Saturday, September 13, 2008

PALOMITA BLANCA " PALOMITA LINDA, VIDALITA PALOMITA TRISTE"



Yo había ido tres veces al mar, incluso una vez estuvimos una semana completa con mi madrina en la residencial "Anita" en Cartagena, y no sé por qué el mar como que me ponía triste, qué idiota, era tan bonito, que como que me ponía triste.

Juan Carlos corría y yo como que le fui agarrando el gusto a la cosa, cuando ya íbamos por el camino a Pudahuel, y con la radio puesta bien fuerte, como le gusta a él, y a mí, y lo miraba de perfil, no me cansaba de mirarlo, porque se parecía tanto a un joven que yo vi en una película, que no me pueda acordar el nombre.
Con la leche y la manzana se me quitó un poco el hambre, pero de todos modos, después que pasamos el túnel, que lo acababan de inaugurar y que era harto largo, y llegamos a Curacaví, yo le dije a Juan Carlos que mejor nos parábamos por ahí, para tomar una taza de café con leche, porque tenía mucha hambre.
- Toma, tómate un trago de coñac - me dijo. -
No - le dije- yo quiero comerme un par de huevos, una paila.
- ¡Una paila! - gritó.

Y se puso a reír.
Pero, de todas maneras, por suerte, nos paramos en el Hotel Inglés, y yo me comí los huevos fritos con harto pan amasado y una taza de café con leche y me sentí, la pura, me sentí mucho mejor, mucha más repuesta, y todo mientras Juan Carlos me miraba en silencio.
El pidió una Coca-Cola, y tomaba coñac con Coca-Cola, y me dijo que si quería tomar yo también, pero yo le dije que no, porque con esa cuestión de la marihuana como que se me había revuelto el estómago.

Cuando seguirnos y ya íbamos cerca de Casablanca Juan Carlos me preguntó:
- ¿Tú crees en Dios?
Yo le dije que sí. Que era católica.
- ¡Ese Dios no existe! - gritó Juan Carlos clavándome los ojos.
Me dio más miedo.
Pensé que íbamos a chocar al tiro. -
¿No existe?
- ¡No! ¡Es una farsa!
¡Una farsa que dura ya dos mil años! -agregó, como serio.
- Pero ... pero...
- Sí... ¡Hay un Dios! ¡Un Dios nuevo!
- Pero, Juan Carlos...
- ¡Un Dios nuevo para un mundo jóven y puro!

Ibamos muy rápido, lo menos a ciento cincuenta o más, y yo me había asustado un poco, pero estaba tan lindo, tan pálido, con los ojos celestes hundidos, como con un azul en los párpados, y el pelo rubio que como que le iluminaba la cara, parecía una virgen, o un santo, y me miraba con tanta dulzura, era tan lindo, que me ponía triste, porque Juan Carlos era como el mar, igualito.
No siguió hablando, y escuchamos radio un buen rato a los Beatles, que le encantaba a Juan Carlos y a mí también, y a otros cantantes americanos que no me acuerdo bien los nombres aunque Juan Carlos se los sabía todos y además conocía las letras y cantaba con ellos en inglés.
- ¿Sabes hablar inglés?
- Sí - me dijo, buscando una nueva canción en la radio, -
Yo... yo no sé nada...
Me miró, lejano, como si no me viera.
- Tampoco sé nadar.
- ¿Sí?
-Tú... tú... ¿sabes nadar?
Ahora se reía y se estaba tomando a sorbitos el coñac.

Valparaíso estaba lindo y bajamos por una avenida llena de curvas aunque no era Valparaíso sino Viña, que le dicen, y seguimos por montones de calles hasta Reñaca. Estaba lindo a pesar de que estaba bien nublado y hacía frío, pero igual Juan Carlos tendió el chal en la arena y trajo la botella de coñac, y yo también me tomé un traguito y me sentí mucho más repuesta, y nos tapamos con el chal y Juan Carlos me abrazó y yo creí que me iba a morir.
Me abrazó, nada más, y sentía su cuerpo y yo temblaba y era como que me dieron ganas de ponerme a llorar o de haberle dicho una tontera porque él se había quedado traspuesto entre mis brazos y me dieron ganas de haberle dicho algo que como que se me ocurrió cuando hablaba de Dios, pero no me atreví, que era "tú eres mi Dios, Juan Carlos", pero por suerte no me atreví, porque era medio como dramático, y a este joven recién yo lo venía conociendo, aunque era la pura verdad.

Después salió el sol y yo me desperté la primera y estaba poniéndose azul el cielo, las nubes como que se iban corriendo y habíamos llegado como a las nueve y media, porque creo que salimos de Santiago antes de la siete y ahora serían las once, por lo menos, y yo le miré el reloj de oro que tenía Juan Carlos, y eran las once, poco más, y no me quería mover para no despertarlo y traté de abrigarlo bien, era tan lindo, me sentía harto tonta yo, ni siquiera sabía nada de él, y él apenas si me había preguntado mi nombre dos veces y seguro que ya se había olvidado de nuevo, pero era como si lo hubiese conocido toda la vida.

Por suerte se movió y se despertó y al principio me miró algo extrañado.
- Yo... yo soy María - le expliqué un poco asustada.
Se rió. Tenía lindos dientes.
- ¡Tonta! - me dijo.
Miró el sol, el cielo.
- En un rato más nos podemos bañar.
Se levantó y empezó a correr, fue hacia la espuma y se mojó las manos, era bien alto y bien delgado, y con el chaleco rojo se veía lo más bien.
Cuando volvió le pregunté:
- Tú eres harto joven, Juan Carlos.
- Diecisiete.
¿Y tú?
Yo le iba a decir que tenía veinte, porque total todas me echaban veinte por lo menos, como soy tan alta y media seria, pero no me atreví a rnentirle, total, qué sacaba con echarle chivas si él, igual me iba a pillar, y decidí, entonces, y lo he cumplido, virgencita de Monserrat, por Dios que es cierto, decidí, excepto en eso, que eso, no se lo podré decir nunca, virgencita, pero tú me entiendes, decidí que nunca le iba a mentir, que siempre le iba a decir la verdad, nada más.
- Dieciséis... recién cumplidos.
- ¿Cuándo es tu cumpleaños?.
- El diecisiete de julio.
- Eres Cáncer ...
¡Cáncer!
No le entendí.
Entonces me tomó la mano derecha y me la estuvo mirando un rato.
Ya el sol nos calentaba bien y el pelo de Juan Carlos se veía cada vez más rubio, más blanco.
Sentí ganas de pasarle la mano por el pelo.
- Has sido elegida... tú... - me dijo.

Después, fue al auto y trajo unos cigarros de esos puros que me dijo que eran cubanos y me dio uno sin preguntarme nada, y él encendió el otro, y se notaba que no tenía mucha costumbre de fumar porque tosió y se ahogó dos veces, pero yo hice como que buscaba unas conchitas en la arena.
Como era día de semana no había casi nadie, uno que otro hombre solo.
Juan Carlos me hablaba ahora.
Una voz ronca y corno lenta.
- ¿A que colegio vas? -
Al Liceo número cuatro.
- ¿Y donde está el Liceo número cuatro?
- En Recoleta.
En Recoleta esquina de Juárez. Ahí está...
- ¿Tú vivís por ahí?
- Sí, vivo con mi madrina...

Por suerte no me siguió preguntando, que me daba harta vergüenza tener que hablarle de mi familia, de mi mamá, que era más, la mamá, de mi padrastro, que no era padrastro ni nada sino el tío Beno, y de todos los hermanos y de la casa que tampoco era casa, puras latas y cajones, y pura mugre, allá en la población La Pirámide, que si no es por mi madrina y por la Virgencita de Monserra que me ayudaron.
- ¿Tú estudias?
- Terminé.
Es decir, termino este año... 0 sea, humanidades... -
¿Donde?
- En el Saint George..
- ¿Y dónde queda el Saint George?
- ¡Chis, no sabes dónde queda el Saint George!

Me dio harta vergüenza haberle hecho esa pregunta, sobre todo porque me miró medio raro, pero no sabía.
Todavía no sé bien.
Y cómo ahora ya hacía reharta calor Juan Carlos me volvió a decir que teníamos que bañarnos, pero yo no tenía cómo, y le dije que no había traído, aunque la verdad era que no tenía, que el último traje de baño que me hizo mi madrina, que lo cosió ella, era más divertido y me lo puse medio escondida cuando fuimos a Cartagena, y no estaba naa a la moda, que de dónde voy a tener para comprarme un Yansen, de esos como bikini que tiene la Telma, uno rosado con vuelos blancos, que me lo probé y me quedaba mucho mejor que a la Telma, que es medio corta de piernas y muy gorda.

Entonces Juan Carlos se levantó, recogió sus cosas, me tomó de la mano y partimos en el auto de nuevo, ahora hacia Concón a buscar una playa, me dijo, y llegamos a una playa, pasado Concón, una playa larga y donde no había un alma, y Juan Carlos, más loco, se metió por la arena con el auto, por la espuma, y Juan Carlos se reía y el auto levantaba como una cortina de agua por los dos lados y yo tenía miedo porque era como peligroso, pero luego, al final de la playa, Juan Carlos detuvo el auto y se bajó corriendo y le puso unas piedras debajo de las ruedas.
- Para que no se hunda - me explicó.
Estaba lindo allí, con el sol bien alto, y hacía calor y nada de viento, y el mar con montones de olas que chocaban y todo bien blanco.
- ¿No será peligroso bañarse aquí?
- ¡Muy peligroso! - me dijo-.
No hay que meterse adentro.
La resaca es re fuerte.
Aquí se ahogó hace dos años una prima mía.
Y vivo el ojo con el auto, mira que si sube la marea.
Al pato Zaldivar le llevó un Fiat 600, hace poco, y demoró como tres días en sacarlo y ya no servía para nada.
- ¿Y quién es el Pato Zaldivar?
- Un amigo mío.
- ¿Tienes muchos amigos?
- Montones.
- ¿Tienes ... tienes muchas amigas?
- Montones, también.
- Yo no - expliqué en voz baja.
- ¿Y, por qué no?
- Porque no.
- ¿Pero, por qué?
- Porque... porque soy... algo... algo retraída -dije.

Juan Carlos me miró sorprendido y como con ganas de reír.
Pero no se rió. Se le hacían dos hoyitos en las mejillas igual que a mí, por eso no me importaba que se riera.
- ¡Vamos!
¡A bañamos!

Y comenzó a sacarse la ropa.
Yo lo miré aterrada.
Era blanco, bien blanco, y cuando estuvo desnudo vi que tenía las piernas con pelitos amarillos, igual que la cabeza, y además, pelitos rubios allí, en esa parte, y era delgado y lindo, como un ángel .
- ¡Desnúdate! - me dijo, serio.

Yo, la pura, que tenía más vergüenza.
Nunca me había desnudado antes.
Nadie me había visto desnuda nunca, ni siquiera el cochino del tío Beno, y además era más chica, y ahora.
Y no supe qué hacer, pero Juan Carlos, sin precuparse, comenzó a caminar hacia el agua y me dijo que me apurara, te espero en el agua, me dijo, estaba como seguro que yo le iba a hacer caso, y comenzó a caminar dándome la espalda, y él no tenía vergüenza alguna y entonces me decidí, que lo peor era que me hubiera visto cuando me desnudaba, porque tenía los pantis con dos puntos corridos, y el sostén estaba medio roto y agarrado con un alfiler de gancho.
Miré para todas partes y no había nadie, y entonces me desnudé y guardé bien escondida la ropa y era rico el sol sobre la piel, y al principio me tapé con la mano, pero siempre me faltaba una mano, pero después me puse a caminar sin taparme, porque pa mí que me veía medio ridícula.
Juan Carlos ni siquiera me miró, me tendió la mano, él ya estaba con el agua hasta el tobillo, con la espumita blanca, me tomó la mano y avanzamos por el agua y ni siquiera me había visto, como que estaba seguro que yo estaba allí, al lado, desnuda, y el agua estaba medio fría, me dieron escalofríos, pero se me quitaron cuando Juan Carlos, con la cabeza levantada hacia el sol, comenzó a gritar:
- Dios mío!
Y me dijo en voz baja, como si nos oyera:
- Grita conmigo, fuerte.
Y yo le hice caso y los dos gritamos:
- ¡Dios mío!
Y entonces me pidió que me arrodillara y él se arrodilló y yo también lo hice y la espuma ya nos llegaba hasta la cintura y me dio frío de nuevo.
Y me dijo que hiciera lo mismo que él. Y gritó de nuevo:
- ¡Silo! ¡Siiii-loooooooo!
Y yo grité:
- ¡Silo! ¡Siiii-loooooooo!
Aunque no entendía ni pío.
Y, entonces, él bajó la cabeza, todo el cuerpo, y lo hundió en el agua, y como vino una ola más grande, nos cubrió enteros y yo tenía más frío que nunca, y Juan Carlos sacaba y hundía la cabeza en el agua y yo también, y parecía que estaba llorando, pero debe de haber sido el agua, digo yo, y siguió gritando, y yo con él, eso de: ¡Silooooo ... ! ¡Siloooo!
Y, después, se levantó y me ayudó a levantarme que estaba llena de arena y mojada como diuca, y tiritando, y me dijo:
- ¡Corramos!
Y se puso a correr y yo detrás, y él no me soltaba de la mano, y me hacía correr más ligero y corrimos por la playa, saltando entre los huiros y corrimos, y después, de vuelta y ahora yo estaba que apenas podía respirar, aunque se me estaba pasando el frío y fuimos después hasta donde había dejado el auto, y él sacó la manta y me la puso y me ofreció un trago de coñac que ahora sí que me gustó y que me hizo bien.
Y él jadeaba, desnudo, moviendo los brazos y riéndose.
- ¡Ahora, eres de mi iglesia! -exclamó.
- Si, Juan Carlos -dije.
- Eres de Silo ... como yo...
- Sí.
- Nadie nos podrá separar, ahora... nadie...
- Sí.
- 0 sea, que somos hermanos...
- Sí, Juan Carlos.
- Si somos puros, nadie podrá separamos nunca.
Bruno dice que la pureza es como una roca... ¡Como una roca!
-¿Y quién es Bruno?
- ¡Ya sabrás! ¡Ya sabrás! -
y me miraba riéndose, feliz, todavía mojado, lleno de gotitas de mar, y como con orgullo, me miraba distinto ahora, y después se acurrucó junto a mí y se tomó casi toda la botella de coñac, y estaba desnudo junto a mí y yo me puse como nerviosa, como que tenía ganas de acariciarlo, de que me acariciara, de algo, una tontería, no sé, de que se pusiera como cargoso, pero... pero en vez de eso, yo le dije si quería que lo peinara y él me preguntó si había traído la peineta, y entonces la fui a buscar, que yo no tenía vergüenza, aunque una por atrás, desnuda, casi siempre se ve pésimo, y él ni me miró, de nuevo, yo creo que aún no se daba cuenta de cómo era yo, y me senté en el chal, y él se dejó peinar un largo rato, que daba gusto peinarlo, tan suavecito y delgado que tenía el pelo,
¿te lo lavas todos los días, Juan Carlos?
No, casi, nunca.
No te lo creo, cierto, casi nunca, pero es tan bonito, como de peluquería, y él se puso a reír y me peinó a mi, que tengo el pelo largo y grueso, y bien negro, y me peinaba y peinaba para que se secara bien el pelo, y después tomó la peineta e hizo algo bien divertido, que a cualquiera otro no lo habría dejado, pero a él, tomó la peineta y se puso a peinarme los pelos de abajo que tenía como una lomita, como un nido de pelos medios crespos, y me daba cosquilla y además, allí yo tenía los pelos bien enredados, y él, dale con peinármelos, mirándome, que tenía más pelos yo allí, no sé por qué era tan peluda, desde los catorce años que tengo tantos pelos, y después me pasó la peineta y yo le peiné a él los pelos allí, y los de él eran rubios y también crespos y me daba un poco de vergüenza verle la cosa que que era como blanca y medio rosada y no muy grande, pero él estaba tendido en el chal con los brazos abiertos y cantaba en inglés, parece que era inglés.
Después, nos envolvimos en el chal, bien envueltos, y sentí el calorcito del cuerpo de Juan Carlos y pensé, la pura que creí que se me iba a poner cargoso ahora, y yo, más tonta, me habría dejado, casi quería algo, no sé si la Telma supiera donde estoy, me decía, ella que siempre me dice que yo soy... no, mejor no digo nada de lo que la Telma me dice que yo soy.
- ¿Y qué es eso de Silo, Juan Carlos?
- Una Iglesia... La verdadera iglesia.
- ¿Y, cómo? Yo nunca había oído hablar de eso.
- ¿Crees? ¿Crees, ahora?
- Sí, Juan Carlos.
- Si somos puros, o sea, Silo entrará en ti y te dará la felicidad.
- Sí.
-Pero, hay que ser puros...
¿Tú viste?
Estuvimos desnudos y nos bañamos desnudos, para bautizar el cuerpo en el mar y el sol.
Y no tuvimos vergüenza, y no tuvimos tentación, o sea, estuvimos abrazados desnudos, o sea, vencimos la carne, entiendes, y nada más, o sea,
¡esa es la pureza!
- Sí, Juan Carlos.
Corríamos de nuevo en el auto por la playa hasta el camino pavimentado y de alli empezamos a volver a Santiago, supongo, porque el camino era nuevo, entre unos bosques.
- Juan Carlos, tengo hambre.
- ¿Cómo? ¿De nuevo?
- Ando con el puro desayuno - expliqué.
- Vamos pa mi casa...
- Pero... tu casa... No me conocen...
- No hay nadie. Y siempre hay comida.
- ¿Viven... tus padres?
- ¡Claro,que sí!
¡Montones de padres y tíos!
¡Me sobran padres y hermanos y parientes!
Pero, no están...
Andaban paseando, ¿cachai? ¿cachai, María?
- Juan Carlos ... es.... es la primera vez...
- ¿La primera vez? ¿que, qué?
- Que me dices María...
Yo te he dicho como cien veces tu nombre y tú me acabas de decir...
Entonces él se rió y aceleró el auto cada vez más y comenzó a gritar:
- ¡María! ¡María! ¡María!
Y yo me reí, también, y puse la radio a ver si encontraba algo de Manzanero que me gusta tanto.
Como a las cuatro de la tarde llegamos de nuevo a Santiago y en el camino medio que me anduve quedando dormida, y cuando íbamos por Providencia, frente a los edificios Tajamar, por decirle algo, le dije:
- Eso lo hizo mi papá.
- ¿Sí?
Me miró por un momento.
- Tu papá ... ¿es arquitecto?
- No. Estucador.
- ¿Estucador?
- Sí, pero ya no está... porque se cayó, veís, de esa torre, de la más alta... y se mató... Cuando yo era más chica...
- ¿Y era ... buen estucador?
- Bien bueno... dicen ... no sé...
Yo era muy cabra chica.
Mi mamá decía que era un estucador de primera, de cosas finas...
- De cosas finas - repitió.
- Y, tu papá, ¿qué hace?
- ¿Mi papá?
- Sí. ¿A qué se dedica?
- ¡Puh! ¡Negocios! ¡Hace negocios!
- Sí... pero, ¿qué negocios?
- El viejo gana plata, montones.
Cuando se muera yo voy a quedar con harta plata y entonces la voy a dar toda a Silo y con Bruno la gran iglesia...
Ya vas a ver.
- Esa iglesia... ¿La inventó Bruno?
Juan Carlos me miró, horrorizado, como si hubiera dicho algo terrible.
- Silo ha existido desde siempre...
desde que existe el hombre tierra... o sea, es la fuerza que purifica...
o sea, está en la Biblia y ahora... o sea, acaba de venir...
- Sí, Juan Carlos.
- Tú eres Silo, ahora...
¿Recuerdas?
- Sí, Juan Carlos... Pero... no sé nada...
- Yo te enseñaré, María... Todo.
Vamos a aprender todo, juntos...
Primero, como dice Bruno, tomar conciencia de la pureza como fuerza, como una espada será tu pureza, y luego, te convertirás en coetánea...
- Sí, Juan Carlos.
- Y, ahora, mejor llegamos luego a la casa porque hasta yo tengo hambre.
- Pero... si no has comido nada...
- Mejor. Hay que comer poco.
A veces he pasado tres días sin comer, por lo de la pureza, o sea, el cuerpo es una cáscara, dice Bruno.
- Sí, Juan Carlos.
Era más tonta yo. Lo único que atinaba a decir.
- María.
- ¿Sí?
- Tú... tú... ¿crees en mí?
- ¡Sí, Juan Carlos! ¡Sí!
Me dieron ganas de darle un beso, de veras, pero me dio miedo de que se fuera a reír, o que me interpretara mal, por esa cuestión ,de la pureza...
En vez, le dije:
- Eres lindo, Juan Carlos.
- Tú también, María.
- ¿Me encuentras linda?
- Eres medio negrita, pero harto linda - me dijo.
Me anduve, como picando con eso de medio negrita, pero la pura que yo soy bien morena, y siempre me han dicho, en la casa me decían todos la negra, asi que...

Era tan lindo donde vivía Juan Carlos, parecía un palacio, lleno de alfombras y jarrones y unos cuadros de santos y Juan Carlos me hizo entrar a la cocina que era una película, con montones de cosas limpias y blancas, y un refrigerador lleno de carne y verduras, y me hizo de comer, que abrió una lata de jamón, que yo no había visto nunca el jamón tan grande asi, en conserva, y nos hicimos unos sandwiches y yo le dije que si tenía ají, aunque mi madrina me lo tiene prohibido porque dicen que salen espinillas, aunque yo nunca he tenido una sola espinilla, tengo la piel bien suave y sin un granito, que la Telma siempre me decía que lo que me envidiaba a mí era mi piel.
Había dos empleadas con delantales nuevos que me miraron medio raro, a lo mejor fue una idea no más, y Juan Carlos se puso a llamar por teléfono a unos amigos o amigas, qué se yo, y en la cocina había un teléfono celeste y había otro más chico, pero después vino y me tomó una mano y me llevó por el salón y por una escalera hasta una pieza que era preciosa, llena de libros y de afiches y uno enorme del Che Guevara, que ése sí lo conocía, y otro de los Beatles, y de otros cantantes.
- Este es Bob Dylan - me explicó.
- ¡Ah! - le dije.
- ¡Y este es Jimmy Hendrix!
¡El descueve!
Yo no conocía a nadie.
Y me mostró a otros, la Joan Báez y la Judy Collins, pero volvió a decirme que Hendrix era la muerte.
- ¿No tienes a Manzanero?
- No.
- ¿No te gusta?
- No lo conozco.
Yo me reí, contenta.
Había algo que Juan Carlos no conocía.
Yo iba a tratar de que conociera a Manzanero.
Estaba segura de que apenas lo escuchara...
- Es como romántico - le dije-.
No sé si te va a gustar.
- ¿Por qué no?
- ¿Y no tienes un banderín del Colo-Colo?
- ¿Del Colo-Colo?
-Sí... ¿no te gusta el Colo-Colo?
- ¿Por qué me habría de gustar?
- A todos les gusta el Colo-Colo - murmuré, sintiéndome ridícula.
- A mí, no.
- ¿No te gusta el fútbol?
- No. A mi hermano le gusta.
- A mí me gusta un poco, pero si a ti no te gusta...


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