así...
- Mira, ese cabro te probó apenas, ¿entendís?
¡Llévatelo a alguna parte, a un hotel!
Y demuéstrale bien lo que es una mujer...
- ¿Una... una mujer?
- Sí, dale una lección.
- Pero, Telma... ¡tú no entiendes!
- Entiendo que ese chiquillo anda caliente con vos, que es un loquito y por eso te hace esas escenas.
Era más la Telma.
Buena amiga pero ella como que no interpretaba mis sentimientos.
Todo lo solucionaba ella con eso.

Era el dieciocho de Octubre, yo me acuerdo bien porque era el cumpleaños de mi madrina, y yo sin plata para darle un regalo, que decidí de repente regalarle el pañuelo que me había dado Juan Carlos, y lo lavé bien y lo planché y lo puse en un papel bien bonito y mi madrina estaba emocionada y me dijo que ella me quería mandar a alguna parte a mí, al campo, donde una pariente que tenía en Olmué, que me iba a hacer bien, me dijo, que yo estaba muy desmejorada, que apenas comía y que pasaba encerrada llorando.
Me dijo que a mi edad, que era una niña chica, que recién comenzaba la vida para mí y que un día, me dijo, yo iba a encontrar un joven bueno que me iba a llevar al altar yo, toda vestida de blanco, que el traje me lo iba a hacer ella, y que ese día, cuando yo saliera de la iglesia vestida de blanco, y del brazo del joven bueno, ese día ella iba a poder morirse tranquila.
Y yo le dije que nunca, que nunca...
Y le dije que después de lo que me había pasado nunca iba a existir un joven así, y ella me dijo que eso había sido un sueño, así me dijo, un sueño, María.
Y me dijo que la Virgen no miraba esas cosas, que la Virgen me tenía un especial cariño porque me habían hecho sufrir cuando era tan chica, que la Virgen me había puesto sus manos encima y me llevaba por la vida, y que la Virgen, me dijo, me iba a cuidar siempre, cuando ella faltara.
Y almorzamos cazuela de ave, que era la castellana, que la madrina tuvo por muchos años sin decidirse, pero la castellana ya estaba vieja, y era tan ponedora que a la madrina le dio como no sé qué comérsela y sólo se tomó el caldo, y me dijo que había hecho eso por mí, para que me repusiera bien y que toda la gallina era para mí y yo apenas la probé.
Y me dijo que ese niño que me venía a buscar era el que me tenía así, que mejor le decía que no volviera más, porque esos niños no traen nada bueno, porque era un niño rico.
Y me dijo que nunca había que casarse con un niño rico, que tienen otras costumbres y hacen sufrir porque siempre andan sacando en cara que ésto, que esto otro...
Y me hablaba y yo apenas podía oírla porque había pensado ir esa tarde allá por Providencia a ver si podía encontrar a algún amigo de Juan Carlos y preguntar algo, que hacían dos días que no venía a verme y yo estaba tan preocupada porque me dijo, la última vez, que iba a matar a Bruno, que lo tenía todo planeado, y yo tenía más susto, que iba a la Fuente de Soda a hablar con la Telma y a mirar el "Clarín" que la Telma siempre compraba, para ver si salía algo, y no podía seguir así, que esa tarde, me dije, iba a ir.
Fui.
En el "Charleston" estaban la Pilola y la Mónica.
Me dio como susto acercarme, pero la Pilola me saludó con una mano y me dijo si quería un helado.
- ¡Uno de chirimoya! - agregó-. ¡El despiole!
Me senté con ellas con la esperanza de que me contaran algo de Juan Carlos.
Estaban furiosas las dos y una me dijo:
- Se está llenando de rotos, ésto...
Mira, el "Copelia" ya no se puede ir.
Ni a "Las Terrazas"...
Vienen las cumas hasta de Quinta Normal, ¿ves?
¡Mira ese grupo!
- Vamos a tener que reunirnos en otra parte - agregó la Mónica- porque aquí, con la unidad popular, la revoltura va a ser el descueve...
¡Mira cómo anda vestida esa cumita!
¡Estos se sienten hippies, pero son rotos ... !
¡Nada más! Rotos de pelo largo...
- ¿Cómo estai? - me preguntó la otra.
Yo sonreí, sin contestar.
- ¡Anoche tuvimos una fumada! ¡Chévere!
- ¿Estaba Juan Carlos?
- Wrong number...
Y se rieron.
- Tu Juan Carlos está loquito - me dijo la Pilola.
Anda con unos gallos medios raros... con los viejos.
Mi mamá tuvo una comida anoche allá en La Dehesa, y fueron no sé cuántos...
Puros momios. Y estaba el Juan Carlos...
- ¿No lo han visto?
- ¡Muérete! ¡Me contaron algo bien choro de ti!
- ¿Qué? ¿Qué cosa?
- Me contaron que te habiai acostado con el Juan Carlos - me gritó la Mónica.
Y yo me puse colorada.
- Tierno - agregó la Pilola.
- ¿Cómo fue eso? Nadie lo había conseguido... nadie...
- ¡Cuenta! ¡Cuenta!
- ¿Quién se los dijo?
- Alguien nos contó... ¿Se lo decimos, Pilola?
-:No. Mejor que no.
- No es cierto - dije.
- ¡Es cierto! ¡Es cierto!
- ¿Y qué tiene de malo? Lo que pasaba con Juan Carlos es que era un tímido...
De siquiatra... Y como esta cumita debe ser más tímida...
Yo creo que nosotras lo asustamos, Mónica... eso fue...
- Te acostaste con Juan Carlos... ¡Mmm! ¡Chévere!
- No es cierto - murmuré en voz baja.
- Por eso anda tan gallito, ahora...
- ¡Tierno!
Me levanté y me fui, sin probar el helado.
Se quedaron riendo, con un verdadero ataque de risa, se pellizcaban y se seguían riendo, y la gente nos estaba mirando, y me fui con más rabia...
Cuando volví a la casa me dolían más los pies, porque me equivoqué de micro y tuve que andar un montón y ya era de noche, y me daba más miedo esas dos cuadras y media que tenía que caminar por Dávila, desde Independencia, porque siempre pasaba algo por allí, a pesar de que estaba la novena comisaría, pero ni así, y "El Milico" podía andar curado, que siempre se curaba en el "Santa Claus", o alguien peor, o un grupo, pero no había nadie aunque yo caminé con el credo en la boca, y en la puerta del cité estaba el auto.
- Voy a avisar y vuelvo - le dije.
Aproveché para cambiarme los zapatos, que me quedaban chicos, y me puse las zapatillas viejas.
- ¡Las cosas están caminando! – me dijo Juan Carlos, misterioso.
- ¿Qué cosas?
- ¡Cosas! ¡No te lo puedo decir ahora! ¡Estoy juramentado!
¿Cachai? ¡Ya sabrás!
- ¿Bruno?
- ¡No! ¡Qué Bruno!, ¡Ese es pájaro chico!
¡Se trata de un pájaro grande! ¿Entendís?
Yo lo miraba y me decía que ya no parecía el mismo, cuando lo conocí, en ese mismo auto, cuando íbamos a Los Dominicos y cuando estuvimos en el mar, y nos bañamos desnudos y él parecía como un ángel, ahora que estaba blanco, pero medio verdoso, con los ojos más hundidos, y estaba como enfermo, aunque yo también andaba más mal.
-¡Vamos! - me dijo.
Y me llevó al departamento que era del padre de la Pilola, ése que miraba al Club de Golf, y yo le pregunté en el camino si había una fiesta, y él me dijo que íbamos a tener una fiestecita, y me miraba de una manera un poco rara, y yo le pregunté si iba a estar la Pilola, si se habían hecho amigos de nuevo, y él me dijo que no, que no iba a estar, que íbamos a estar solos, que ese departamento era donde se estaban reuniendo ahora, me dijo que era un lugar muy secreto, y a mí me dio como alegría, pero también un poco de miedo, porque pensé, a lo mejor, ahora, él me va a matar, y mientras lo pensaba, palabra que me sentía contenta, porque yo lo quería tanto, que esa era la única solución, como cuando Cornell Kruger estaba furioso con Cristina, aunque ya no leía a la Corín Tellado, porque como que no tenía deseos.
- Aquí están las llaves - me explicó-.
Y no hay un alma.
- ¿La Pilola? ¿Ella te prestó el departamento?
- El viejo. Apretó cuevas...
Yo no entendía. Adentro no había nadie, en efecto.
Todo oscuro. Juan Carlos encendió unas luces y puso música.
- ¿Quieres un trago?
Como que comencé a adivinar lo que íbamos a hacer.
Y me dio pena. Palabra.
Me dio miedo, también.
No era así... Nada era como yo lo había soñado.
Y parecía furioso.
Me acordé de la Telma.
Claro, ella habría estado feliz, y seguro que iba a saber cómo manejarlo...
Pero, yo...
- ¿Quieres un trago, o no?
Ni se preocupó de mis deseos. Se puso a preparar los cortos.
- ¡Vamos! - me dijo, pasándome el vaso.
- ¿A dónde, Juan Carlos?
- ¡A la cama, palomita! ¡Vamos!
Y me arrastró al dormitorio, casi a empujones.
Encendió una lámpara en el velador. Comenzó a desvestirse.
- ¡No, Juan Carlos! ¡No!
- ¿Cómo que no?
- No... hoy día... hoy día no.
- ¡Hoy día! - gritó.
- Pero... ¡tú no me quieres!
- ¿Cómo sabes?
Me mordí una mano.
- ¡Lo sé! ¡No me quieres! ¡No me quieres!
Había terminado de desvestirse y se tendió desnudo en la cama, de espaldas, bebiendo su corto a sorbitos.
- Yo te quise mucho - dijo.
- Pero... ahora, ya no...
- ¡Todo está destruido! - gritó.
Y tiró lejos el vaso contra la alfombra.
¡Todo está podrido!
¡El mundo está podrido! - volvió a gritar, y se lanzó encima de mi, y comenzó a desvestirme, y casi me arrancaba la ropa que me rompió la blusa y después me sacó los calzones y el sostén y yo estaba encogida, gimiendo apenas, y pensé que ahora me iba a matar, que seguro que me iba a matar.
Pero no. Me metió dentro de la cama, entre las sábanas y apagó la luz y me dijo:
- ¡Pruébame que me quieres!
Y se quedó callado.
Sentíamos el tic-tac del reloj y él no me tocaba y yo tenía frío, pero poco a poco comencé a entrar en calor, y él entonces me tomó una mano y me la apretó y yo, me dieron ganas de sonarme, y le pedí que me prestara un pañuelo, pero él me dijo que me sonara con las sábanas y comenzó a darme besos y me daba besos, como esa vez, en la discoteque cuando bailábamos y él bailaba pegado a mi boca, y yo le acariciaba el pelo, y le decía al oído que lo quería tanto, y nuestras piernas se habían cruzado, y estábamos acercándonos, y después hicimos el amor dos veces, y me hizo gritar, lloraba de felicidad, nunca había sentido algo así, y él estaba como feliz también y nos quedamos descansando, después, y yo no podía creer y me abrazaba al pecho de Juan Carlos y lo besaba entero y le decía, ¡mijito lindo!, y así estuvimos besándonos y abrazándonos como dos horas.
Después, él encendió la luz, todas las luces, y se vistió rápidamente. Yo lo miraba, sonriendo tapada con las sábanas, con los brazos afuera, que siempre me habían dicho que yo tenía los brazos lindos, redondos, yo lo miraba y me reía y tenía los ojos como empañados porque era tan feliz. Tan feliz.
Se abrochó los pantalones que parecían nuevos, de cotelé azul y se sacó la correa, una correa ancha, de cuero y de repente corrió la cama y arrancó la sábana.
- ¡Puta! - me gritó. Y me dio el primer correazo.
Sentí el dolor.
La correa me pegó encima, en los pechos, y sentí el dolor, como un viento, pero casi no lo sentí, porque fue como si me hubieran tirado en agua helada, y cuando me pegó por segunda vez y volvió a decirme ¡puta!, me encogí entera, de nuevo, y me mordí la boca y me la rompí, me mordí los labios hasta que sentí la sangre que era salada y me volvió a pegar por tercera vez y volvió a decirme ¡puta!, y yo apretando la boca, y con los puños y las uñas enterrándomelas en las manos, que me rompí como cuatro. Y, de repente no siguió.
- ¿No dices nada?
¡Grita!
¿Entiendes? ¡Grita, puta!
Me volví para mirarlo.
Estaba con la correa en alto, asesando, con el pelo sobre los ojos.
Parecía un loco. Yo no podía llorar, tenía algo adentro, como un hipo, algo que no me dejaba llorar, y seguía mordiéndome la boca.
- ¡Habla! ¡Di algo!
Y trató de darme otro correazo, pero como que se detuvo y me miraba y tenía los ojos fijos en mí, y tenía la boca como abierta.
- Yo te quiero tanto, Juan Carlos - susurré con la boca llena de sangre.
- ¡No! ¡No! - dijo, retrocediendo.
Yo estaba ahora temblando, tiritando entera, pero me había levantado, me senté en la cama y temblaba entera como cuando me dio la fiebre.
- ¿Tienes la pistola? ¿La tienes?
Me miró sin responder. La correa se le había escapado de las manos.
- ¡Mátame Juan Carlos! ¡Por favor! ¡ Mátame ahora!
Entonces, él se puso a llorar y corrió y se tiró encima de mí y comenzó a besarme y a llorar y me seguía besando y seguía llorando y nunca lo había visto llorar así, ni siquiera esa vez cuando estábamos a la orilla del río, y yo seguía temblando entera y él empezó a gritar que lo perdonara, que nunca más, que estaba desesperado, que se iba a volver loco, que me amaba, me dijo, ¡te amo María, te amo! ¡Te amo!, y seguía gritando que lo perdonara y después fue y sacó la pistola y me dijo que se iba a matar, y se puso la pistola en la cabeza y me dijo que estaba loco y que no podía más y que se mataba y yo le dije que lo quería tanto y corrí y le quité la pistola, que por suerte no se disparó sola como dicen que pasa.
Y entonces, él se arrodilló y se abrazó a mis piernas y seguía sollozando y me seguía pidiendo que lo perdonara.

Me vestí y salimos abrazados y, bajamos y nos pusimos a caminar porque él me dijo que tenía ganas de caminar un poco y estaba con la voz como ronca, y apenas podía mirarme, pero me tenía muy abrazada y me daba besos y caminamos por Américo Vespucio que era ya muy de noche, y no había nadie, y había una luna llena, y nos veíamos como blancos, como pálidos, y era como si los dos nos hubiéramos muerto, y pasábamos entre los retamos floridos y era también como si nada hubiera pasado antes, como si recién lo hubiera visto como cuando lo vi la primera vez en Los Dominicos, que había una luna igualita.
- ¡María! -susurró.
- ¿Sí?
- ¡María! ¡Yo te quiero mucho!
- Sí, mi amor.
Y le apretaba la mano muy fuerte.
- Yo te quiero más que a nada... que a nada en el mundo...
- Sí, Juan Carlos.
- ¿Me crees?
- Sí.
- ¿Me perdonas?
- ¡Sí! ¡Sí!
- Yo... yo no sabía que te quería tanto... Yo no sabía... ¡De veras!
- Sí.
- Yo quiero estar siempre contigo... Ahora, siempre, siempre, juntos, ¿entiendes? ¡Juntos!
Lo único que atinaba a decir, yo era: sí, sí, sí... No se me ocurría nada más.
- María, ¿te duele?
- No.
- ¿De veras? ¿No te duele?
- No. De veras. Nada.
- María, soy tan feliz...
- Yo también, Juan Carlos.
- María, yo voy a hacer algo, te lo prometo... algo, para que me perdones... yo no quise, yo no te quise pe...
- ¡Amorcito!
Y lo hacía callar besándolo y nos abrazábamos y nos besábamos y anduvimos de la mano y seguimos besándonos y yo me dije que aunque me hubiera matado a golpes, que nunca había sido más feliz, que la Virgencita me perdonara pero que nunca había sido más feliz, que me podía morir ahora, que si Juan Carlos me mataba ahora...

Me fue a dejar a la casa y seguía pidiéndome que lo perdonara y estaba tan cariñoso, y me dijo que nos íbamos a ver siempre, todos los días, y que íbamos a vivir juntos, eso me dijo, que apenas pudiera, íbamos a vivir juntos y me dijo que él quería casarse conmigo, que yo era para él, que Silo no era nada comparado, que él y yo, y me dijo que nunca podría arrepentirse de lo que había hecho, me dijo que estaba loco.

Y me regaló un crucifijo de plata muy lindo, que tenía unos como brillantes, y me dijo que se lo había dado su abuela antes de morir y que ahora, él me lo daba a mí para que lo perdonara y me hizo jurar por el crucifijo que lo perdonaba y que lo iba a amar siempre y yo juré por el crucifijo y nos pusimos a llorar y nos dimos un beso muy largo y yo sentí que la Virgencita de Montserrat nos había juntado para siempre.


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