Saturday, September 13, 2008

PALOMITA BLANCA " PALOMITA NEGRA, VIDALITA DE PIQUITO ROJO"



Yo no había estado nunca antes en una fiesta así.

Fue en un enorme departamento, muy elegante, como en un décimo piso y daba con unas ventanas inmensas a unos jardines a un parque precioso, que yo pregunté qué era y se rieron y me dijeron que era el Club de Golf, y había no sé cuántos salones y unos cuadros enormes, como de género, como alfombras, colgados en la pared, que era el departamento del papá de la Pilola que estaba separado de la mamá, y que ahora estaba fuera de Chile, todo eso me lo explicó Juan Carlos y llegaron un buen grupo de chiquillos y había música, y yo me sentía medio pésimo con mi falda escocesa y por suerte la Pilola me prestó un traje, más buena, me llevó a su dormitorio que tenía una cama preciosa y era todo alfombrado, y me prestó un traje que dijo que usaban en Arabia, que eran como una batas de levantarse pero de seda y con unos bordados con piedras y cuentas, y todas las chiquillas se pusieron una, que dijo la Pilola que eran dieciocho que había traído el papá cuando estuvo de embajador en Egipto, y que había que ponérselas sin nada debajo, sin nada, insistió, y a mí me dio más vergüenza y me dejé los calzones y el sostén, pero las otras chiquillas se sacaron todo y se pusieron las batas y también nos prestó unos zapatos de seda, con la punta levantada, parecíamos como en una película, era harto original y divertido, y los chiquillos, algunos, se habían puesto unos gorros que también dicen que eran árabes, y Juan Carlos estaba medio solo, en un rincón, y estaba tocando guitarra.
- ¿No sabía que tocabas guitarra? - le dije.
Se encogió de hombros, sin mirarme.
Y tocaba tan bien, tan bien, que me sentí más contenta, porque no tenía idea de que era tan bueno, y tocó como unas músicas clásicas, y después tocó esa canción que me gusta tanto que se llama "Orfeo Negro" y después tocó otras que no conocía pero que eran más lindas.

Y nadie le hacía caso, todos gritaban y bailaban y se reían, y la Pilola ofrecía hierba, desde que llegamos, estaban haciendo cigarrillos de marihuana, y habían unas bandejas con Coca-Colas y unos sandwiches de pollo, pero nadie les hacía juicio.
Yo no me separaba de Juan Carlos que seguía como perdido, tocando la guitarra y podía hasta trabajar en la televisión con lo que sabía. Después se puso a cantar como en inglés que no le entendía nada, y era una canción bien alegre y me miraba cuando cantaba, me clavó los ojos y parecía querer decirme algo.
Después, dejó la guitarra.
Estuvimos bailando los dos de esas canciones suavecitas, y me apretó bien y era tan bueno bailar con él, sentirlo ahí, tan delgado y tan a compás.
Después, se puso a bailar con la Pilola y yo bailé con un joven, que no sé quién era, medio atracador el joven, que me apretó harto y me pegó la cara y el joven tenía unas chuletas largas que me hacían cosquillas.

Después nos sentamos en el suelo que estaba alfombrado y había unos cojines enormes, negros, como de cuero, que se deformaban enteros, con un relleno blando adentro, y se movían y se adaptaban al cuerpo y algunos saltaban de un cojín a otro, y era lo más divertido.
Y estábamos todos bailando y gritando mucho y fumaban y se tiraban al suelo y la Pilola hizo un baile, más fresca la cabra, en que abría la bata y se mostraba entera desnuda, entera abajo, se abría la bata y la volvía a cerrar y lanzaba como gritos, como gemidos, y los chiquillos tendidos por todas partes, y uno gritó:
- Ya, cabréate, Pilola!
- ¡Número visto!
- ¡Que lo haga la negra!
- ¡La negra!
Esa parece que era yo. Un chiquillo se levantó y comenzó a tironearme, y yo le dije que no, que no sabía.

Juan Carlos le gritó al joven y éste me dejó tranquila.
Pero ahora la Mónica, la Pilola y otra que le decían Pelusa se pusieron a bailar con sus batas sueltas, que se les abrían enteras y estaban abajo todas en pelotas, bien blancas, y harto flacas se veían y los chiquillos las miraban pero nadie les hacía juicio.
- ¡La Pilola quiere tirar! ¡Eso!
- ¡Ya, Juan Carlos! ¡Atrévete!
- ¿Tú creís que Juan Carlos es virgen?
- Claro que es virgen... El único en el grupo...
- ¿Y, creís que la negra con que anda, es virgen?
- ¡Tai loquito! ¡Esa es negra cachera! ¡A la vela...!
- Ya, Juan Carlos! ¡Pesca una paloma!


Y estaban algunas chiquillas tendidas y dándose besos y se revolcaban en el suelo y yo me asusté y me acerqué bien a Juan Carlos y la Pilola era la más fresca de todas, y en eso comenzó a sonar el teléfono y empezaron a golpear la puerta del salón donde estábamos y la Pilola se arregló bien la bata y fue a hablar con alguien y volvió gritando:
- ¡Pegarse el pollo!
- ¿Qué? ¿Qué pasa?
- ¡El viejo!
- Pero, ¿no nos dijiste que estaba fuera de Chile...?
- No, en el fundo... Y ahora viene pa acá.
Por suerte mi hermanito tuvo la buena idea de...
- ¡Córtala, Pilola! Esto está lo más entrete-...!
Hay vibraciones, ¿cachai?
- ¡En serio! ¡Ya, despejen!
- ¿Y la fiesta?
- Na que ver... ¡Vamos!
- ¿Y a dónde vamos?
- ¡"Las Brujas"!
- ¡Eso!
- Pero, los caftanes me los dejan aquí, que son de colección y si mi viejo descubre que se los saqué me mata...
¡Ya, cabritas! ¡A cambiarse!
Y tuvimos todas que volvernos a vestir, y salir como arrancando y nos fuimos con el Juan Carlos allá por La Reina a "Las Brujas" que se llama y que era bien lindo, un restaurant a la orilla de un lago, y con luces en el agua, y había unos cisnes y adentro estaba medio oscuro y se bailaba y Juan Carlos se puso a bailar conmigo y como que hicimos un aparte en el grupo, porque me llevó a otra pista de baile, y había más gente, y todos enamorados se besaban y todo, era más lindo, y me besó en el cuello y yo temblaba y por suerte la Mirta me regaló ese poquito de agua de colonia que tiene como olor a verbena y después, Juan Carlos, comenzó a besarme en la boca, casi mordiéndome los labios.
Entonces, yo me atreví a susurrarle:
- Juan Carlos, ¿me quieres?
Me seguía besando, sin responderme.
- ¿Me quieres? ¿Un poquitito?
Cuando se acabó la música me tomó de la mano y bajamos hasta donde estaba estacionado el auto y se había puesto a llover y nos metimos en el autito y adentro puso la calefacción y la radio y el vidrio, todos los vidrios, se nublaron mucho al principio y él me seguía besando, y acariciaba y me pasó las manos por las piernas, y me seguía besando y yo lo besaba a él, ahora, y le tomé la cabeza con las manos y le besé el cuello, y quería como comérmelo entero, estaba tan nerviosa.

Y, entonces, nos calmamos un poco y miramos cómo llovía afuera, que apenas se veía nada. Y Juan Carlos, de repente, con el dedo, escribió en el vidrio, en el parabrisa, escribió "María, te quiero".
Y se abrazó a mí.
Y yo miraba esas letras, esas palabras que duraron apenas, que comenzaron a abrirse, como a gotear, y las leía una vez y otra y me parecía imposible que fuera cierto, y de repente se empezaron a desvanecer hasta que se fueron.
Entonces me dijo:
- ¿Oíste lo que decían?
¿La Pilola y los otros?
¿Que yo no me había metido nunca con una mujer?
- No les hagas juicio...
- Es que... fíjate que es cierto...
¿Te lo dije, no?
Pero, no por poco hombre...
Na que ver.
O sea, porque andaba buscando a alguien...
A alguien puro...
Y, cuando estuve en Silo, Bruno me dijo que me conservara así, o sea, que así tenía toda la fuerza del mundo,
¿cachai?, de la tierra, me dijo, que podía captar las emanaciones, o sea, los efluvios de la tierra...
O sea, que si seguía así... pero, ahora...
- Juan Carlos, ¿es cierto?
Le indiqué el vidrio.
No me contestó.
Siguió hablando, como que divagaba.
- ...porque el Bruno cree que todo viene del éter, o sea, cuando uno es bueno y puro y medita y busca adentro, va a descubrir, o sea, la verdad, ¿cachai? que está metida adentro, y que lo hará el más fuerte... pero, ya eso pasó...
Ahora, no creo en nada... en nada...
- ¿Por qué, Juan Carlos? ¿Por qué?
- Porque, Silo, no, era...
¿Cachai?
O sea, yo pensé al principio, y cuando lo conocí, cuando fui a Punta de Vacas, allá en la montaña...
O sea, la segunda vez... Pero, tú no entendís...
- Yo te quiero tanto, Juan Carlos.
- O sea, que Bruno decía una cosa y Silo decía otra...
y yo andaba buscando otra cosa, una tercera, y la armonía,
¿cachai? Y no existe...
- Yo te quiero...
Entonces Juan Carlos se detuvo y me miró, y me tomó la cabeza con las manos y me miró a los ojos y me dijo:
- ¿Me quieres mucho?
- ¡Mucho! ¡Mucho!
- ¿Harías lo que yo te pidiera?
- Sí
- Vamos, entonces.
Y me tomó de la mano y me llevó corriendo en medio de la lluvia, hasta unas como casitas, medio escondidas entre los sauces, a orillas del lago, y habló con alguien antes, y le dieron una llave y nos metimos adentro, cuando estaba diluviando y nos empapamos y a mí me dio harto frío que no andaba ni siquiera con la chaleca, pero por suerte adentro estaba calientito.
Y Juan Carlos me dijo que no encendiera la luz.
Y había una cama donde nos tendimos y yo me envolví con una frazada, porque estaba con frío, y con nervios y me di cuenta de lo que quería Juan Carlos.


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