Saturday, September 13, 2008

PALOMITA BLANCA V

Crece palomita, vidalita y volvete halcón

Pero, al día siguiente, que era diecinueve de Octubre, no llegó.

Lo esperé todo el día, me pasé, afuera, en la puerta, y estuve hasta, más de las diez de la noche, que mi madrina estaba furiosa, y pasaba rezando porque decía que yo me iba a perder, que no podía llegar tan tarde como anoche que había llegado como a las tres de la mañana, que ya no iba al colegio y que ahora, que parecía que se iba a acabar el mundo con todas las concentraciones y bombas y la radio que parecía que iba a estallar la revolución, y que cualquier noche, le traían muerta a su niña, me decía, y yo no podía explicarle nada, lo único que le dije es que tuviera confianza en mí, que todo se iba a arreglar le dije, me abracé a ella y dije que me creyera, que yo ahora era tan feliz, y anduve todo el día cantando esa canción de Manzanero que decía "Cuando estoy contigo, no siento el fracaso" y que decía "todo lo que tengo, lo encuentro en tus brazos" y la iba repitiendo una vez y otra mientras planchaba los pantalones, los bluyines y corría afuera a ver si Juan Carlos aparecía y volvía a pensar cuando me dijo que quería casarse conmigo, que no había nadie como yo, que yo era de él, y yo sacaba el crucifijo y me ponía a besarlo y estaba tan feliz, tan feliz, que parecía una tonta, y cuando en la tarde llegó la Telma a verme, y mi madrina que no podía aguantar a la Telma porque decía que era una fresca, y la Telma, más buena amiga la Telmita, que me dijo que estaba tan preocupada por mí, y yo la abrazaba y me reía y le mostré el crucifijo y ella me preguntó que qué me había pasado y yo le dije que no se lo podía decir, que si se lo contaba no me iba a creer, que nunca había sido más feliz en mi vida, le dije, y que ahora sí que estaba en deuda con la Virgencita de Montserrat, que no había con qué pagarle a la Virgencita, y le dije si me podía prestar algo de ropa, y ella miró el crucifijo un buen rato y me dijo que era joya muy fina.
Pero, Juan Carlos no vino.


El día veinte, que era un Martes, ya como que me comencé a intranquilizar y tuve que ir al liceo y como no había ido en tres días, la señorita me mandó a la Inspectoría y allí me dijeron que me habían suspendido y que iba a repetir año, y que tenía que volver con el apoderado y me dio más rabia, porque seguro que mi madrina se iba a poner de lo más que hay y se iba a enojar mucho, y tantas esperanzas que ella tenía, pero la Mirta me dijo que ella iba a hablar con una profesora, y que si yo me conseguía un certificado médico, que a lo mejor me dejaban presentarme a exámenes, y yo pasaba en la puerta que ya todos como que sabían y pasaban los veguinos y me echaban más tallas, que no sabía dónde meterme.
Y yo no podía ni dormir ni comer, que tenía unas medias ojeras, que mi madrina me hizo una agüita de amapola que fue a comprar al yerbatero y me dijo que si no dormía me iba a dar un ataque, y yo, ¡cómo iba a dormir si ya hacían dos días que no venía el Juan Carlos!
Y eso que me había jurado que ahora sí que iba a ir todos los días, que íbamos a vivir juntos, que nos íbamos a casar, me dijo, y nada, y a lo mejor ya se había arrepentido y todo era porque le dio pena pegarme esa noche, porque tiene tan buen corazón y después se arrepintió y se volvió a acordar, seguro que eso era y ya no iba a venir de nuevo, nunca más, y entonces, ¡cómo creía mi madrina que yo podía dormir!

El miércoles hice como que me iba al colegio y me fui a Providencia y empecé a mirar, andaba de uniforme, pero miraba igual, aunque con cuidado porque antes me moría que encontrarme con el grupo, con la Pilola y la Mónica que habían sido tan malas conmigo, y, además, que me veía bien ridícula con el uniforme que me quedaba medio chico y con el bolsón más viejo, fui a "Sissi", que era a donde a veces iban a comer empolvados el Juan Carlos y los otros, y pasé por la tienda de discos, de la Consuelo, que estaba allí pero que como que no me reconoció y después me fui al "Copelia" donde no vi a nadie y me volví a la casa temprano por si él había ido y pasé toda la tarde en la puerta del cité mirando, y nada.
Mi madrina estaba ahora con susto porque decía que mi mamá había llegado en la mañana a decirle que los pobladores se estaban armando para defender el triunfo de Allende en el Congreso, y que ya habían tratado de matarlo dos veces y que si algo le pasaba al compañero presidente, así decía, ellos iban a quemar entero Santiago, y a matar a todos los ricos, y decía que iban a ir todos al Congreso para Noviembre, porque querían quitarle el triunfo a Allende los políticos y que esa tarde había una nueva concentración a la que teníamos que ir todos, pero mi madrina la echó de la casa porque la mamá estaba muy curada de nuevo, y mi madrina le dijo que si volvía a ir iba a llamar a los carabineros, pero mi mamá la amenazó con quitarle la casa, que le dijo que iba a llegar en la noche con los pobladores y a todas las viejas momias como mi madrina, las iban a matar a palos, porque ellos sabían que mi madrina era alessandrista, que ése era un viejo malo que estaba completando para matar a Allende, y eso sí que ellos no lo aguantaban, dijo.

La Mirta fue más tarde y me preguntó si quería ir a la concentración, que era como a las diez de la noche en la plaza Chacabuco y yo le dije que no.
Y esa noche no dormí y tampoco durmió mi madrina, y puso la radio y dijo que todo estaba revuelto ahora, que no era como en los tiempos cuando vivía el finado don Lucho, que eran tiempos de orden y respeto, dijo, que esa noche yo sentía gritos y parece que afuera andaban como unos grupos, como los pobladores, que había dicho mi mamá, y mi madrina le puso doble tranca a la puerta y yo me imaginaba a Juan Carlos en el auto, afuera, esperándome, y capaz que le hicieran algo a Juan Carlos, como era rubio y parecía un ángel, y yo pensaba ¡si pudiéramos vivir juntos, cuando yo cumpliera diecisiete años, que ya no faltaba mucho, y nos fuéramos a vivir juntos, y nos casáramos, aunque no fuera por la iglesia, aunque no fuera de blanco, ¡qué me importaba!, aunque no nos casáramos, Juan Carlos, qué me podía importar, porque contigo... porque, Juan Carlos, "todo lo que tengo lo encuentro en tus brazos" - le decía.

Me desvelé y lloré un poco y estuve rezando y como al amanecer recién pude conciliar el sueño, y me quedé más dormida, que cuando mi madrina comenzó a remecerme, que eran como las once y media del día Jueves, y mi madrina estaba con una taza de caldo que me había hecho y estaba llorando y yo le dije, que por qué estaba llorando, y ella me dijo:
- ¡Ahora si que se armó, mijita linda! ¡La Virgen nos ampare!
Yo le seguía preguntando pero ella lo único a que atinaba era a rezar y decir: ¡La Virgen nos ampare! Y entonces escuché la radio que estaba puesta y decían cosas terribles, que habían baleado al general Schneider, que era el General en Jefe del Ejército, que lo habían encerrado entre varios autos y lo balearon, que fue en Américo Vespucio, que estaba muy grave, decían, que era un atentado político, que lo habían llevado al Hospital Militar, que si no es por el chofer del auto que corrió al Hospital, que el Presidente Frei, que el Intendente, que Allende, que iban a declarar estado de sitio en Santiago, y seguían y seguían las noticias, las declaraciones. Como a las doce llegó la Mirta muy asustada y me dijo que eso era la revolución, que ella había ido al colegio y se suspendieron las clases, y que su hermano estaba en el Partido en una sesión secreta.
Y, después, llegó la mamá y de nuevo medio curada y le dijo a mi madrina que en la tarde los pobladores comenzaban a avanzar hacia el centro, y que iban a proteger a Allende porque los momios querían matarlo y que si mi madrina no se iba con ellos al tiro le iban a quemar la casa, y mi madrina se arrodilló y comenzó a rezar, pero la vieja la seguía amenazando, y también me amenazó a mí y me volvió a decir que mi lugar estaba con el pueblo, con la gente pobre, me dijo, y no viviendo allí como una rica, y me dijo que si yo no me acordaba que tenía hermanos que cuidar y yo, claro que me acordaba ¡cómo no me iba a acordar!, y ella me dijo que yo debía estar lavando ropa y ayudándola a ella en vez de andar sintiéndome una señorita.

Yo salí a la puerta cuando la mamá, por fin, se fue, y estuve un buen rato mirando, pero Juan Carlos no apareció.
En la tarde las noticias eran peores. El general seguía muy grave, dijeron, y dijeron que no se iba a salvar, porque tenía como diez balas en el cuerpo.
El Viernes veintitrés, yo me acuerdo bien de las fechas porque me llevaba contando los días, el general Schneider se murió y la radio seguía dando noticias y en Santiago no se podía uno mover porque lo tomaban preso, seguro que por eso Juan Carlos no aparecía.
El Sábado fueron los funerales y fuimos con mi madrina a mirar la pasada del cortejo a la Avenida La Paz que nos quedaba al ladito.
Estuvimos como tres horas paradas, con un montón de gente, y venían las bandas de la Escuela Militar y otras, y soldados y detrás venía sobre una cureña el ataúd envuelto en una bandera chilena, y detrás venía, ¡pobrecito! el caballo del general, y detrás venía el Presidente Frei con sus ministros, y Allende, y un montón de gente y nos dijeron que unos jóvenes vestidos de negro, y uno de barbita, que venían muy tristes, eran los hijos del general, y mi madrina decía que cómo había gente tan mala en el mundo para matar a un general que tenía mujer e hijos, que no le hacía daño a nadie, que mejor que el finado don Lucho no estuviera en este mundo porque no habría entendido, él, que era tan juicioso, que pudieran matar a un general, y después nos fuimos a la casa y seguimos oyendo la radio.

Entonces comenzaron otras, noticias. Por los diarios que mi madrina me mandó a comprar "El Mercurio" que según ella era el único diario bueno que había, pero la Telma me mostró otros y decían que estaban tomando presos a un montón, que eran los momios, que habían políticos, que son más los políticos, y que era una conspiración de la derecha, que eran todos momios, que estaban unos jóvenes de buenas familias y que los estaban tomando presos a todos, y yo como que me asusté un poco, como que me dio un pálpito, pero me dije que no, que era una tontería, y fui a la iglesia a encenderle dos velas a la virgencita de Montserrat y besaba el crucifijo que me regaló Juan Carlos, lo besaba todo el tiempo.

Después, leí que habían tomado preso a Felipe Undurraga, el hermano de la Pilola, que lo había conocido un día que fuimos a una discoteque, y era el que andaba pololeando con esa niña que le decían la Grace, y como que me dio otro poco de miedo, y ya habían pasado unos días, el Domingo y el Lunes, y ya era como el fin del mes, y me dio miedo y me empezaron a dar los nervios, que mi madrina decía que tenía que llevarme donde un médico, porque yo estaba muy rara que no dormía y que ya ni siquiera lloraba como antes, que seguro que me iba a enfermar, me decía, y yo salí y me fui a Providencia a ver si me encontraba con alguien del grupo, pero no vi a nadie, y entonces me iba todos los días a la casa de la Mirta a leer los diarios que ella compra "El Siglo" y otro que se llama "Puro Chile" y allí venían montones de nombres con fotos y todo, que había como cien detenidos, que habían detenido al general Viaux y a su suegro, y a otros más y decían que estaba todo el ejército metido, y todos los momios, y salían más y más nombres y yo corría a la iglesia a encenderle velas a la virgencita y le decía: "no me lo lleves, virgencita, no me lo lleves ahora, que me quiere, ahora, que aprendió a quererme... ¡Cuídalo! ¡No me lo lleves! ¡No me lo vayas a llevar, que yo lo quiero tanto, que yo lo quiero tanto..."

Y volvía a la casa y me encerraba y estaba como loca, dice mi madrina, que se asustó tanto y pidió hora a un médico para que fuéramos.
Entonces, un día, ya no pude más y me fui a ver a los padres de Juan Carlos, aunque me insulten, me dije, aunque me digan lo que quieran, y tomé una micro Vitacura y me bajé en la Plaza Lo Castillo y empecé a caminar, hasta que preguntando por aquí descubrí la calle Espoz que le dicen, y era larga y no había para cuándo llegar pero yo caminé como quince cuadras y habían unas casas lindas y por suerte yo había anotado la dirección de la casa en un papelito, y caminé hasta que como a las cuatro de la tarde ubiqué la casa y estaba toda cerrada, la reja cerrada con candado y los perros me ladraron, que eran dos boxers muy lindos y muy bravos, y me puse a tocar el timbre y nadie me contestó y esperé y esperé pero nada y tuve que volverme a pie hasta la Plaza Lo Castillo y allí esperar de nuevo la micro que no pasaba nunca, y llegué bien tarde a la casa que mi madrina estaba más asustada que decía que con el estado de emergencia tomaban preso a todo el mundo y lo fusilaban.

Y al día siguiente fui de nuevo, bien temprano, y ahora me abrieron y salió una empleada que me preguntó que a quién buscaba yo, y yo dije que quería ver a la mamá de Juan Carlos, y ella me dijo que no estaba, que no había nadie, pero yo le dije y le dije, que era urgente, que era muy urgente, y ella entró y salió como media hora después y me hizo pasar a un salón y allí estuve esperando mucho rato hasta que bajó la mamá, que estaba tan distinta que al principio como que no la conocí, porque no tenía ahora el pelo rubio, sino como lleno de canas, y estaba pálida, y corrió como asustada y me abrazó casi llorando y me dijo:
- ¡Hijita! ¡Mi hijita linda!
Y entonces, me di cuenta yo, y me puse a llorar.
Después llegó el papá, que ya no era el mismo, parecía, también, como más viejo, estaba como agachado.
Yo me senté y los miraba y la mamá me miraba y el papá encendió un puro y se puso a echar humo, y a pasearse y cada cierto rato lo llamaban por teléfono.
- Yo venía a saber... señora... - tartamudeé.
- ¡No hay nada que saber! - gritó el papá.
- ¡No le haga caso, hijita! ¡No le haga caso! ¡Está muy nervioso!
- ¡Esta negra puede venir enviada por algún diario!- gritó el papá, señalándome.
- ¡No!
Y me puse a llorar, de nuevo.
El papá fue a hablar por teléfono y volvió y me vio llorando y gritó que en esa casa todos andaban llorando, y que nadie le ayudaba y le gritó a la mamá de Juan Carlos que se fuera a encerrar a su pieza, y que allí no se recibía a nadie, y me dijo que me fuera, que yo no tenía nada que hacer allí, me dijo.
- Pero... ¿dónde está Juan Carlos? - pregunté.
Entonces el papá me dijo que yo tenía toda la culpa, que yo era una intrusa, que cómo me había metido con Juan Carlos, que yo debía ser comunista, me dijo y que el niño se había echado a perder conmigo porque yo era una agitadora y que cómo era posible que tuviera el descaro de llegar allí que me iba a hacer detener, que a él yo no lo engañaba, que muy joven sería pero que era una de la calle y que seguro que me habían mandado, y me remecía y me interrogaba:
- ¿Quién te mandó a espiar, negra? ¡Contesta!

Entonces llegaron dos autos y bajaron un montón de gente que por suerte llegaron, porque yo creí que el señor me iba a pegar que estaba tan enojado y me remecía y no me habría importado nada que me pegara si me hubiera dicho algo por lo menos, que dónde estaba, que si estaba vivo, si podía verlo, algo, que hubiera sido, pero aparecieron unos caballeros de pelo blanco, bien elegantes, que eran como abogados, y el papá de Juan Carlos llamó a una empleada y me indicó y le ordenó:
- ¡Échenla para afuera! ¡Y que no vuelva a poner los pies en esta casa!
Y todos me miraban y estaba el José Luis, con ellos, que también me miraba y que se reía. Nunca me quiso el José Luis.

Volví caminando y creo que anduve mucho, creo que llegué como hasta el parque japonés caminando, que ya no podía más, y ya no podía llegar siquiera y lo único que hacía era apretar el crucifijo y pedirle a la virgencita que me cuidara a Juan Carlos, que no me lo llevara.
Llegué y la madrina me metió a la cama porque tenía fiebre y como que deliraba y ya no me acuerdo bien de nada, porque dicen que estuve bien enferma, que estuve como dos semanas en cama, o más, yo apenas me acuerdo, que vino un médico y que mi madrina pasaba al lado mío rezando y me acuerdo, pero apenas, que vino un día mi mamá y que gritaba y cantaba y decía que ahora Allende era el compañero Presidente y que se había acabado el tandeo y que los pobres, ahora, íbamos a tener de todo, y que no me preocupara, me dijo, que yo apenas le oía, que tenía que alentarme luego para la revolución, porque todos estábamos listos, ahora, y gritaba, ¡Viva Chile, mierda! - y la madrina haciéndola callar, pero era inútil, porque la vieja como que estaba muy contenta y la madrina le decía que yo casi me había muerto y que todavía estaba grave y le decía que si no le daba vergüenza gritar así, frente a su hija que estaba tan enferma- y la mamá decía que con Allende iban a mejorar hasta los gatos, y seguía gritando, y estaban mis hermanitos, que al fin se la llevaron y yo volvía a caer y me subía de nuevo la fiebre y cuando comencé a entender todo, estaba tan debilitada, en los huesos, que vino la Mirta y no podía creer y me trajo un pedazo de posta negra para que me hicieran una sopa, dijo, y vino la Telma y me tomaba la mano y me decía que no me preocupara, que pronto iba a estar bien, y que íbamos a ir al teatro juntas, que había un festival de tangos en el Caupolicán, y que ella iba a conseguir entradas y me trajo una docena de dulces chilenos, la Telma que era más buena conmigo, y me trajo una blusa linda, como de organdí, y me dijo que ahora sí que estaba buena la primavera.
Pero yo me acordaba de repente, y le decía que para mí la primavera se había acabado, y ella me decía que eso era una lesera.
Cuando me levanté, era como mediados de Noviembre, y ya comenzaban a poner cosas para la Pascua en todas partes y me costó caminar y la ropa me nadaba en el cuerpo, pero, poco a poco.
Y el primer día que salimos fuimos con la madrina a la iglesia a rezarle a la virgencita de Montserrat, me dijo la madrina, porque estábamos en deuda con ella, y estuvimos como dos horas rezándole y le pusimos varias velas.
Y, otro día, fui a ver a la Telma, que ya no estaba más en la fuente de soda, sino que trabajaba ahora en la paquetería de don Fernando Awad, en Recoleta, que era mucho más grande, me dijo, y que le pagaba mejor y era más decente, que en el otro trabajo se estaba echando a perder mucho las manos.
Y la Telma me dijo después, que cómo me sentía.
Yo le dije que estaba bien.
Ella me dijo que si yo era capaz de oir algo, unas noticias, me dijo, que no me había querido dar antes, que tenía guardados los diarios.
Yo le dije que sí, que me dijera.
Pensé que me iba a hablar de Juan Carlos.
Entonces me mostró el diario, y después me mostró otros y vi la foto de Juan Carlos en todas partes, de pie, de frente, con sus padres, con sus hermanos, y le decían cosas terribles: "momio asesino" y otras cosas, y salía una foto del papá, y decían que estaba preso, que estuvo, que lo habían llevado a declarar, y el papá que decía: "-es mi hijo... tengo que defenderlo... comprendan... ¡es mi hijo!"
Y otra en la que el papá y la mamá estaban como abrazados. Yo leía y leía sin darme bien cuenta, como que no sentía nada, leía que lo habían sacado de Chile, que los momios lo tenían escondido en alguna parte, en Venezuela, en España, que Juan Carlos había sido uno de los que dispararon contra el general, que estaba en el grupo, a la cabeza, que lo andaban buscando por todas partes, que el padre se negaba a declarar, que creían que estaba en Europa, otros diarios decían que estaba en Chile, escondido en algún fundo, que los momios iban a pagar por eso, que el Juan Carlos Eguirreizaga era un asesino. ¡Asesino! ¡Asesino!

Y yo recordé que había soñado eso, que estuve soñando, cuando casi me morí, que veía a Juan Carlos, corriendo con la pistola, pero no al general al que iba a matar, recuerdo que iba corriendo y comenzaba a matar a mis hermanitos, y yo le gritaba, ¡no, Juan Carlos!
Y él se reía, y disparaba y mis hermanitos iban cayendo, y el último que caía, era el Porotito, que estaba jugando con su caballo de madera, y yo le decía que no, que no lo hiciera, que tuviera piedad, le decía, y le decía que me matara a mí también, que ya había matado a todos mis hermanitos y que ahora me matara a mí, y él se reía y me decía, a ti no te voy a matar, porque te amo.
Y había despertado de ese sueño gritando y ésa fue la noche en que casi me morí, que mi madrina mandó a llamar al cura párroco, y a mi mamá y lo recuerdo que seguí soñando, muchos, muchos días, y siempre veía a Juan Carlos con la pistola.
Le entregué los diarios a la Telma.
No podía hablar.
- ¡Yo sabía que iba a hacer una grande! - me dijo.
¡Miren que venir a matar al general!
!Ése no tiene perdón de Dios!
-¡No, Telma! ¡Telmita! !No!
Me miró incrédula.
-¡María! ¡Oh! ¡No seai tonta, oye! ¡Ya está bueno que se te pase la lesera!
Cuándo iba a entender la Telma. O la Mirta. O mi madrina. O nadie.
Qué se me iba a pasar la lesera.
Me fui a la iglesia y estuve toda la tarde arrodillada pensando y lo peor era cuando me ponía a recordar y era como otro sueño, cuando lo veía desnudo saltando al sol, conmigo desnuda, saludando al sol o corriendo y riéndonos y tomando helados, y bailando esa noche, conmigo, boca con boca, y cuando íbamos por Américo Vespucio y había luna y había olor a flores de retama y él me decía que me quería tanto, que íbamos a vivir juntos, que nunca nos íbamos a separar, y ese fue el último día y yo sabía que él era mala cabeza, pero sabía también que él no era malo, que tenía buen fondo, que era mi Juan Carlos y no podía ser tan malo.

Ahora que llegó Julio, que cumplí diecisiete años, y me salí del colegio y empecé a trabajar de vendedora en la misma paquetería de don Fernando Awad, en que trabaja la Telma, que cuando fue mi cumpleaños ni deseos tenía que me celebraran ni nada, a pesar de que vino mi mamá, que nunca se acordaba y me trajo un regalo y estaban todos mis hermanos, y mi mamá dijo que don Beno tenía ahora un trabajo en una fábrica, y que a ella le iban a dar otro trabajo, y que les iban a dar unas casas, que ya las estaban entregando y que tenían agua y luz, y que el compañero presidente los iba a sacar adelante y que yo podía volver a la casa de ella, pero ¡cuándo! ¡cuándo iba a dejar yo a mi madrina, que estaba ahora como más viejita, medio encorvada y con el pelo bien blanco, y que me hizo un té con pan de huevo y hasta una torta me hizo, y ahora que yo estaba ganando, que me habían ofrecido subirme a un sueldo vital muy pronto, yo le había dicho a mi madrina que íbamos a vivir bien, ahora, que íbamos a pagar todas las deudas y ella me dijo que la gran deuda era con la virgencita de Montserrat, que no lo olvidara yo nunca, porque ella me había salvado.

A veces, ahora, que es invierno, después del trabajo, como a las seis y media, me voy a la iglesia, a escondidas de la Telma, para que no se vaya a reír de mí, y me arrodillo a pedirle a la Virgencita por Juan Carlos.
Y le digo que me lo cuide, que yo lo quiero tanto, que tengo su crucifijo guardado, que yo lo había perdonado siempre por todo lo que había hecho, por donde estuviera, que ya no iba a poder vivir sin él, que yo me iba a morir, que antes de los veinte años iba a estar muerta, si él no volvía, que yo lo quería, le decía, Virgencita de Montserrat, protégelo siempre... ¡Virgencita mía!
¡Aprende a quererlo! Y le ofrecía mi vida a la virgencita para que Juan Carlos fuera feliz.
A veces, ahora, que todavía no acaba este invierno, yo despierto en la noche, afuera está lloviendo, y aprieto el crucifijo entre mis pechos desnudos y me pongo a hablarle en voz alta a Juan Carlos:
- ¡Juan Carlos! ¿Me oyes?
Y espero. Afuera sigue lloviendo.
La matita de toronjil está ya bien grande.
- ¡Te quiero mucho, Juan Carlos! ¡Mucho!.



El Aleph, Febrero de 1971



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