Saturday, September 13, 2008

PALOMITA BLANCA "PALOMITA FLACA, VIDALITA DE PIQUITO HAMBRIENTO"



Yo tenía diez años cuando elegimos al último Presidente y ahora, de nuevo, íbamos a elegir a otro.

Mi madrina era alessandrista y decía que el viejo, el león, decía, había hecho cosas muy re buenas y fue entonces cuando vivía don Lucho, que lo más bien que había hecho su carrera en carabineros y llegó a sargento por sus méritos y pudieron comprarse esa casita en el cité, que no era muy elegante ahora, pero que en un tiempo vivían puros carabineros, hasta un teniente vivió ahí y que ese techo se lo debía a don Lucho, Dios lo tenga en su santa gloria, que le había dejado un montepío que si no fuera por los políticos que se robaban todo la moneda sería la misma y ella podría vivir mejor como vivía cuando don Luis que era tan cariñoso, Mariíta, si tú lo hubieras conocido, nunca se olvidó de mi cumpleaños y cuando celebrábamos nuestro aniversario de matrimonio nunca dejó de llevarme a comer al "Merville", donde lo conocían y nos daban unos asados especiales, y lo que don Luis sintió más, y yo también, hijita, ay, cómo le pedía a la Virgen de Monserrat, pero nada, era no haber tenido un hijo, un hombrecito, me decía, para que entre al Cuerpo y llegue a ser sargento, hasta capitán puede llegar a ser si es empeñoso.
Y entonces me decía que este Alessandri era tan bueno como el otro y que ella se acordaba la primera vez cuando fue presidente, que yo estaba muy chica, que el montepío le alcanzaba para el doble, y que por eso ella iba a votar por él, y que si yo fuera más grande y pudiera votar...

En el colegio todos andaban en lo mismo en todas partes, yo no me había dado ni cuenta antes, pero como pasaban y pasaban los días y de Juan Carlos, nada, yo me puse a mirar y todo Santiago estaba lleno de letreros y la cosa era entre Alessandri y Allende, y otros decían que Tomic iba a arrasar, y yo, un poco por llevarle la contra a mi madrina y otro porque la Mirta Soto, que era una de mis mejores amigas, me puse más allendista y pasábamos discutiendo con otras compañeras del Cuarto B, y un día fuimos con la Mirta a la Población La Pirámide a ver a la mamá que me había mandado llamar porque decía que estaba enferma y vimos que toda la población estaba llena de letreros y banderas y que todos eran allendistas y hasta mi mamá que, nunca se ha metido en política y don Beno andaba de lo más raro y hacía como quince días que no tomaba porque estaba metido en un sindicato y a mí me daba más vergüenza siquiera mirar a don Beno, que tantas veces le pedí a la Virgencita de Montserrat que le diera la tuberculosis a don Beno, o que lo matara alguien por lo que me había hecho, pero nada, ahí estaba el viejo medio pelado y sin dientes.

Y la mejora había crecido, le hicieron dos piezas y la mamá me dijo que mis hermanas ahora dormían todas en la otra pieza, y a mí me daba una rabia ver eso, porque había llovido la noche antes y había barro por todas partes y dos somieres para nueve cabros que dónde...
Mi mamá decía que cuando saliera Allende iban a darle una casa que se la iban a quitar a los ricos, una casa, que don Beno le había jurado que eso era lo que iban a hacer en el sindicato, y yo me acordaba de la casa de Juan Carlos, la mansa casa que tenía, llena de salones vacíos, y me juraba que antes muerta a que le tocaran nada a Juan Carlos.

Y lo peor es que la radio ya casi no tocaba música y puros discursos y un día la Telma me convidó a la fuente de soda porque habían puesto un televisor, y vimos cómo eran los tres candidatos, y el más dije era Alessandri, como buen mozo era el viejo y medio enojado todo el tiempo, y seguro que el papá de Juan Carlos era así, y Allende era como con cara de profesor, se parecía al señor de Física que teníamos, un viejo con el mismo bigote así medio blanco y con cara de viejo verde, y el otro, Tomic era muy negro con anteojos y el pelo blanco, todos tenían anteojos, y Tomic se parecía a un cura, más mejor al sacristán de la Viñita, era bien parecido y hablaba así como los curas como perdonándolos a todos.
De todos modos yo le dije a la Telma que yo era Allendista la Telma se puso a reír y me dijo que qué cresta me podía importar, y yo le dije que me importaba porque mi mamá estaba metida en el barro hasta el cogote que tenía nueve hermanitos que se morían de hambre y ella me dijo, si, como no, créele a los políticos, me dijo, y yo dije que cómo íbamos a seguir así, que mis hermanitos no tenían zapatos y comían basura, y ella me dijo que eso era porque don Beno era un curado y no trabajaba y porque la mamá también era otra curada, y era cierto, pero yo le dije que yo quería ayudar a mis hermanitos, y ella me dijo que los pobres tenían que rascarse solos, y me dio harta pena la Telma que es más aséptica y en lo único que piensa es en pasarlo bien y en comprarse ropa y en salir con los taxistas.


A pesar de todo venía el dieciocho y salieron a vender banderitas.
En la plaza Ercilla se ponían a vender las banderitas y un día mi madrina me convidó al centro y tomamos una micro Ovalle-Negrete en Independencia y fuimos hasta la calle Ahumada y vimos las vitrinas y mi madrina me dijo que un día me iba a comprar un vestido, porque yo andaba siempre de pantalones, que a dónde se ha visto una cristiana así, me decía, que eran unos bluyines que me había regalado la Telma, porque le quedaron chicos y mi madrina me dijo que parecía una pobre, y yo le dije que éramos pobres, pero ella me convidó a tomar helados a "Falabella" en unas mesitas blancas y tomamos helado con galletas de champaña y mi madrina me dijo que don Lucho, para el dieciocho, siempre se conseguía un cabrito, con unos compadres que tenía en Til Til, y que ella hacía un asado y que convidaba a unos amigos, eso cuando no le tocaba guardia, que a veces, en la noche, le tocaba guardia, y tenía ella que quedarse sola pensando en don Lucho, que quién sabe en qué peligros andaría metido con tanto ladrón y asaltante.

Yo estuve triste un montón de tiempo, ni comer quería, que mi madrina me decía que ya no tenía estómago, que estaba en los huesos, que me iba a dar la tisis, y yo, qué ganas iba a tener, y ella me hacía pastel de papas con dos huevos duros adentro y pasas, pero nada, no podía comer.
Un día encontré un "Clarín" viejo donde hablaban del festival de los jipis y decían que se habían perdido no sé cuantas chiquillas y habían unos fotos y yo estuve mirando bien a ver si reconocía a Juan Carlos en una, pero nada.

Otra vez llegó la mamá y me dijo que teníamos que ir a una concentración allendista en el parque Cousiño, que yo tenía que ir también y le pidió a mi madrina que fuera, pero mi madrina no quería ni oir hablar de eso y me prohibió que fuera y yo no sabía qué hacer porque a quién hacerle caso y le pregunté a la Mirta Soto y ella me dijo que ella iba a ir también así que fuimos.
Que era como a las tres de la tarde cuando teníamos que reunirnos frente a la estación Mapocho, y mi mamá estaba con todos los chiquillos hasta el Porotito lo había llevado, y con un palo con un letrero, y dijo que don Beno iba a la cabeza de la columna Población La Pirámide, y comenzaron a caminar y a gritar, y todos gritábamos: ¡Allende! ¡Allende! ¡Allende no se vende!...
Y la Mirta tenía plata y compramos maní.
En el parque habían montones y seguían llegando y estuvimos a todo sol paradas como cuatro horas hasta que llegó toda la gente y habían banderas chilenas como en el dieciocho y hablaron un montón de personas, unos gordos enormes, de bigotes, que gritaban y después habló uno bien flaco, de anteojos, y después habló Allende y dijo un montón de cosas de nosotros, los pobres, y yo le dije a la Mirta, ves Mirta, no te decía, oye, y ella me decía a mí, quiubo, que te parece, y Allende hablaba y hablaba y decía que la revolución, que los pobres... que todo iba a cambiar, decía.

Pero, pasaron los días y nada cambió.
Me pusieron un uno en Química.
A la madrina se le volvió a atrasar el montepío.
Nos cortaron la luz.
Mi mamá tuvo el otro cabro que se le murió a las dos semanas, porque se lo habían ojeado, según nos vino a decir llorando, pero mi madrina dijo que se había muerto de diarrea porque le daban ulpo y pan remojado.

Yo planté una matita de toronjil en un tarro.
Me la regaló un joven en el almacén.
Siempre me decía que yo tenía cara de pena.
Me decía "siempre tan apenadita, usted" y a mí como que se me iban a saltar las lágrimas y me reía y el joven trabajaba en la caja y un día me regaló la mata de toronjil y me dijo que era bueno para la pena.
Y yo me reí de nuevo.
Pero, igual la planté, y la pasaba regando y un día estaba lloviendo y había otra concentración de Allende y mi mamá volvió de nuevo a decirme que fuera, pero yo no quería ir porque tenía los mocasines rotos y eran los únicos, los del colegio, y le diie, pero la vieja, más porfiá me dijo que le mirara los zapatos a ella, y lo más bien que yo voy me decía porque pa eso soy chilena y yo lo único que le pedía a la Virgencita de Montserrat era que la mamá no apareciera más, que se fuera, que se borrara y la madrina con tanta tos que apenas podía levantarse y las dos solas como los gatos y la madrina que me pedía que atrancara bien la puerta que en el cité había gente mala, entonces yo me preparaba una agüita de toronjil a ver si se me pasaba la lesera, pero nada, ni la radio podía poner porque todavía no pagábamos la cuenta y me cargaba el colegio, todo, había noches en que me quería morir, en que le pedía a la virgencita que me llevara, ¡llévame virgencita!, le decía, mira que no aguanto más...

Encontré de nuevo otra carta.
Igual, un sobre blanco.
Debajo de la puerta.
Como a las siete de la tarde.
La madrina me había mandado a comprar un paquete de fideos.
Corrí a abrirla. "Silo se reúne. Espérame en la puerta, mañana, a las cinco".

Todas las plumitas, vidalitate las llevó el viento

Dormí mal.

No podía conciliar el sueño.
Estaba nerviosa y me daba vueltas en la cama y apretaba las dos cartas de Juan Carlos, que es más el Juan Carlos, que ni siquiera las firmó, ni siquiera le puso querida María que qué le habría costado, o simplemente María, como en la serial, y me dije, mejor trata de dormir, oye, que si no manana vas a estar con unas ojeras, y nada, la madrina ronca que ronca, los gatos peleando y al amanecer, que tenía que ir al colegio temprano, los vecinos comenzaron a gritar cuando todavía estaba oscuro, con las carretelas y los bocinazos de los camiones, que la madrina tuvo que remecerme cuando me agarró el sueño y me vestí a la carrera y tomé café con leche y el pan me lo fui comiendo en el camino, que había sol, y ahora sí que iba a comenzar la primavera, de todos modos llegué como a las nueve, cinco para, y la señorita me mandó a la inspectoría y me pusieron un anotación, es más la señorita, me tiene más mala barra, desde que el año pasado, me eligieron reina del curso, me tomó entre ojos y el promedio de Matemáticas es más importante para la prueba global, y me tinca que ahora no voy a poder seguir estudiando yo lo que quisiera es estar con el Juan Carlos, todo el tiempo, ir a verlo cuidarlo, lo malo que no sé nada de él, hoy le voy a preguntar aunque se me sienta, no sé ni la dirección que se la voy a pedir, ni el teléfono, para poder mandarle alguna vez una carta o llarnarlo. Me pusieron un cero en la prueba escrita de Física, no contesté ninguna pregunta y aunque la Mirta me trató de ayudar y me dijo que copiara y me pasó un torpedo, nada, no estaba allí, miré el patio y el naranjo que ahora sí que estaba verde y ahora sí que habían pajaritos, como cuatro o cinco y después en Historia, me puse a escribir una carta a Juan Carlos que no la pude hacer que decía te he echado tanto de menos y repetí lo mismo cómo en dos páginas, y la Mirta trató de leer lo que yo había escrito pero yo no la dejé, porque son cosas privadas, le dije y ella me contó que el Mario la había vuelto a besar, a la mala y yo le dije que Juan Carlos me había besado muchas veces, y ella me miró con envidia y después me dijo, lo que pasa es que tú eres re bonita, podrías ser hasta la reina del colegio, si quisieras, y la ,Mirta era más, pa lo que me importaba a mí, en el recreo me preguntó:
- Oye... ¿y tú, hai fumado marihuana?
- Claro -le dije.
- Oye, ¿y cómo es?
- ¡Caballo!
- Debe ser re choro.

El Mario me dijo que se iba a conseguir.
Sabís que la Eliana Maldonado anda con cigarrillos.
Si la pillan la expulsan.
Nos volvíamos por Recoleta tomadas del brazo con la Mirta y nos metíamos por Dávila y a veces pasaba un ratito a su casa, que tiene una casa lo más decente, que el papá es comerciante, y tiene un puesto de fruta al por mayor en la Vega, pero esta vez no me quedé ná, y me vine corriendo a mi casa y me lavé el pelo con quillay y me lo escobillé un montón, para que estuviera bien negro y me puse los pantalones, los yines de la Telma, que los había lavado y una chomba de jersey roja, la más bonita de todas, que me regaló mi madrina el año pasado para mi cumpleaños y como soy bien morena dicen que el rojo me queda muy bien y me puse un collar que me prestó la Mirta, que es como jipi, con unos pedazos de madera y de alambre y me puse a esperar a Juan Carlos que llegó como a las cinco y media y yo ni la puerta podía, abrir porque el Milico andaba curado y andaba por la cuadra y de repente llegó Juan Carlos y casi atropella a unos cabritos que jugaban a la pelota en la calle.


Y tocó la bocina y yo corrí y la madrina detrás que a qué horas iba a llegar, que no llegara tarde, que ella se asustaba tanto, que le avisara...
Me dio risa. Estaban todos mirando con la boca abierta en el barrio.

Yo misma no lo podía creer.
Porque Juan Carlos venía ahora en un auto fantástico, grande, blanco, un Mercedes Benz precioso, nuevecito.
- Es del viejo -me explicó.
Los niños lo tocaban y dejaban las manos encima y de toda la cuadra salieron a verlo y el Milico me miró un buen rato y miró a Juan Carlos y movía la cabeza, más intruso el Milico.
- Es un dos ochenta y corre más que el Austin Cooper.

Ya vas a verlo. El viejo se fue anoche a New York y yo se lo saqué.
Casi no me había mirado. A pesar de que yo lo miraba y lo miraba.

Seguía, más lindo que nunca.
Tenía una chomba azul preciosa y unos pantalones a franjas azules y blancos y estaba elegantísimo.
- Creí que no venías.
- ¿Recibiste la carta?
- Sí, las dos... Pero igual creí...
Me temblaba la voz al hablarle.

Más tonta. Carraspié bien.
- ¿Donde vamos?
- Hay reunión.
- ¿Lejos?
- Cerca de San Antonio.

Vas a conocera nuestro epónimo.
- ¿Epónimo?
- Sí, a Bruno. Al jefe.

Yo soy coetáneo de Silo y quiero que también lo seas tú.
- Lo que tú digas.
- Cuando los dos estemos en la iglesia... o sea, seremos puros, distintos.
- Sí, Juan Carlos.
- Pero, no hay que contárselo a nadie...

¿Se lo has contado a alguien?.
- A nadie, Juan Carlos.
- Todavía estamos en las catacumbas ¿entiendes?

Somos una iglesia secreta...
Pero ya vendrán los días de la luz, llenaremos Chile, América, el mundo...
Así dice Bruno, que seremos legión, dice...
- ¿Y si no me admite?
- Si pasas por la prueba de iniciación...

Y presentada por un coetáneo...
- ¿La prueba?
- Hay que hacerla, María.

Y en la cripta, frente a todos los coetáneos.
- ¿Y en que consiste?

Soy mala pa las pruebas...
- Tienes que hacer, en la cripta , frente a todos nosotros, lo que más te avergüence.
- ¿Lo que más me avergüence?
- Sí, lo que te dé más vergüenza, eso que nunca te atreverías a hacer frente a los demás... ¡Esa es la prueba!


Ibamos saliendo de Santiago.
El auto tenía olor a cuero, y tenía una radio que sonaba por delante y por atrás, y yo me puse a pensar que qué era lo que más me avergonzaba y no sabía que era, y se me ocurrieron cosa terribles como contar lo de don Beno, pero antes me mataban que hacerlo.
- Si te liberas de tus vergüenzas, dice Silo, serás pura de nuevo y borrarás el estigma, o sea, el pecado original.
- Si me libero...
- Volveremos al paraíso... 0 sea...

¿no te day cuenta, María, que todos los de Silo andamos buscando el paraíso?
- Sí, Juan Carlos.


Como a las seis y media de la tarde llegamos.
Cerca de San Antonio, salimos del camino pavimentado y nos fuimos como a un fundo adentro en medio de unas colinas y allá, al fondo, en unas casas blancas, estaban.
Yo me creí que iban a haber puros chiquillos, pero vi un montón de viejos y algunas señoras y estaba el tal Bruno que tenía los ojos brillantes, como lustrados, y le faltaba un brazo.
Se habían puesto unas túnicas blancas, como delantales de enfermeros y Juan Carlos me dijo que él también tenía su túnica de coetáneo y que yo la iba atener cuando me iniciara y yo tenía más susto porque todos hablaban en voz baja y después nos juntamos a escuchar a Bruno que dijo más cosas, sobre el paraíso y la pureza y como había que crear el alma, formar el alma, decía, en el nido del cuerpo, como un huevo empollar el alma, empollarla hasta que naciera dentro del nido, y también habló de que había que aprender las nuevas oraciones, los rezos, que se creaban adentro del alma y nos dijo, recemo, y todos nos arrodillamos para rezar y todos nos quedamos bien callados, inventando los rezos aunque yo miraba a Juan Carlos, que se veía mejor que ninguno, mucho mejor que Bruno, porque Juan Carlos es alto y delgado, y con su melena rubia, y el delantal blanco, se parecía a un actor de cine que hace unas películas sobre médicos, o sea parecía a un ángel, cada vez más.
Y ya estaba poniéndose el sol y Bruno indicaba al sol y hablaba de nuevo y todos sentados junto a él, y había un viejo enfermo medio como con un paralís, que temblaba y temblaba y el sol le caía encima y el viejo daba unos gritos como de pájaro y se levantaba de la camilla y era como si el sol lo estuviera quemando, cuándo, si apenas entibiaba, y daba unos gritos: - ¡Ay!
Y un salto en la camilla. Y otro grito: -¡Ay!
Y así y con él estaban dos muchachos que le decían, tranquilo abuelito... tranquilo, abuelo... pero veíamos todos que el viejo como que se estaba muriendo y Bruno pedía que nos tomáramos de la mano y rezáramos por el viejo y el viejo estaba anaranjado de sol y dos veces, como temblaba tanto, se le cayeron los dientes postizos que me dio una risa y tuve que morderme una mano y los nietos se los recogían y los lavaban como en una acequia que había y se los volvían a meter en la boca, y habían montones de autos elegantes porque todos parecían gente bien, como con plata.

Después, cuando fue más de noche, y algunos empezaron a irse Bruno seguía hablando, aunque yo ni juicio le hice porque lo único que me interesaba era mirar a JuanCarlos que estaba muy serio y no despegaba los ojos del manco, entonces nos quedamos como un pequeño grupo y a Bruno le mostraban libros, quién sabe qué serían los libros, y Bruno anotaba en un cuaderno, y Juan Carlos le habló y me mostró y Bruno, más tarde, cuando ya se hablan ido casi todos y era bien de noche, me dijo:
- ¿Crees?
- Sí - le contesté.
- Si crees, creerás en Silo - me dijo.
Yo movía la cabeza.
- ¿Estás preparada?
Juan Carlos dijo que sí.

Que yo era pura.
- ¿Eres pura? - me preguntó Bruno.

Y yo, como que me puse colorada, que qué le iba a decir, aunque como era de noche no se notó.
¿Eres virgen? - me volvió a preguntar.
Yo no sabía donde meterme.

Mire que venir a preguntar eso.
¿Y qué le iba a decir?
¿Y cómo le iba a contar que el tío Beno... ?
- Si estás en pecado sólo puede redimirte la prueba...
- Le expliqué algo - dijo Juan Carlos.
- Pero, aún no es tiempo.

Acabas de llegar.
Necesitas impregnarte del espiritu de Silo.
Para ser coetáneo hay que prepararse.
Y tú - miró a Juan Carlos- tú la ayudarás para que ingrese a la cripta, cuando llegue el tiempo.
Yo tenía más miedo.

Si seguía preguntando el joven o me pedía que hiciera la prueba.
- En quince días más nos reunimos.

Cuando Silo avise. Cuando vuelva a hablar.

Nos fuimos bien tarde y yo encontré más fome todo, porque Juan Carlos y un grupo chico se quedaron hablado con Bruno y yo me anduve como aburriendo mirando unos perros y unas ovejas medio peladas.
- ¿Que te pareció Bruno? - me dijo Juan Carlos, cuando ya corríamos de nuevo hacia Santiago.
- Bien - le dije. No sabía que decir.
- Es nuestro epónimo. Aquí. Y un día tú vas a entrar a Silo.

Me dijo que aún no. ¿Tienes miedo a la prueba?
- No.
- Tienes que ser muy sincera, María.

A veces es terrible. 0 sea, lo que más le avergüenza a uno...
Yo, por ejemplo..., ¿te cuento? Casi siempre son cosas sexuales...
¿Tienes miedo a las cosas sexuales?
- No - mentí.
- Hay que hacer en público esas cosas espantosas que uno hace pa callao.

Por ejemplo, yo me corrí la paja, ¿entiendes?
Tuve que masturbarme porque siempre lo hago, a escondidas, mirando los Play Boy. Y Bruno me advirtió que si era un exhibicionista mejor pensara en otra cosa.
Que no importaba que uno fuera virgen, que siempre estaba lleno de pecado, de inmundicia, o sea...
Algunos se sacan la prueba con cualquier cosa, pero Bruno los pilla altiro, y yo quise... o sea, quise limpiarme...
¿entiendes?
Y me sentí mejor, cuando todos me miraron, y yo estuve limpio, me sentí puro nunca más a escondidas, nunca más nada...
Silo recomienda la castidad, hasta que llegue el amor.
Cuando hay amor... dice Bruno, o sea, la vida sexual es la plenitud de la comunión, así dice...
Si no hay amor, el sexo es una maldición, el pecado mismo...

Yo iba pensando un montón de cosas, pero como hablar con Juan Carlos, la pura, que me daba más vergüenza, además era más instruido, sabía montones y me dijo que Krisna Murti, o algo así, que tenía que leerlo, que me iba a prestar unos libros, que los poderes, que me había estado llamando por poderes, y yo no supe nada, la tonta, porque no estabas lista, por eso cuando estés en la onda, cuando sientas mis ondas, me decía, y me decía que él ni siquiera usaba el teléfono ahora y otro montón de chivas, aunque yo lo miraba y lo miraba y como que no lo oía, como que no podía entenderlo, porque cuando le veía los ojos o a la boca que era tan linda, con los labios rosados, medios gorditos.
-¿Y qué le pasaba al viejo? - le pregunté.
- Está desahuciado... Y Silo lo va a curar. Ya está mucho mejor.

Cuando Silo nos llamó, hace un año, y fuimos, y fue en la cordillera en un lugar secreto, y Silo bajó de la montaña y si hubieras visto al viejo pensamos que se moría mucho antes, y Silo lo tocó...
- ¿Silo? Silo... Pero, entonces... ¿Silo existe?


Y ahí Juan Carlos como que se me anduvo enojando.
Nunca debí preguntarle, más tonta, como que me miró y se puso rojo y empezó a correr más fuerte y no me habló, un buen rato hasta que íbamos por Talagante y me dijo:
- A ti, todavía, te falta mucho.
Y yo tratando de arreglarla pero, qué sabía yo.

Me dejó en la casa, como a las nueve y media de la noche, y sin siquiera tocarme la mano, se fué.

Yo, yo miré muda, y como que quería decirle algo, que cuándo, que si me iba escribir y me acordé que ni siquiera sabía su número de teléfono, que si estaba muy enojado, que me perdonara, yo traté pero el cerró la puerta del auto y se fue y me miró casi con odio y yo entré corriendo a la casa y me tiré encima de la cama y estuve llorando y no quise comer.


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