Saturday, September 13, 2008

PALOMITA BLANCA " PALOMITA LINDA, VIDALITA PALOMITA FEA"

Palomita linda, vidalitapalomita fea

Desapareció por tres días y cuando volvió ya no era el mismo.

No se había afeitado aunque no tenía mucha barba, unos pelitos rubios en la pera, pero igual, se veía sucio, andaba con unos pantalones de cuero negros y medio rotos, llenos de rasmilladuras, y con una chomba también negra, bien fina se veía, como de jersey, pero llena de manchas, y salimos a dar una vuelta pero fue como si estuviera furioso conmigo, que qué le había hecho, y cuando le pregunté que cómo le había ido, es más, me dijo que me metiera en mis cosas, que era una intrusa, me dijo, y yo, la pura, que estuve a punto de ponerme a llorar, y me clavé las unas en las manos y me quebré una y estaba bien quemado seguro que anduvo en la montaña, y tenía la nariz medio pelada, y algo le pasó porque no abría la boca, y cuando quise encender la radio me la apagó con un manotón y salimos corriendo hacia Pudahuel, hacia el túnel, me dijo, y corría como loco, como nunca, y nos paramos antes del túnel, en un potrero lleno de yuyo y cerca había como un río, bien bonito, y fuimos hasta la orilla y él se tendió de espaldas en la orilla, sobre los yuyos, y había unas abejas que volaban encima, y así estuvimos, yo al lado, sin atreverme a decirle nada, porque estaba tan enojado y estuvimos como una hora y pasaron dos aviones y cuando pasó el segundo, me dijo:
- Es la Braniff.
Y yo le pregunté que cómo sabía.
- Por el color. Por eso. ¿No ves que es azul?
Yo lo miré con harta admiración.

Sabía tantas cosas el Juan Carlos.
¡Cómo podía ser tan malo conmigo!.
Y, de repente, me tomó la mano y me abrazó y se puso a llorar.

¡Él!
Se me puso a llorar, se abrazaba a mí, y lloraba, había hundido su cabeza en mi pecho, me aplastaba los pechos con su cabeza y lloraba y no dejaba de llorar, y yo me sentí tan mal, y estaba tan apenada yo, y me puse a pasarle la mano por el pelo, y le besaba el pelo, y le acariciaba la cabeza y le decía:
- ¡Lindo! ¡No llores!
Y él, más lloraba.
- ¡Mijito lindo! - le decía yo, que no se me ocurría qué decirle.

¡Mijito lindo! ¡No llores, mijito!
Y miré el cielo y me dije que nunca iba a tener un momento como ése, que todo se lo debía a la virgencita de Montserrat, que todo lo que me había pasado antes era nada, que la pena, que las noches sin dormir, que las veces que yo había llorado también leyendo "Empezó sin querer" y que la tristeza en la casa, y los días que corría a la puerta y las tardes en que había andado, desesperada, buscando al Juan Carlos, y esa vez en que tomé una micro y me fui a andar por Providencia, y anduve como loca, y que todo eso no era nada, porque ahora lo tenía, ahora estaba ahí, le podía pasar la mano por el pelo, lo sentía respirar, lo sentía toser, era mío, era mi Juan Carlos, ahora era mío, para siempre...


De repente, se paró y corrió al río y se mojó la cara y se metió después al agua, entero, vestido se metió, hasta la cintura, y se echaba agua en la cara y cuando salió estaba todo empapado y me dijo, casi sin mirarme, me dijo:
- ¡Vámonos!
Y me fue a dejar a la casa. Y cuando se iba me dijo:
- ¡Silo se fue a la mierda! ¿Entendís?
- ¡Sí, Juan Carlos!
- ¡A la mierda! ¡Se acabó!
- Sí Juan Carlos.
- ¡Ahora, no te tengo sino a ti! ¿Cachai?
- Sí, Juan Carlos.
salió acelerando por la calle, que casi choca con una carretela.
Toda la noche estuve repitiendo la frase.

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