Saturday, September 13, 2008

PALOMITA BLANCA " APRONTA EL PIQUITO, VIDALITA PARA LA PELEA"



Cuando éramos cabras, como a los ocho años, cuando me trajo mi madrina de la población, yo me acuerdo que Septiembre y Octubre parecían los mejores meses del año.

El dieciocho primero, el Mercado y la Vega que se llenaban de fruta, los duraznos, las flores, vendían banderitas y llegaban los gitanos y nos veíamos la suerte con las gitanas, que suerte cuando éramos tan re chicas, y las gitanas son medio mágicas porque me hablaron de un joven rubio que iba a venir, y cuando la Escuela Naval llegaba a Mapocho ahí estábamos nosotras y también cuando se iban los cadetes y, ahora, cuando ya era grande, me lo pasaba encerrada en la casa como sufriendo y esperando al Juan Carlos.

Pero, como dice esa canción que me gustaba tanto, aunque ahora no me gusta nada, y ojalá no sea cierto, que dice "más todo pasa, todo pasará".
En el liceo comenzaban las pruebas globales y se hablaba de los exámenes y de un viaje de estudio a Puerto Montt de las sextas y yo estaba segura que iba a repetir.
Además, decía mi madrina, que en Octubre florecían las rosas y que antes, cuando el finado don Lucho vivía, ella y don Lucho, los sábados en la tarde, cuando estaba de franco, tomaban una micro y se iban a ver las rosas al barrio alto, que habían más que hasta las dejaban secarse en las matas y que formaban enredaderas y subían por las ventanas.

Juan Carlos no me dijo lo que le había pasado con Silo y con el viaje.

Un día me dio a entender que fue allá por Mendoza, o cerca, en la Argentina, y que habla estado con el Bruno, que a mí nunca me gustó porque le faltaba un brazo y desde que lo vi me dio el pálpito que algo malo le iba a hacer al Juan Carlos, y me dijo que había visto a Mario, creo que me dijo que se llamaba Mario Rodríguez, o algo así, y me dio a entender que ese tal Mario era un vivo, y que todo era una mierda, decía, pero no me hablaba a mí sino que como que le hablaba al auto, y le pegaba con el puño un día comenzó a golpear el vidrio de adelante.
- Juan Carlos! ¡Lo vas a quebrar!
- ¡Una mierda, todo! - exclamaba.
Y yo no sabía cómo ayudarlo.

Ahora estaba tan atento que yo todas las noches le tenía una vela a la Virgencita, y me prometí que para su flecha iba a ir y que iba a estar, por lo menos, una hora entera de rodillas rezándole y dándole las gracias.
Llegaba en la tarde el Juan Carlos, como a las cinco, cuando yo acababa de volver del colegio.
A veces, llegaba en la noche, a las nueve o diez de la noche, y mi madrina no me quería dejar salir y ya me había amenazado que me iba a echar de la casa, que era igualita a la mamá, ¡es más la madrina!, ¡cuándo iba a ser igual a mi mamá, que estaba curada día y noche y ahora que había vuelto don Beno pasaba celebrando el triunfo de Allende!
Y decía que les iban a dar una casa enorme, de esas que le iban a quitar a los ricos, y yo veía a la mamá en la casa de Juan Carlos en Vitacura, y en la noche soñaba que si Juan Carlos, que yo me conseguiría un trabajo, que tendríamos una pieza linda, con hartas flores, y que yo lo cuidaría y le plancharía esas camisas preciosas que tenía y los pantalones que tenía como más de una docena, que yo se los había contado, y hasta desayuno en la cama le iba a dar, y lo iba a querer como nadie, y lo iba a mirar dormir.

Me llevaba a unos lugares harto divertidos.
Íbamos un día a comer chocolates de unos que se llaman "Enrilo", me acuerdo porque todavía tengo guardada la caja, y que estaban en una tienda de chocolates en Providencia al llegar a Los Leones.
Otras veces nos juntábamos en el "Charleston" que es otro café parecido a "Las Terrazas" y estaba el grupo que en Octubre comenzó a aparecer de nuevo y eran un montón, y habían unos chiquillos nuevos, aunque de lo único que hablaban era de discos y de cantantes que yo no conocía, y del festival de la canción de Viña, al que iban la ir todos, y del "Topsi-Topsi", que era una discoteque caballa, que yo no conocía ninguna, y de conseguir marihuana de la buena.
- ¿No te puedo creer que no conoces el "Moustache".?
- No.
Y la Mónica me miraba como si yo fuera de otro mundo.
- ¡El despiole!- me decía.
- Ya no... ya no es lo mismo - explicaba José Luis.
Eso está lleno de turcos, ahora...
Pusieron un portero imbécil que el otro día no nos quería dejar entrar...
Tuve que decirle quién era.
- ¿Y quién eres?
Juan Carlos, a veces, era tan insolente como su hermano.
Yo no sé cómo era tan insolente.
- ¡Más que vos, soy, pelotas!
- ¡Hijo de tu papito, huevón! - gritaba el Juan Carlos - si no te llamarai Eguirreizaga y tuvieras a tu papito...
- ¡Ya, Juan Carlos!
Yo no entendía bien por qué eran hermanos los dos, que eran tan distintos, que el Juan Carlos parecía un príncipe, todo blanco y rubio y el otro, en cambio, que me daba miedo, tan serio y tan formal, siempre con corbata y anteojos, y dos veces me había dado unos agarrones medio a la mala, y me trataba como si yo fuera no sé qué cosa y era el que me había puesto "la negra" que ahora, todos me decían así.
- ¡El tonto de Silo! - gritó José Luis.
Y ahí el Juan Carlos se le fue encima le trató de pegar, pero el otro le pegó primero y todas las chiquillas gritaban y llegaron unos mozos del "Charleston" y nos dijeron que nos fuéramos.
- ¡Vamos al río!
- ¡Al río! ¡Al río!
- ¡Macabro!
Y la Pilola Undurraga, que andaba con una pierna enyesada, llena de corazones y firmas, era la que más les echaba carbón, pero yo tomé del brazo al Juan Carlos y le dije, mejor nos vamos de aquí, oye, y él me obedeció y le hizo unas tapas al hermano y le dijo que cuando lo pillara, que era un ladrón, le dijo, un momio ladrón, que sabía que le estaba robando al viejo, le dijo, y yo, vamos oye, no seai así, hasta que nos fuimos, y la Pilola, era más esa chiquilla, que estaba más elegante, con un vestido como de seda, y con las piernas abiertas, y la enorme pierna blanca, y estaba llena de collares y muy perfumada, y se reía y aplaudía, y abría mucho los ojos y nos gritaba:
- ¡Chévere! ¡Chévere!

Tenía el labio medio hinchado y yo traté de limpiárselo con el pañuelo, pero no me dejó, y estaba de nuevo en el auto dándole con el puño al vidrio y diciendo cosas.
Y de repente me abrazó y me apretó bien que casi perdí el aliento y me dijo:
- Yo no tengo familia, ¿entendís?
- Sí, Juan Carlos.
- Vivo en una casa con un montón de gente, pero no tengo familia, ¿cachai?
La vieja, una podrida.
El viejo, un momio, un traficante.
El José Luis, beato y ladrón, anda con los curas nuevos, y es de la Iglesia Joven y ahora andan conspirando, y hasta con el viejo andan mano a mano, la otra noche, hubierai visto, había como cincuenta gallos en la casa y hablaban y hacían planes que Allende, que los militares, y llegó mi otro hermano, el Pablo, que es abogado y se cree la muerte porque es Ministro de la Corte de Apelaciones, y cuando yo entré me echaron pa afuera y venía llegando la Consuelo, que es mi otra hermana, esa que trabaja en "Carnaby", la rubia ésa, tú la conocistes, y la Consuelo trató de entrar a la biblioteca donde estaban y también la echaron y yo le dije ¿qué cresta está pasando?, y la Consuelo me dijo que era una conspiración, que se habían reunido ya tres veces allí, y otras tantas en la chacra del tío Samuel, y que ella que era del MIR, porque la flaca es del MIR, ¿cachai?, y yo como que anduve medio tincado de meterme, pero me gustó más Silo, y la flaca me dice que yo soy un reaccionario, y que no tengo conciencia social, me dice, y es la única con la cual me entiendo, a veces, y me dijo que ella no iba a permitir que le arrebataran el triunfo al pueblo, me dijo, eso fue anoche, y nos fuimos con la flaca porque en la casa no se podía estar, y nos fuimos al "Vis-a-Vis", nos fuimos a comer, la flaca me convidó, que por algo gana sus buenos pesos en el negocio, y allí me dijo que toda la familia andaba metida hasta el cogote, que los primos y tíos, y el tío Ramón, que es almirante, y el arzobispo y un montón de momios, me dijo, que había intereses de alto nivel, me dijo, que por eso el papá pasaba viajando a New York y a Buenos Aires, y que ella sabía que para el dieciocho debió haber estallado la conspiración, en la que estaban comprometidos un montón de militares y que el tío Gustavo, que es el capo de los militares en Valparaíso, estuvo cuadrado, y me dijo que esa noche, que yo andaba en la montaña y no supe, dieron la orden y después la suspendieron porque llamaron desde New York, y nos dijeron que no, que todavía faltaba no sé qué... pero yo supe bastante y nos juntamos con los compañeros y les di la lista, y les conté los detalles y decidimos preparar un informe escrito y hacérselo llegar a Allende. Así me dijo la flaca y después me preguntó si yo creía que ella era una traidora, y yo le dije que no. Y la Consuelo me dijo que por qué no me metía al MIR, mejor.
Y yo le dije que todos lo políticos eran unos corrompidos y que yo andaba buscando mi salvación.
Y le dije que yo tenía un alma, o sea, le dije...
Y la flaca me miró, estábamos comiéndonos el postre, y se echó a reír.
Y me dijo que yo era una guagua.
¿Tú creís que tenemos alma?
- Sí, Juan Carlos.
- ¿Tú no creís que hay que tratar... digo?
O sea, el alma es una cosa... que está adentro... y que... uno tiene que superarse y buscar en sí mismo, porque hay que descubrirse, o sea, a sí mismo, quiero decir, porque ¿cachai?, es como una armonía... O sea...
- Sí, Juan Carlos.
- Yo no puedo ser como el viejo... o sea... pasarme... el viejo no piensa sino en ganar plata... ¿Tú creís que habría que entrar al MIR?
- No, Juan Carlos.
Quédate tranquilo.
- ¡Quédate tranquilo! ¡Quédate tranquilo!
¿Tú creís, en serio, que hay que quedarse tranquilo?
¡Hay que hacer cosas!,
¿No vis?
Yo quisiera hacer tantas cosas... pero, todos son puros chamullos...todo...
- ¿Silo?
- Silo es un chamullo.
- ¿Y el MIR?
- ¡Otro chamullo!
Y el viejo es chamullero, y la Iglesia Joven también, y el Fiducia, puras chivas, ¿cachai?
Me daba harta preocupación ver así al Juan Carlos, que como que se desesperaba pero yo no podía hacer mucho.
Entonces me dijo que si quería conocer a sus viejos, y yo tuve que decirle que sí, pero me dio más susto, y él me dijo que me iba a avisar y nos fuimos al "Malú" a comer unos sandwiches de pollo y unas bilz, que son hartos buenos y que yo no había comido nada, y Juan Carlos me dijo que mejor nos íbamos a la Costanera, donde andaba el rucio de los perros que era su amigo y que a lo mejor le podía vender un poco de hierba, que tenía cien lucas que le había dado la Consuelo la otra noche y yo le dije que no, que no fumara más, que eso le hacía daño y él me dijo que no le hacía nada, que lo tranquilizaba y que hasta el Bruno le había dicho que podía seguir fumando, que no había problema, y yo le dije que él ya no estaba en Silo, que se olvidara de Bruno, y él me dijo que Silo marcaba para siempre, y que aunque él no estuviera, que aunque no fuera más a ver a Bruno o a Mario Rodríguez, que le habían hecho el signo, la marca ¿cachai?, me decía, y que no había modo de perderla, y me dijo que se iba a comprar unos libros para ver eso del alma, y que además iba a tomar unas clases de gimnasia, un curso de levantamiento de pesas, y que con los libros y la gimnasia, me dijo que iba a encontrar la solución, y yo le dije que mejor me fuera a dejar porque era muy tarde, y él me dijo que si no podía salir de noche, que me quería llevar a bailar a un sitio, y yo le dije que sí, y quedó de ir al día siguiente.


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